Cuatro personas coinciden en lo alto de un edificio a las 0.00 horas de Nochevieja. La intención es, claro, tirarse y estamparse contra el suelo. Cada uno, acuciado por los vavivenes de unas vidas que se han desviado notablemente de lo que soñaban o deseaban, se encuentra con una especie de espejo distorsionado de sus propias motivaciones en las intenciones de los otros. Así, se crea el más esperpéntico y disfuncional grupo de autoayuda que uno pueda concebir: un presentador estrella de la TV venido a menos por un affaire sexual con una quinceañera, el líder de una banda de indie rock abandonado por su novia y sus compañeros de grupo, la madre de un chico que lleva más de veinte años completamente paralizado y una postadolescente bocazas y descerebrada que vive bajo la sombra plomiza del suicidio de su hermana. Juntos, intentarán buscar una salida digna a sus penurias personales, moviéndose por las calles de un Londres deshumanizado y áspero que no hace más que recordarles lo bajo que han caído ante sus propios ojos.
Escrito con un humor negrísimo y plagado de momentos delirantes, el libro saca la vena más furibunda y sarcástica de un Hornby que en sus últimas obras quizás estaba un poco blandurrio de más. No es Irvine Welsh, claro, pero dispara con gracia y mala uva contra muchas de las estupideces contemporáneas que hemos asumido como "lo normal". Y aunque el tema central de la novela es el suicidio como recurso de emergencia con el que uno fantasea cuando las cosas van un millón de veces peor de lo imaginable, bajo su manto de vitriolo y su ácida mirada sobre el género humano late una profunda y apasionada defensa de los motivos por los que sí merece la pena vivir. Inteligentemente, ninguno de ellos es enunciado en ningún momento, gravitando con perezosa dignidad sobre cada uno de sus capítulos. El final, abierto tanto hacia el precipicio como hacia una leve posibilidad de salvación, preserva con astucia y coherencia todo el discurso -escéptico en la forma pero firme en el fondo- sobre "sí, nuestras vidas son un desastre y nuestra realidad está a años luz de nuestros sueños, pero aún así...".
Narrado en una primera persona que va pasando el testigo de la mirada de un protagonista a otro, el libro está poseído por un ritmo frenético, alocado incluso en algunos momentos, en el que tiene un peso fundamental la pormenorizada y compleja composición de sus cuatro protagonistas. Además, algún que otro anticlimax colocado estratégicamente produce el efecto de obligarte a parar para alejarse, ver con calma el paisaje humano que se nos describe y volver a tirarse de cabeza en él. Muy recomendable para reírse algo más que un poco.
El problema de mi generación es que todos pensamos que somos putos genios. Hacer algo no es suficiente para nosotros, y nadie está vendiendo algo o enseñando algo, o simplemente haciendo algo: nosotros tenemos que ser algo. Es nuestro derecho inalienable, como ciudadanos del siglo XXI que somos. Si Christina Aguilera o Britney Spears o cualquier otro imbécil de American Idol puede ser algo, ¿por qué no yo? ¿Que hay de lo mío, eh?
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Oscar Wilde dijo una vez que la vidad real de uno es a menudo la vida que uno no lleva. Apúntate un diez, Oscar. Mi vida real estaba llena de conciertos de los de primera plana en Wembley y en el Madison Square Garden y de discos de platino, y de Grammys, y esa no era la vida que estaba llevando, y eso es quizá lo que hacía que me entraran ganas de mandarlo todo al diablo. La vida que llevaba no me permitía..., no sé, ser quien pensaba que era. Ni siquiera me permitía ir derecho por la vida.
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