Pasiones del water
Hay personas que por comodidad, por prudencia, por religión, por avaricia evitan quedar a merced de las pasiones amorosas. Esas personas o se entregan de manera compensatoria a las obsesiones adquisitivas –dinero (no sólo los avaros), propiedades, bienes, honores, erudición, saber (“la naturaleza del ser humano es desear el saber”, Aristóteles)- o crean un rígido sistema de protección moralista y deontológico; el deber principal es evitar, cueste lo que cueste, la influencia nefasta del amor carnal –el deseo esclaviza, la ascesis libera. Montaigne se enorgullecía de ser poco proclive a las pasiones violentas –“tengo una sensibilidad naturalmente grosera y la vuelvo aún más espesa y empedernida por medio de razonamientos diarios”. El supremo placer físico de esas personas es defecar. Defecar alivia, es placentero, es saludable, es seguro, es barato, es inocente, es natural, es higiénico, sobre todo si después uno puede lavarse con jabón en el bidé. Y también puede ser educativo e intelectualmente excitante –son incontables los que adoran leer y meditar cuando están descargando los intestinos en el retiro secreto y calmante de su baño. Lutero concibió las más importantes de sus 95 Tesis revolucionarias, que lo hicieron la mayor figura de la Reforma protestante, sentado en la taza del excusado. Mi pasión es la mujer.
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