En la Nueva Inglaterra de los años cincuenta una pareja vuelve al pequeño pueblo del que la protagonista salió huyendo siete años atrás tras abandonar a su entonces marido por su cónyuge actual. El pueblo es una especie de colonia de seudoartistas y seudointelectuales que vegetan al margen de la realidad en una vida entregada a la banalidad más absoluta bajo la coartada de ciertas ínfulas artísticas. Partiendo de este marco social, Mary McCarthy describe sin piedad la vida en ciertos círculos bohemios de la norteamérica rooseveltiana. Gentes semiacomodadas, que viven de rentas exiguas, entregadas a pequeños trabajos veraniegos que garanticen su supervivencia el resto del año, convencidos de estar fuera de la moral convencional burguesa y seguros de practicar un estilo de vida alternativo, se muestran aquí como uno de los peores subproductos de esa norteamérica acomodada que muere de aburrimiento en los relatos de John Cheever. En efecto, entregados de forma superficial al cultivo de sus tendencias "artísticas", ninguno de los protagonistas -excepto la narradora, trasunto probable de la propia McCarthy- tiene el valor o el talento para dar el paso y entregarse a la tarea real de ser un verdadero artista. Todos practican una doble moral en la que las apariencias son tan importantes como en la más burguesa de las sociedades mientras se entregan a un dejarse llevar regado por generosas dosis de alcohol que termina por convertirlos en personas odiosas. Su ocio absoluto, su huída de lo real, su vida anestesiada, su autocomplacencia, el estancamiento cenagoso de sus vidas, la asunción acrítica de los peores defectos de la moral burguesa y de la vida "bohemis" contribuye a una descripción despiadada de unos seres que, debido a su indefinición y a sus pretensiones de superioridad respecto a la gente "normal" acaban por volverse absolutamente odiosos.
La narración de todas estas vidas que pululan alrededor de la de los protagonistas y la lucidísima y penetrante descripción psicológica de cada uno de los personajes hacen del libro una auténtica joya que uno disfruta intensamente. La autora, amiga íntima de Hanna Arendt -hay un libro que recoge la correspondencia de décadas entre ambas, entre amigas-, dibuja una mirada escéptica y desencantada sobre la condición humana, sobre el sentido de las elecciones vitales, sobre la capacidad para el autoengaño y la mentira, y la imposibilidad de vivir sin traicionarse constantemente a uno mismo y a los demás. El amor, la amistad, la verdad en las relaciones personales, juguetes frágiles en manos de esa pandilla de irresponsables egoístas que somos cualquiera de nosotros. Maravilloso.
[Los personajes en una cena hablan de la religión y del papel de ésta en la sociedad. Uno de ellos habla de que debe llenar un vacío. La protagonista -Martha- defiende que si hay un vacío real es un hueco necesario en la vida y no se puede rellenar como un pollo. Ante ésto, otro de los personajes se dirige hacia ella]
-Pero ustedes son dos personas superiores -dijo Jane pensativa-. Tomemos a la persona ordinaria. Tomemos a Sylvia, mi mujer de la limpieza...
-No admito ésto -dijo Martha-. Yo soy una persona ordinaria.
Todo el mundo se echó a reír ante el tono de superioridad con que lo dijo.
-Vamos Martha, dijo Jane, bostezando y arreglándose el pelo-. Todos sabemos que somos superiores a la gente ordinaria, mentalmente, en todo caso, y que vivimos vidas más interesantes. No necesitamos la religión. Tenemos los libros y los cuadros y la música. No necesitamos ir a la iglesia para recibir un estímulo espiritual. Y lo mismo ocurría en Roma: el cristianismo era una religión de esclavos.
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