9 de nov. de 2006

hiperemotividad
Recuerdo que cuando era (más) joven, los excesos sentimentales en público estaban un poco como mal vistos. Si a uno le desbordaba la emoción, se la aguantaba todo lo que podía o bien reservaba sus consecuencias para ese reducto sagrado que solía ser la intimidad. Mi carácter, lo reconozco, es propicio a esa clase de comportamientos. Contención, cierta frialdad, capacidad para guardarse la mayoría de las emociones , autocontrol: el vocabulario básico de todo buen témpano de hielo, las recetas mágicas para moverse discretamente sin saturar a los demás, sin ser un exhibicionista agotador.

Hoy en día se han invertido los términos. Lo bien visto es hacer exhibición pública -con creces- de todas las emociones que atraviesan nuestro cuerpo, poner en el escaparate a disposición de todo el mundo todos nuestros estados de ánimo y todas las pulsiones que nos agitan. Exagerar al máximo todo ello suponiendo que así pasaremos por naturales, sinceros, auténticos y, por supuesto, espontáneos.

Ante este panorama de cosas no puedo por menos que añorar la antigua edad del hielo. La cuna de cubitos en la que fui mecido. El congelador en el que introduje durante varios años mi propio carácter. Porque si hay algo que no soporto es a la gente que pega gritos porque necesita decir cuanto ama/odia/le molesta/le encanta/necesita/le sobra algo. Porque si hay algo que me parece absolutamente falso es alguien subido encima de otro alguien chillándole al oido mientras llora cuanto lo ama/odia/necesita/desprecia. Porque cada vez me resulta más necesario estar rodeado de gente con sangre fría. Gente capaz de controlarse 9 de cada 10 veces. Gente que sepas que cuando te vayan a decir algo gordo del tipo te amo/te odio/te desprecio/te necesito, esté claro que es en serio y no un impulso momentáneo.

Por todo ello necesito gritar imperiosamente a los cuatro vientos con todas mis fuerzas para que se entere todo el mundo: odio la hiperemotividad!!!!!!!!!!!!!!

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