3 de xuño de 2005

recta final: un incidente
Ayer por enésima vez, le quité un móvil a un alumno en clase. Después de un forcejeo inicial algo ridículo me lo entregó refunfuñando y pidiéndome que se lo devolviera que le hacía muchísima falta. No se lo devolví. Hoy volvió a por él. Al ver que tampoco se lo iba a entregar fue calentándose progresivamente, y, desde su metro ochentaycinco, la verdad es que no resultaba muy gracioso verlo así. Después de un "intercambio de impresiones" se marchó amenazando con entrar en clase por las malas y coger lo que era suyo.

(Cojo aire; en el momento inspiré muy profundamente)

Primera idea: llamar a su casa y dar cuenta del incidente. Hablar con la dirección y proponer una bonita expulsión temporal.
Segunda idea: hablar con la orientadora del centro, indagar a qué puede venir la escena.

Escojo la segunda idea. Hablo con la orientadora. El panorama que me pinta me pone la piel de gallina. Después de la descripción de daños, me dice "no llames, habla con él a solas. Sé firme pero conciliador. Negocia. Por favor."

Cojo aire, de nuevo. Me acerco a él, serio pero cuidando el tono. Lo cito a última hora al salir de clase. Hablamos. Hablo. Soy franco y le comento las dos ideas que pasaron por mi cabeza, le digo que no entiendo su actitud, y, que , aunque no se lo crea, que sé que es buena persona, que no comprendo esos raptos de ira (aquí miento, sí los comprendo: sé cosas). Respuestas. Un clásico, "se me va la olla"; otro clásico "tienes razón , no sé controlarme, no consigo controlarme"; un final, "lo siento de veras", hay un punto de rotura en su voz que hace que me lo crea. Epílogo, "¿me devuelves el móvil?". Dudo, un segundo, dos, tres. Mierda. Se lo devuelvo. Se va. Me siento mal. Me siento gilipollas. ¿Ha hecho conmigo lo que ha querido?

[Llego a casa. En El País una carta al director recordando la respuesta de Gramsci a la inflexibilidad de la democracia cristiana en el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Decía algo así que la vida de una persona debe prevalecer sobre las "grandes ideas abstractas", que de vez en cuando, aunque sea incoherente, contradictorio, paradójico y posiblemente tenga consecuencias negativas, es conveniente librarse de esos "grandes principios" y emporcarse con la realidad. Siempre que esté en juego la vida de un hombre.]

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