Ayer, cenando tras la inauguración de c en Ad Hoc, y haciendo tiempo antes del concierto de vetiver en el Vade, tuvimos una típica discusión en la que aparentemente todo el mundo cree firmemente en su postura, mientras de fondo se adivina la intención de entregarse al juego de un poco hablar por hablar y otro poco intentar superar al adversario a base de esgrima dialéctica. Fue divertido. Mis oponentes defendían la tesis de que la llegada de los americanos a la luna fue cuando menos dudosa, y de que todo el rollo de la carrera espacial era una inmensa manipulación mediática muy propia de la guerra fría. Situado en el bando contrario, defendía la posición de la NASA en la historia ésta y trataba de desmentir los rumores típicos, que si nunca llegaron, que si la escena famosa presenta incoherencias físicas, que si Stanley Kubrick rodó la escena aprovechando los sobrantes de 2001, una odisea en el espacio, etc. Evidentemente nadie convenció al otro. Tablas. Sin embargo, tras sacar el tema de la marine norteamericana a la que le han colocado un brazo biónico tras perderlo en un accidente de moto -yo había entendido otra cosa-, observé que en este caso, se creaba un silencio respetuoso y admirativo hacia los avances científicos. Me dio rabia no poder enseñar esta foto:
(Al hilo de la conversación pensé en la tesis de Max Weber de hace ya un siglo: el proceso de racionalización experimentado a partir de la Ilustración ha producido un desencantamiento radical del mundo; la aplicación del método científico a todos los ámbitos de la actividad humana ha dado lugar una época horriblemente inhumana, como si todo el programa racionalista albergara en su seno una irracionalidad monstruosa.)
Hablando de cyborgs y de clones y de robots y de cosas por el estilo llegamos a una conclusión: casi todas las fantasías de los escritores de ciencia ficción del siglo XX se han hecho realidad o están a punto de hacerlo (en realidad pensábamos en Ray Bradbury Philip K. Dick). Y el mundo en el que tienen lugar es el nuestro. Entre trozo de tortilla masticado y sorbo de cerveza bebido, hubo un momento en el que experimentamos -creo- una especie de escalofrío colectivo. Luego, Andy Cabic y los suyos -vetiver- nos devolvieron temporalmente cierta fe en el nuestro tiempo.
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