6 de xan. de 2006

franz kafka, aforismos de Zürau
Entre septiembre de 1917 y abril de 1918 Franz Kafka, enfermo de tuberculosis, pasa ocho meses en la casa de su hermana Ottla en Zürau, en plena campiña bohemia. Atormentado por la vida que llevaba en Praga, encuentra en la enfermedad una excusa perfecta para huir de todo lo que le rodea (su trabajo, su familia, su posible boda, la propia ciudad). Cuenta Roberto Calasso en el epílogo (el capítulo 15 de su novela K): "nunca como en los meses de Zürau se tiene la impresión de que Kafka se haya encontrado a gusto. Sólo allí consigue huir de todo: de la familia, de la oficina, de las mujeres. Son las principales potencias que desde siempre lo persiguen". La lectura de los aforismos hace que uno esboce cierta mueca de incredulidad ante esta afirmación. Graves, heridos por un sentido increíblemente profundo de lo absurdo de la condición humana, obsesionados por conceptos bíblicos como la pérdida del paraíso, la culpa o el pecado, reincidentes de manera obsesiva en sus demonios personales, los aforismos caen como cuchillas sobre el lector. Algunos tienen sólo tres o cuatro palabras, otros se desarrollan casi a lo largo de veinte líneas. La sensación que dejan es la misma con la que uno termina de leer "el proceso", "la metamorfosis" o "el castillo" -confieso no haber leído ningún otro libro de Kafka-: la de encontrarse ante un artefacto literario prodigioso que trasciende la propia literatura para señalar algunos de los abismos a los que se asoma el hombre moderno como la soledad, la incomunicación, o la incapacidad para tomar las riendas de la propia vida, dominada ésta por fuerzas invisibles sobre las que no es posible interferir.






13


Una primera señal de conciencia incipiente es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable; otra, inalcanzable. Ya no nos avergonzamos de querer morir; pedimos ser trasladados de la vieja celda, que odiamos, a una nueva, que apenas aprenderemos a odiar. Un resto de fe continúa operando, por si acaso durante el transporte apareciera el Señor por el pasillo, mirara al prisionero y dijera: "A éste ya no lo vuelvan a encerrar. Éste viene conmigo".


69


En teoría existe una posibilidad perfecta de felicidad: creer en lo indestructible dentro de uno mismo y no aspirar a ello.


95


A veces el Mal está en la mano como una herramienta; reconocida o no, permite sin objeciones que se le deje a un lado, si se tiene la voluntad de hacerlo.

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