crónica de la insignificancia
ayer noche, cenando en el puerto de moaña, en un sitio que tiene una terraza sobre la playa de "o con" (el maruxía), podía verse vigo, desdibujado por la niebla, al final del mar en calma de la ría como una aparición fantasmagórica; una estamapa de una frialdad y una sensación de lejanía extrañamente commovedoras; viendo para este paisaje como cristalizado, la sensación turbadora de estar casi detenido en el tiempo, recordé algunos fragmentos de los libros de scott fitzgerald o de richard ford en los que los portagonistas observan fascinados la línea de costa de manhattan desde algún lugar desolado en connecticut o new canaan o algún otro sitio con nombres así como resultado de una mezcla de religiosidad europea y cultura india autóctona: de pronto era como si salieran del río de sus vidas y tuvieran la suerte o la desgracia de pararse unos instantes a verla como un todo en la imagen alucinada del monstruo urbano que se alzaba frente a ellos; esa sensación me acompañó al salir del local, ya de noche, con el frente de vigo observándonos como si fuera una vía láctea multicolor, puntitos titilantes a una distancia sideral; al coger el coche, la carretera casi despejada de tráfico, encontramos un accidente recién producido casi delante de nosotros, cerca ya del puente de rande; desde mis cien metros de distancia se podía observar un camión echado a un lado de la calzada y a otro coche perpendicular a él, cruzado en medio; por la acera de nuestro lado la gente corría hacia el lugar del accidente, visiblemente excitada, diciéndose "vamos a ver que pasó", rompiendo la calma cristalizada de la noche con su curiosidad malsana; cuando por fin despejaron la calzada seguía habiendo un remolino de figuras fascinadas alrededor de los coches accidentados; clavé la mirada en la franja oscura entre las dos líneas de la carretera y me negué a ver nada, como alejándome de puntillas del escenario de la tragedia;
desde el puente de rande, la belleza de la noche era insoportable
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