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Winner se había pasado los seis últimos años "en el campo", guardando armas bien engrasadas en cajas de aluminio. Había escondido alijos en cuevas y pozos, y otros los había enterrado sin más. Por todo el país, las armas y la munición yacían acurrucadas a la espera de la Tercera Guerra Mundial. Winner era uno de los muchos soldados que ponían cerco a un futuro horrible. Informaba a sus superiores sobre los escondites dos veces al año, una en Ohio y otra en un pueblo pantanoso de Luisiana
- Tenemos gasolina y agua, comida y armas -dijo-. ¡Con una ametralladora no van a mamonear!
- ¿Quienes, Winner?
- ¡Los putos rojos y los mutantes, esos! Si tienes comida y armas, todo el mundo las querrá. Los mutantes, los primeros, porque los putos rojos tardarán un tiempo en llegar aquí. Y tendrán que esperar a que la cosa se calme. El primer par de años será un pifostio.
- Pero tú no.
- ¡Afirmativo, cojones! Soy un patriota. Tengo mi máscara antigás y mi M-16. Estoy alerta.
- ¿Por los rojos?
- ¡Por las mujeres! -rugió, y me machacó el pecho.
Winner se lanzó a una diatriba anticomunista que englobaba al mundo entero. Todos los países estaban compinchados contra nosotros. Querían nuestro dinero, a nuestras mujeres y nuestras motos. Un día de estos nos arrasarían con varios centenares de cohetes, una bandada de pájaros letales de camino al oeste para pasar el invierno. Solo se librarían las tiendas de motos y las colegialas.
[...]
- Eh, Winner. ¿Quiénes estais en todo esto?
- Para empezar, mis hermanos y yo. En el este sois todos granjeros. ¿Por qué cojones eres tan cotilla?
- Igual tenéis sitio para uno más.
[...]
- Lo siento, chico -dijo-, pero es justo de lo que va la cosa.
- ¿De qué?
- Nosotros.
Esta sigue siendo la palabra más espeluzante que he oído pronunciar tras toda una vida conversando con extraños. Uno podía eludir los calificativos, encogerse de hombros ante la escatología. Pero ese "nosotros" era escalofriante. Nosotros significaba linchamientos y violaciones en grupo, quema de libros y genocidio. Nosotros era sinónimo de control, la satisfacción nefasta de la veracidad reflejada en un espejo corroído. "Nosotros" implicaba un "ellos", y todos los ellos eran carne de cañón. Aristóteles sentó el precedente: "Hay griegos y hay esclavos".
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