Tras el 11-S el mundo en el que vivimos se ha vuelto un lugar increíblemente peor de lo que ya era. Slavoj Zizek analiza desde las posiciones del psicoanálisis lacaniano y del análisis marxista la herencia de los atentados contra las Torres Gemelas con una perspicacia y lucidez exquisitas. Lo primero que nos dice es "no hay choque de civilizaciones". En realidad lo que hay es un conflicto entre el capitalismo global y sus propios excesos, similar -en términos psicoanalíticos- al que dio lugar a la aparición del nazismo y de los fascismos europeos en la década de los treinta. Su libro, trufado de brillantes referencias cinematográficas -en especial a los westerns y a la ciencia ficción- reparte palos entre la derecha populista neoconservadora que ha tomado el control de la acción política y la izquierda derrotista que ha abandonado el espacio del poder, paralizada por sus propias dudas, corroída por los males de la posmodernidad: la ironía, el cinismo, la distancia con respecto a sus propias posiciones, incapaz de articular un gran relato que le sirva para defender todo aquello por lo que luchó a lo largo del siglo XX. Ésto cuando no se ha entregado directamente a los brazos del centro-liberal y su práctica de la no-política, limitándose a una escueta gestión administrativo-económica, escondiendo la cabeza cobardemente ante los durísimos encontronazos con la realidad del siglo XXI: las corrientes migratorias masivas, los retos de la biogenética, los desafíos de la interculturalidad, las relaciones con las potencias emergentes como China o India, la regulación del trabajo en la era del capitalismo global, la violencia extrema en Oriente Próximo o el terrorismo difuso a escala planetaria. Un libro que nos obliga a pensar y a plantearnos si de veras pensamos quedarnos parados indefinidamente a rebufo de las decisiones de las derechas populistas, a observar como el mundo es pasto de los delirios imperiales de los neocon norteamericanos, a permanecer impasibles mientras nuestro planeta se convierte en un escenario en el que sólo hay dos clases de personas: los ciudadanos con derechos y los "homo sacer" que describió Agamben, "los que sobran", los que mueren en masa ante la indiferencia generalizada, en Ruanda, Mozambique, Chechenia, Líbano, Palestina, etc, etc, víctimas de una geopolítica dominada por los intereses económicos de una minoría multimillonaria que se mueve a sus anchas dándole el poder a fantoches tipo Saddam Hussein u Osama Bin Laden y tratando de quitárselo después cuando se les han ido de las manos.
Increíblemente agudo y provocador, mezclando cine, filosfía y psicoanálisis, Zizek resulta un vigorosísimo estímulo intelectual, un incendiario que propone retomar la acción, liquidar de una vez nuestra era postpolítica y recuperar el sentido de las grandes palabras y la pasión por lo real.
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lo trágico es que la única fuerza política que sigue "viva" hoy en día es la derecha populista. Cuanto más jugamos al juego de dejar vacío el espacio de poder, de aceptar la brecha entre este espacio y nuestra ocupación del mismo (que es la brecha misma de la castración) ¿no nos convertimos todos en "fideles castros", en fieles a la castración? Aparte de la anémica administración económica, la principal función del centro liberal-democrático es la de garantizar que nada ocurra de verdad en la política: la democracia liberal es el partido del no-acontecimiento.
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Por decirlo en términos nietzschecianos (tal y como son interpretados por Deleuze): hoy en día la derecha populista actúa, marca el paso, determina la problemática de la lucha política, y el centro liberal se ve reducido a una "fuerza reactiva": en última instancia se limita a sí mismo a reaccionar contra las iniciativas de la derecha poopulista, ya sea oponiéndose a ellas desde un posicionamiento izquierdista impotente, ya traduciéndolas al lenguaje liberal aceptable.
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