En esta dirección [conquistar la desligazón, el fin de todos los lazos, la ausencia de sí del desligado], el siglo ha sido más profundamente marxista de lo que imaginaba, según un Marx emparentado con Nieztsche, el Marx que anuncia en el Manifiesto el fin de todas las viejas costumbres, es decir, el fin de los viejos lazos de obediencia y estabilidad. La temible fuerza del capital consiste en disolver los contratos más sagrados, las alianzas más inmemoriales, en las "aguas heladas del cálculo egoísta". El capital dicta el fin de una civilización fundada en el vínculo. Y es indudable que el siglo XX busca, más allá de la fuerza meramente negativa del capital, un orden sin vínculos, un poder colectivo desligado, para devolver a la humanidad su verdadera potencia creativa. De allí las palabras clave, que son las de Saint John Perse: violencia, ausencia, errancia.
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De dónde puede surgir un "nosotros" que no esté sometido al ideal del "yo" fusional y cuasi militar que ha dominado la aventura del siglo, un "nosotros" que vehicule libremente su disparidad inmanente y, no obstante, no se disuelva. ¿Qué quiere decir "nosotros" en tiempos de paz y no de guerra? ¿Cómo pasar del "nosotros" fraternal de la epopeya al "nosotros" dispar del "juntos", sin abandonar jamás la idea de que haya un "nosotros"? Continúo, yo también, en ese interrogante.
Alan Badiou, El siglo
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