Vía ladridos crespusculares, la actuación de gnarls barkley en los MTV awards 2006 en plan "Luke, yo soy tu padre".
30 de out. de 2006
sergiusz piasecki, el enamorado de la osa mayor
Hay vidas que merecen quedar para siempre capturadas entre las páginas de una novela. Siquiera para recordarnos, a todos aquellos que llevamos vidas que no darían ni para una nota a pie de página en algún pésimo libro, que la vida, cuando se vive intensa y libremente puede bastarse a sí misma, sin coartadas, justificaciones, sentidos o interpretaciones de cualquier tipo. En este caso, la vida de un contrabandista en la frontera polaco-soviética de mediados de los años treinta. Largas caminatas cargados de mercancías de contrabando a la intemperie atravesando bosques o ciénagas o prados o ríos o montes. Persecuciones campo a través. Fiestas interminables. El disfrute desprejuiciado del sexo. Compañeros de aventuras que lo son hasta la muerte o hasta que las fuerzas del orden ganan alguna batalla. Campos abiertos bajo una oscuridad inmensa salpicada de estrellas. Y un código de honor no escrito en el que no caben la traición, la mentira, la cobardía o la indignidad. Una novela de aventuras sin ironías ni guiños al lector ni metaliteratura. Un caudal de energía desbocada, removiendo las quinientas páginas con el magnetismo de lo vivido intensamente, con la violencia de lo que verdaderamente importa en esta vida, el sentirse vivo, la amistad, el amor, el sexo, la fiesta. Maravilloso.
[El protagonista lleva unos días en una ciudad, lejos de su terreno natural]
Todo ésto empieza a aburrirme. Estoy hasta la coronilla de las cogorzas, de los mentirosos y de esta ciudad, donde la verdad se pasa de contrabando como nosotros matuteamos el alijo: ¡esquivando muchos cordones de control! Aquí todo es artificial, brillante y muy complicado, pero por debajo se oculta la simple mugre y el vacío... Allí, yo vivía con más plenitud. Allí, la gente es sincera. Aquí, todo el mundo aparenta algo, desempeña algún papel en una gran farsa, en una comedia, actúa en casa y fuera de ella. Aquí, las mujeres camuflan sus cuerpos contrahechos y ajados con atuendos preciosos y lencería refinada, aunque a menudo sucia. Allí, bajo un vestido barato y una miserable ropa interior de lino, hay cuerpos calientes y fuertes que aman sin falsedad, y lo hacen por necesidad y no por afán de lucro o para fisgonear...
[El autor, Piasecki, tuvo una vida ajetreada. Militar, agente secreto, contrabandista y bandolero. Escribió esta novela en la cárcel recordando en ella sus años de contrabandista. Tras su publicación y éxito arrollador en 1937, hubo un movimiento popular solicitando su liberación, que le llegó en plena invasión alemana de Polonia.]
Hay vidas que merecen quedar para siempre capturadas entre las páginas de una novela. Siquiera para recordarnos, a todos aquellos que llevamos vidas que no darían ni para una nota a pie de página en algún pésimo libro, que la vida, cuando se vive intensa y libremente puede bastarse a sí misma, sin coartadas, justificaciones, sentidos o interpretaciones de cualquier tipo. En este caso, la vida de un contrabandista en la frontera polaco-soviética de mediados de los años treinta. Largas caminatas cargados de mercancías de contrabando a la intemperie atravesando bosques o ciénagas o prados o ríos o montes. Persecuciones campo a través. Fiestas interminables. El disfrute desprejuiciado del sexo. Compañeros de aventuras que lo son hasta la muerte o hasta que las fuerzas del orden ganan alguna batalla. Campos abiertos bajo una oscuridad inmensa salpicada de estrellas. Y un código de honor no escrito en el que no caben la traición, la mentira, la cobardía o la indignidad. Una novela de aventuras sin ironías ni guiños al lector ni metaliteratura. Un caudal de energía desbocada, removiendo las quinientas páginas con el magnetismo de lo vivido intensamente, con la violencia de lo que verdaderamente importa en esta vida, el sentirse vivo, la amistad, el amor, el sexo, la fiesta. Maravilloso.
[El protagonista lleva unos días en una ciudad, lejos de su terreno natural]
Todo ésto empieza a aburrirme. Estoy hasta la coronilla de las cogorzas, de los mentirosos y de esta ciudad, donde la verdad se pasa de contrabando como nosotros matuteamos el alijo: ¡esquivando muchos cordones de control! Aquí todo es artificial, brillante y muy complicado, pero por debajo se oculta la simple mugre y el vacío... Allí, yo vivía con más plenitud. Allí, la gente es sincera. Aquí, todo el mundo aparenta algo, desempeña algún papel en una gran farsa, en una comedia, actúa en casa y fuera de ella. Aquí, las mujeres camuflan sus cuerpos contrahechos y ajados con atuendos preciosos y lencería refinada, aunque a menudo sucia. Allí, bajo un vestido barato y una miserable ropa interior de lino, hay cuerpos calientes y fuertes que aman sin falsedad, y lo hacen por necesidad y no por afán de lucro o para fisgonear...
[El autor, Piasecki, tuvo una vida ajetreada. Militar, agente secreto, contrabandista y bandolero. Escribió esta novela en la cárcel recordando en ella sus años de contrabandista. Tras su publicación y éxito arrollador en 1937, hubo un movimiento popular solicitando su liberación, que le llegó en plena invasión alemana de Polonia.]
28 de out. de 2006
be acid boric, my friend
Vía haztelo mirar, el anuncio de Bruce Lee ("be like water, my friend") interpretado por Ángel Acebes.
Vía haztelo mirar, el anuncio de Bruce Lee ("be like water, my friend") interpretado por Ángel Acebes.
25 de out. de 2006
por amor al arte
En la hoja parroquial de mi ciudad sale una bonita foto, en la cual, nuestra adorada alcaldesa sonríe delante de un mamotreto de 50.000 toneladas (así a ojo) que forma parte de una exposición itinerante del artista germano-polaco Igor Mitoraj. Nada que objetar al tema, organizado por una empresa privada -La Caixa.
Bueno, nada-nada no.
Primero, que las descomunales esculturas encajan perfectamente dentro de ese oscuro plan maestro que pretende convertir a Vigo en la-ciudad-más-kitsch-del-planeta (véanse las estatuas de Julio Verne sentado sobre un pulpo en el Náutico o esa especie de elfo-hada de 20 toneladas situado sobre una columna de 4 metros de altura en pleno paseo de Alfonso).
Segundo, que la empresa que organiza la cosa para La Caixa (Aqualium) es propiedad de María Porto, la esposa de Francisco Álvarez Cascos, exministro de múltiples cosas y miembro destacado del partido en el que milita nuestra alcaldesa. Coincidencia afortunada, claro.
Y tercero, que nuestra querida alcaldesa -responsable de haber dividido nuestra ciudad en una villa con dos zonas claramente separadas: el centro, inundado de flores y maceteros hasta el agobio, y el resto, dejado de la mano de Dios-, experta en arte, decoración y lo que le echen, ha declarado a la prensa sobre la exposición (copio y pego de la hoja parroquial):
"[las estatuas] enriquecen las calles y serán motivo de sorpresa y asombro" entre los vigueses por su "grandiosidad, su perfección y su carácter auténticamente provocador".
Destacó la regidora local la proximidad al espectador que el arte alcanza con iniciativas como la impulsada desde La Caixa que "permiten al espectador sentir, más que ver, una conjunto de obras muy especial".
En un comentario astutamente sarcástico, el comisario de la cosa, Jean Paul Sabatié, nos da un último bofetón al referirse al conjunto de mamotretos de vaga inspiración greco-romana de la siguiente manera:
Está claro que mucha gente las va a criticar, pero lo importante es que algo está ocurriendo, que el arte recupera su capacidad para mover e inquietar.
Buuuuuuf.
Temporalmente pongo aquí esta fotografía de Oscar Vázquez que sale en la edición de hoy de La Voz de Galicia:
En la hoja parroquial de mi ciudad sale una bonita foto, en la cual, nuestra adorada alcaldesa sonríe delante de un mamotreto de 50.000 toneladas (así a ojo) que forma parte de una exposición itinerante del artista germano-polaco Igor Mitoraj. Nada que objetar al tema, organizado por una empresa privada -La Caixa.
Bueno, nada-nada no.
Primero, que las descomunales esculturas encajan perfectamente dentro de ese oscuro plan maestro que pretende convertir a Vigo en la-ciudad-más-kitsch-del-planeta (véanse las estatuas de Julio Verne sentado sobre un pulpo en el Náutico o esa especie de elfo-hada de 20 toneladas situado sobre una columna de 4 metros de altura en pleno paseo de Alfonso).
Segundo, que la empresa que organiza la cosa para La Caixa (Aqualium) es propiedad de María Porto, la esposa de Francisco Álvarez Cascos, exministro de múltiples cosas y miembro destacado del partido en el que milita nuestra alcaldesa. Coincidencia afortunada, claro.
Y tercero, que nuestra querida alcaldesa -responsable de haber dividido nuestra ciudad en una villa con dos zonas claramente separadas: el centro, inundado de flores y maceteros hasta el agobio, y el resto, dejado de la mano de Dios-, experta en arte, decoración y lo que le echen, ha declarado a la prensa sobre la exposición (copio y pego de la hoja parroquial):
"[las estatuas] enriquecen las calles y serán motivo de sorpresa y asombro" entre los vigueses por su "grandiosidad, su perfección y su carácter auténticamente provocador".
Destacó la regidora local la proximidad al espectador que el arte alcanza con iniciativas como la impulsada desde La Caixa que "permiten al espectador sentir, más que ver, una conjunto de obras muy especial".
En un comentario astutamente sarcástico, el comisario de la cosa, Jean Paul Sabatié, nos da un último bofetón al referirse al conjunto de mamotretos de vaga inspiración greco-romana de la siguiente manera:
Está claro que mucha gente las va a criticar, pero lo importante es que algo está ocurriendo, que el arte recupera su capacidad para mover e inquietar.
Buuuuuuf.
Temporalmente pongo aquí esta fotografía de Oscar Vázquez que sale en la edición de hoy de La Voz de Galicia:
22 de out. de 2006
manu larcenet, los combates cotidianos 3
El primer tomo de esta serie dejaba una sensación extraña en el lector: por un lado cierta dejadez en el apartado gráfico reflejada en la ausencia perezosa de fondos en muchas viñetas, un molesto deja vu en el tratamiento del personaje protagonista -fotógrafo que lo deja todo atormentado por problemas de diversa índole, entre ellas un profundo sentimiento peterpanesco y una incapacidad crónica para afrontar la realidad- y una especie de inconcreción argumental que dejaba en el aire muchos de los interrogantes planteados a lo largo de sus páginas. Una moderada tendencia a literaturizar en exceso los diálogos completaba el cuadro de los "peros". Sin embargo, junto a todo ello, el cómic destilaba una tensión dramática considerable. Las mínimas peripecias de Marco y su exposición a terribles crisis de angustia, junto con su difícil relación con unos secundarios poderosos y bien definidos presagiaba páginas futuras más resueltas capaces de desarrollar con más intensidad la evolución del protagonista.
El segundo tomo, más definido gráficamente, más centrado en la trama de las complicadas relaciones personales del protagonista y de su enfrentamiento consigo mismo, dejaba una sensación próxima a la plenitud tras su lectura. El protagonista y su entorno adquirían complejidad y densidad casi a cada página. El delicado engranaje de la verosimilitud comenzaba a funcionar con fluidez, desprendiendo todo el cómic el aroma inconfundible de las obras realmente importantes: aquellas que parecen hablarte a tí personalmente de las verdades fundamentales de la existencia, de la gravitación brutal que ejercen sobre nuestras vidas, de los mecanismos que improvisamos para fingir que no existen del todo y de las cosas que llegamos a hacer para pensar que podemos obviarlas, que podemos permanecer al margen de ellas.
En este tercer volumen, Larcenet roza la perfección. Su protagonista se acerca lentamente al núcleo duro de sus problemas -la infancia, su dificilísima relación con su padre- a raíz de un acontecimiento terrible. Los personajes que lo rodean se inscriben en una intrincada red en la que Marco busca respuestas a preguntas que sólo con ser formuladas ya duelen. Su relación con su novia, su madre, su hermano, los antiguos compañeros de trabajo de su padre o el editor que quiere publicar parte de su trabajo dan lugar al afianzamiento de un rico microcosmos en el que nada está simplificado o estereotipado, nada es gratuito o arbitrario, y en el que la complejidad y la evolución moral de todos los protagonistas de la trama componen una panorámica del estado de las relaciones humanas en este turbio principio de siglo que vivimos -a nuestro pesar- peligrosamente.
El primer tomo de esta serie dejaba una sensación extraña en el lector: por un lado cierta dejadez en el apartado gráfico reflejada en la ausencia perezosa de fondos en muchas viñetas, un molesto deja vu en el tratamiento del personaje protagonista -fotógrafo que lo deja todo atormentado por problemas de diversa índole, entre ellas un profundo sentimiento peterpanesco y una incapacidad crónica para afrontar la realidad- y una especie de inconcreción argumental que dejaba en el aire muchos de los interrogantes planteados a lo largo de sus páginas. Una moderada tendencia a literaturizar en exceso los diálogos completaba el cuadro de los "peros". Sin embargo, junto a todo ello, el cómic destilaba una tensión dramática considerable. Las mínimas peripecias de Marco y su exposición a terribles crisis de angustia, junto con su difícil relación con unos secundarios poderosos y bien definidos presagiaba páginas futuras más resueltas capaces de desarrollar con más intensidad la evolución del protagonista.
El segundo tomo, más definido gráficamente, más centrado en la trama de las complicadas relaciones personales del protagonista y de su enfrentamiento consigo mismo, dejaba una sensación próxima a la plenitud tras su lectura. El protagonista y su entorno adquirían complejidad y densidad casi a cada página. El delicado engranaje de la verosimilitud comenzaba a funcionar con fluidez, desprendiendo todo el cómic el aroma inconfundible de las obras realmente importantes: aquellas que parecen hablarte a tí personalmente de las verdades fundamentales de la existencia, de la gravitación brutal que ejercen sobre nuestras vidas, de los mecanismos que improvisamos para fingir que no existen del todo y de las cosas que llegamos a hacer para pensar que podemos obviarlas, que podemos permanecer al margen de ellas.
En este tercer volumen, Larcenet roza la perfección. Su protagonista se acerca lentamente al núcleo duro de sus problemas -la infancia, su dificilísima relación con su padre- a raíz de un acontecimiento terrible. Los personajes que lo rodean se inscriben en una intrincada red en la que Marco busca respuestas a preguntas que sólo con ser formuladas ya duelen. Su relación con su novia, su madre, su hermano, los antiguos compañeros de trabajo de su padre o el editor que quiere publicar parte de su trabajo dan lugar al afianzamiento de un rico microcosmos en el que nada está simplificado o estereotipado, nada es gratuito o arbitrario, y en el que la complejidad y la evolución moral de todos los protagonistas de la trama componen una panorámica del estado de las relaciones humanas en este turbio principio de siglo que vivimos -a nuestro pesar- peligrosamente.
21 de out. de 2006
16 de out. de 2006
crank
Voy al cine a ver una de descerebre y tiros y hostias: crank.
Me sorprendo comprobando cuanto ha evolucionado el cine "de evasión": humor retorcido, crueldad gratuita, mutilaciones explícitas, finales infelices, hiperrealismo, personajes que no son ni héroes ni antihéroes ni contrahéroes sino hijoputas caricaturescos, guiños continuados al espectador y teléfonos móviles que tienen más importancia que casi cualquier personaje. Un tipo de ficción que revienta todas las convenciones de todos los géneros, que mueve las cámaras de manera epiléptica, a base de convulsiones y ángulos absurdos, que juega con la saturación cromática a su antojo, que manipula colores e inserta subtítulos que cobran vida propia en la pantalla. Una ficción que cae en el término medio entre los videojuegos del tipo shoot´em all, las patochadas descerebradas tipo jackass y una digestión cortada de géneros como el terror adolescente, las películas de persecuciones y los productos tipo "speed" y sus secuelas. Una ficción, en fin, que bajo un envoltorio cargado de pirotecnia visual esconde pinceladas gruesas de mensajes rancios, de machos viriles y violentos en un mundo en que sólo importan el deseo, la velocidad y la muerte. En este caso, todo ello salpicado por una absurda historia de amor -por llamarle algo- que sirve de excusa para un polvo en plena calle jaleado por cientos de paseantes, y un más absurdo lío de bandas entre centroamericanos y tríadas hongkonesas.
De todo ello, lo más destacable, aquello que cruza la película de cabo a rabo, es el culto a la velocidad extrema y a una violencia que busca la carcajada a través de los excesos -¿es normal reírse ante el primer plano de una mano cortada con un cuchillo de carnicero?-. Todo lo anterior, aderezado por unos diálogos en los que prima la necesidad de hacer reír al espectador, configura un producto deliberadamente sucio, tenso, espasmódico y extrañamene adictivo en su primera mitad -luego, a base de repeticiones, la cosa se resiente- que llena de interrogantes sin respuesta la cabeza del espectador (la mía al menos). Si las ficciones aspiran a ser verosímiles a través del hiperrealismo y de la concatenación de excesos de todo tipo -con especial atención a las muertes crueles y las mutilaciones en primer plano- ¿hasta dónde piensan llegar en su aspiración de dejar clavado al espectador sin respirar durante noventa minutos? Aquí al menos los directores demuestran al menos haber aprendido las lecciones de Tarantino y del Oliver Stone más lisérgico, pero, ¿qué futuros bodrios perpetrarán sus imitadores?
¿Y los actores? El monolítico Jason Statham, casi en la liga de los grandes pegadores de la historia del cine: un saco de músculos inexpresivo cuya mueca de flipado acaba por hacer gracia a los amantes -como yo- de los protagonistas garrulos que lo solucionan todo subidos a un buen coche o dando más hostias de las que serían estrictamente necesario: un crack. Del resto, mejor olvidarse, excepto de la semi-protagonista, Amy Smart, otra bella actriz surgida de la cantera de las teleseries y de las TV-movies que merece papeles mejores que el de esclava sexual de ese hombre de las cavernas contemporáneo que es nuestro adorado Jason.
Resumiendo: lo he pasado en grande, pero no estoy orgulloso de ello. Es más, algo en mi interior me dice que no debería habérmelo pasado tan en grande, a no ser que me parezca mucho más de lo que creo a muchas cosas que detesto vehementemente. Uf.
Voy al cine a ver una de descerebre y tiros y hostias: crank.
Me sorprendo comprobando cuanto ha evolucionado el cine "de evasión": humor retorcido, crueldad gratuita, mutilaciones explícitas, finales infelices, hiperrealismo, personajes que no son ni héroes ni antihéroes ni contrahéroes sino hijoputas caricaturescos, guiños continuados al espectador y teléfonos móviles que tienen más importancia que casi cualquier personaje. Un tipo de ficción que revienta todas las convenciones de todos los géneros, que mueve las cámaras de manera epiléptica, a base de convulsiones y ángulos absurdos, que juega con la saturación cromática a su antojo, que manipula colores e inserta subtítulos que cobran vida propia en la pantalla. Una ficción que cae en el término medio entre los videojuegos del tipo shoot´em all, las patochadas descerebradas tipo jackass y una digestión cortada de géneros como el terror adolescente, las películas de persecuciones y los productos tipo "speed" y sus secuelas. Una ficción, en fin, que bajo un envoltorio cargado de pirotecnia visual esconde pinceladas gruesas de mensajes rancios, de machos viriles y violentos en un mundo en que sólo importan el deseo, la velocidad y la muerte. En este caso, todo ello salpicado por una absurda historia de amor -por llamarle algo- que sirve de excusa para un polvo en plena calle jaleado por cientos de paseantes, y un más absurdo lío de bandas entre centroamericanos y tríadas hongkonesas.
De todo ello, lo más destacable, aquello que cruza la película de cabo a rabo, es el culto a la velocidad extrema y a una violencia que busca la carcajada a través de los excesos -¿es normal reírse ante el primer plano de una mano cortada con un cuchillo de carnicero?-. Todo lo anterior, aderezado por unos diálogos en los que prima la necesidad de hacer reír al espectador, configura un producto deliberadamente sucio, tenso, espasmódico y extrañamene adictivo en su primera mitad -luego, a base de repeticiones, la cosa se resiente- que llena de interrogantes sin respuesta la cabeza del espectador (la mía al menos). Si las ficciones aspiran a ser verosímiles a través del hiperrealismo y de la concatenación de excesos de todo tipo -con especial atención a las muertes crueles y las mutilaciones en primer plano- ¿hasta dónde piensan llegar en su aspiración de dejar clavado al espectador sin respirar durante noventa minutos? Aquí al menos los directores demuestran al menos haber aprendido las lecciones de Tarantino y del Oliver Stone más lisérgico, pero, ¿qué futuros bodrios perpetrarán sus imitadores?
¿Y los actores? El monolítico Jason Statham, casi en la liga de los grandes pegadores de la historia del cine: un saco de músculos inexpresivo cuya mueca de flipado acaba por hacer gracia a los amantes -como yo- de los protagonistas garrulos que lo solucionan todo subidos a un buen coche o dando más hostias de las que serían estrictamente necesario: un crack. Del resto, mejor olvidarse, excepto de la semi-protagonista, Amy Smart, otra bella actriz surgida de la cantera de las teleseries y de las TV-movies que merece papeles mejores que el de esclava sexual de ese hombre de las cavernas contemporáneo que es nuestro adorado Jason.
Resumiendo: lo he pasado en grande, pero no estoy orgulloso de ello. Es más, algo en mi interior me dice que no debería habérmelo pasado tan en grande, a no ser que me parezca mucho más de lo que creo a muchas cosas que detesto vehementemente. Uf.
15 de out. de 2006
nosotros, los moralistas
Tengo una reunión con la madre de uno de los alumnos del grupo de Diversificación. Viene más que nada para saber de qué va la cosa. El chaval, por motivos obvios, ha sido escueto, no hace falta comprar libros, es todo lo que le ha contado. Desgrano con calma y con la mayor precisión posible en qué va a consistir el programa del curso. Le explico que su hijo, por las circunstancias que lo rodean, está en el paso previo al abandono de la escolaridad, y que la diversificación es casi el último recurso que tenemos para evitarlo. Le cuento lo importante que es que chicos como su hijo, al menos, se saquen el título de graduado en secundaria. Acabo mi discurso y el gesto de su boca me prepara para un pequeño intercambio de impresiones.
Escucho -y anoto mentalmente- algunas observaciones.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Mi hijo va a una academia para que le controlen el trabajo.
Yo de joven fui bastante rebelde y dejé pronto los estudios para ponerme a trabajar. No quiero que él haga lo mismo.
Él es muy hippie, no acepta bien lo de estudiar.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Los profesores teneis que motivarlo, eso es lo fundamental.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Que note que lo tenemos controlado entre todos, eso es lo fundamental.
Buenos días.
Corroboro algo obvio: cuanto más se ha dedicado uno a desfasar -en plan serio, claro- durante su juventud más conservador se vuelve con los años. Casi prefiero a los padres tipo opus dei, al menos no te dan la tabarra con lo desfasados, antisistema y rebeldes que fueron en su juventud, mientras te miran con la superioridad moral que supuestamente da el "haber exprimido la vida a tope".
Tengo una reunión con la madre de uno de los alumnos del grupo de Diversificación. Viene más que nada para saber de qué va la cosa. El chaval, por motivos obvios, ha sido escueto, no hace falta comprar libros, es todo lo que le ha contado. Desgrano con calma y con la mayor precisión posible en qué va a consistir el programa del curso. Le explico que su hijo, por las circunstancias que lo rodean, está en el paso previo al abandono de la escolaridad, y que la diversificación es casi el último recurso que tenemos para evitarlo. Le cuento lo importante que es que chicos como su hijo, al menos, se saquen el título de graduado en secundaria. Acabo mi discurso y el gesto de su boca me prepara para un pequeño intercambio de impresiones.
Escucho -y anoto mentalmente- algunas observaciones.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Mi hijo va a una academia para que le controlen el trabajo.
Yo de joven fui bastante rebelde y dejé pronto los estudios para ponerme a trabajar. No quiero que él haga lo mismo.
Él es muy hippie, no acepta bien lo de estudiar.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Los profesores teneis que motivarlo, eso es lo fundamental.
Mi hijo tiene que hacer el bachillerato.
Que note que lo tenemos controlado entre todos, eso es lo fundamental.
Buenos días.
Corroboro algo obvio: cuanto más se ha dedicado uno a desfasar -en plan serio, claro- durante su juventud más conservador se vuelve con los años. Casi prefiero a los padres tipo opus dei, al menos no te dan la tabarra con lo desfasados, antisistema y rebeldes que fueron en su juventud, mientras te miran con la superioridad moral que supuestamente da el "haber exprimido la vida a tope".
12 de out. de 2006
duelo de borregos
En Pamplona, una manifestación de la Falange choca con una contramanifestación abertzale. El motivo: Navarra es España vs Navarra es Euskadi. La turbia simetría existente entre unos y otros resulta increíblemente fascinante. Como ver a un boxeador sonado zurrándose con su propio reflejo. Están tan próximos unos a otros que sólo pueden odiarse a muerte. Un par de días antes, otro grupo de anormales decidió poner en primera página de todos los periódicos la visita de Acebes a Barcelona: gritos, agresiones, enfrentamientos en plena calle a plena luz del día, sustituyendo los cauces normales de la rivalidad política por el matonismo callejero. Contribuyendo a dar argumentos a la martirología que tanto le gusta a la ultraderecha española, y, de paso, haciendo que todos los que detestamos vehementemente a un sujeto como Acebes, nos veamos obligados a sentirnos solidarios con él.
La crónica política, por desgracia, últimamente ha pasado de ser la sección más plomo y más aburrida de los medios de comunicación a convertirse en una peligrosa emulación de la crónica de sucesos. Mal vamos.
En Pamplona, una manifestación de la Falange choca con una contramanifestación abertzale. El motivo: Navarra es España vs Navarra es Euskadi. La turbia simetría existente entre unos y otros resulta increíblemente fascinante. Como ver a un boxeador sonado zurrándose con su propio reflejo. Están tan próximos unos a otros que sólo pueden odiarse a muerte. Un par de días antes, otro grupo de anormales decidió poner en primera página de todos los periódicos la visita de Acebes a Barcelona: gritos, agresiones, enfrentamientos en plena calle a plena luz del día, sustituyendo los cauces normales de la rivalidad política por el matonismo callejero. Contribuyendo a dar argumentos a la martirología que tanto le gusta a la ultraderecha española, y, de paso, haciendo que todos los que detestamos vehementemente a un sujeto como Acebes, nos veamos obligados a sentirnos solidarios con él.
La crónica política, por desgracia, últimamente ha pasado de ser la sección más plomo y más aburrida de los medios de comunicación a convertirse en una peligrosa emulación de la crónica de sucesos. Mal vamos.
y cómo pasa el tiempo
Ayer cumplí treinta y seis años. Sólo escribirlo me da cierto vértigo, como si un alien se hubiera apoderado de mi cuerpo. Desde que tengo memoria he sido incapaz de encontrar algo que celebrar en estas fechas. Los regalos, las fiestas, las felicitaciones, siempre lo he visto todo como una especie de música de charanga para intentar silenciar el alud de pensamientos que lo aguijonean a uno con intensidad en estas fechas.
Los años pasan como flechas y se clavan cada vez más hondo. He descubierto que la idea de la charanga es la menos mala para llevarlo lo menos malamente posible.
Ayer cumplí treinta y seis años. Sólo escribirlo me da cierto vértigo, como si un alien se hubiera apoderado de mi cuerpo. Desde que tengo memoria he sido incapaz de encontrar algo que celebrar en estas fechas. Los regalos, las fiestas, las felicitaciones, siempre lo he visto todo como una especie de música de charanga para intentar silenciar el alud de pensamientos que lo aguijonean a uno con intensidad en estas fechas.
Los años pasan como flechas y se clavan cada vez más hondo. He descubierto que la idea de la charanga es la menos mala para llevarlo lo menos malamente posible.
6 de out. de 2006
la mirada de los otros
Boris lleva una semana poniendo en su blog las entrevistas que ha hecho a varios extranjeros residentes en España. La última de ellas, a un norteamericano que vive en Barcelona desde hace cuatro años, contiene una reflexión que los autóctonos rara vez nos hacemos. Brutal.
[La entrada completa aquí.]
Boris lleva una semana poniendo en su blog las entrevistas que ha hecho a varios extranjeros residentes en España. La última de ellas, a un norteamericano que vive en Barcelona desde hace cuatro años, contiene una reflexión que los autóctonos rara vez nos hacemos. Brutal.
En general hay mucho miedo en España. Empezando por el miedo de la autoridad. Hay un miedo de la policía que viene de la dictadura. También hay un miedo de los empresarios. Un miedo que observo mucho aquí es el miedo que tienen los trabajadores. De una manera se podría decir que la dictadura sigue en España en las empresas. El empresario tiene un increíble control sobre los trabajadores que nunca he visto en ningún otro país. Hay un gran menosprecio que los empresarios muestran con los trabajadores, porque los trabajadores creen que cualquier enfrentamiento con autoridad va a significar que va a pasar algo muy grave. Este miedo de cambiar es lo que esta impidiendo que España crezca.
[La entrada completa aquí.]
5 de out. de 2006
fuck the job
Vía naxos, una bonita historia sobre cómo acabar con el trabajo -en viñetas- y con final feliz, obra de packard jennings.
Vía naxos, una bonita historia sobre cómo acabar con el trabajo -en viñetas- y con final feliz, obra de packard jennings.
4 de out. de 2006
daniel pennac, la felicidad de los ogros
Benjamin Malaussène tiene un trabajo peculiar en unos grandes almacenes: es el chivo expiatorio de todos los productos defectuosos que se venden. Cuando un cliente llega quejándose porque el objeto que ha comprado ha salido defectuoso, el jefe de sección correspondiente llama a Benjamin y lo hace pasar por responsable de calidad para echarle a continuación una bronca tan tremenda que los clientes acaban solidarizándose con él y retirando siempre sus reclamaciones. Benjamin, además, cuida de una peculiar familia compuesta por cinco hermanos más, simpatiza con los puestos más bajos del escalafón del centro comercial y, sin quererlo, se ve envuelto en una extraña trama de bombas que explotan en el centro comercial sin objetivo aparente. Escrita con un lenguaje chispeante y desbordando ironía y magnetismo narrativo, la felicidad de los ogros es un libro ingenioso -a veces demasiado para su propio bien- trepidante e inteligente. Una buena colección de personajes estrafalarios alrededor del protagonista y un dominio vertiginoso de los diálogos hacen de este libro un pequeño delicatessen de consumo rápido y disfrute perdurable.
De fondo, una crítica sutil del creciente papel protagonista de los centros comerciales en la vida de la gente (el libro es de 1985) y una metáfora muy brillante sobre su lugar como los nuevos centros de culto pagano y los rituales asociados a ellos. También una lectura festiva y vitalista del París intercultural de los años ochenta, un pequeño homenaje a la convivencia diaria entre el argelino del bar de la esquina con el marroquí de la tienda de ultramarinos y el francés que tiene un pequeño sueldo para mantener una familia interminable. Visto con la perspectiva del 2006, el retrato de un mundo pretérito, arrollado por las locomotoras del frenesí economicista de los últimos veinte años.
Benjamin Malaussène tiene un trabajo peculiar en unos grandes almacenes: es el chivo expiatorio de todos los productos defectuosos que se venden. Cuando un cliente llega quejándose porque el objeto que ha comprado ha salido defectuoso, el jefe de sección correspondiente llama a Benjamin y lo hace pasar por responsable de calidad para echarle a continuación una bronca tan tremenda que los clientes acaban solidarizándose con él y retirando siempre sus reclamaciones. Benjamin, además, cuida de una peculiar familia compuesta por cinco hermanos más, simpatiza con los puestos más bajos del escalafón del centro comercial y, sin quererlo, se ve envuelto en una extraña trama de bombas que explotan en el centro comercial sin objetivo aparente. Escrita con un lenguaje chispeante y desbordando ironía y magnetismo narrativo, la felicidad de los ogros es un libro ingenioso -a veces demasiado para su propio bien- trepidante e inteligente. Una buena colección de personajes estrafalarios alrededor del protagonista y un dominio vertiginoso de los diálogos hacen de este libro un pequeño delicatessen de consumo rápido y disfrute perdurable.
De fondo, una crítica sutil del creciente papel protagonista de los centros comerciales en la vida de la gente (el libro es de 1985) y una metáfora muy brillante sobre su lugar como los nuevos centros de culto pagano y los rituales asociados a ellos. También una lectura festiva y vitalista del París intercultural de los años ochenta, un pequeño homenaje a la convivencia diaria entre el argelino del bar de la esquina con el marroquí de la tienda de ultramarinos y el francés que tiene un pequeño sueldo para mantener una familia interminable. Visto con la perspectiva del 2006, el retrato de un mundo pretérito, arrollado por las locomotoras del frenesí economicista de los últimos veinte años.
Los horarios del día, deberían prever un momento, un momento preciso del día, para que uno pudiera compadecerse de su suerte. Un momento específico. Un momento que no estuviera ocupado por el curro, ni por el rancho, ni por la digestión; un momento perfectamente libre, una playa desierta donde poder medir cómodamente la extensión del desastre. Con tales medidas en la mirada, la jornada sería mejor, desaparecería la ilusión y el paisaje quedaría claramente balizado. Pero si pensamos en nuestra desgracia entre dos bocados, con el horizonte cerrado por la inminente reanudación del curro, nos equivocamos, evaluamos mal, nos imaginamos peor de lo que estamos. A veces nos suponemos incluso felices.
2 de out. de 2006
aquellas maravillosas cintas
Vía Vendell descubro este impagable generador de cintas de casete.
(Lo que me he reído poniendo paridas.)
Vía Vendell descubro este impagable generador de cintas de casete.
(Lo que me he reído poniendo paridas.)
1 de out. de 2006
extraños compañeros de mesa
Comemos en una pizzeria de una cadena con nombre italianizado hasta extremos caricaturescos. El interior hace honor al nombre, desplegando un sentido de la decoración muy de ahora, 100% kitsch, pastiche auténtico, un verdadero falso restaurante italiano. Al lado de nuestra mesa se sienta una pareja también muy de ahora. Ella podría englobarse en esa tribu urbana que definía un primo mío el otro día en una comida familiar: "novia de tunero". Pese a la ropa y el maquillaje se podía adivinar una chica realmente guapa. Él podría haber salido de una versión porno de Operación Triunfo, de un concurso por internet para elegir el mejor gonzo del año grabado con el móvil: mandíbula cuadrada, sonrisa torcida llena de dientes y de desdén, pelopincho casi al uno ligeramente inclinado, indicios de hipertrofia muscular en un jersey más que ceñido, mirada entre fiera y despreciativa. Mientras hablábamos y comíamos me fijaba en ellos por el rabillo del ojo. Él se pasó la comida jugueteando con el móvil mientras ella comía mirando al plato fijamente. Antes de los postres llegó otro chico a su mesa. Misteriosamente, él guardó el móvil, saludó al recién llegado afectuosamente y a partir de ahí se pasó el resto de la comida hablando y sonriendo con sus dos compañeros de mesa. De paso arruinó mi casposo análisis sociológico de andar por casa. Gracias.
Comemos en una pizzeria de una cadena con nombre italianizado hasta extremos caricaturescos. El interior hace honor al nombre, desplegando un sentido de la decoración muy de ahora, 100% kitsch, pastiche auténtico, un verdadero falso restaurante italiano. Al lado de nuestra mesa se sienta una pareja también muy de ahora. Ella podría englobarse en esa tribu urbana que definía un primo mío el otro día en una comida familiar: "novia de tunero". Pese a la ropa y el maquillaje se podía adivinar una chica realmente guapa. Él podría haber salido de una versión porno de Operación Triunfo, de un concurso por internet para elegir el mejor gonzo del año grabado con el móvil: mandíbula cuadrada, sonrisa torcida llena de dientes y de desdén, pelopincho casi al uno ligeramente inclinado, indicios de hipertrofia muscular en un jersey más que ceñido, mirada entre fiera y despreciativa. Mientras hablábamos y comíamos me fijaba en ellos por el rabillo del ojo. Él se pasó la comida jugueteando con el móvil mientras ella comía mirando al plato fijamente. Antes de los postres llegó otro chico a su mesa. Misteriosamente, él guardó el móvil, saludó al recién llegado afectuosamente y a partir de ahí se pasó el resto de la comida hablando y sonriendo con sus dos compañeros de mesa. De paso arruinó mi casposo análisis sociológico de andar por casa. Gracias.
el escaño de zapatero
Dentro de la campaña "levántate contra la pobreza", los activistas de 4 gatos se han inventado -fílmicamente- una incursión al Congreso de los Diputados para robar el escaño de Zapatero y dejarle una nota ("levántate contra la pobreza"). Está tan bien hecho que en un primer visionado uno se cree que realmente lo han hecho. Claro que en una segunda vuelta hay varios detalles que cantan, en especial en lo que se refiere al raccor del vídeo. Eso sí, se pasa un buen rato.
Dentro de la campaña "levántate contra la pobreza", los activistas de 4 gatos se han inventado -fílmicamente- una incursión al Congreso de los Diputados para robar el escaño de Zapatero y dejarle una nota ("levántate contra la pobreza"). Está tan bien hecho que en un primer visionado uno se cree que realmente lo han hecho. Claro que en una segunda vuelta hay varios detalles que cantan, en especial en lo que se refiere al raccor del vídeo. Eso sí, se pasa un buen rato.