ceremonia
Voy el fin de semana a la boda de un familiar. El ritual es el tradicional, entendido como tal la secuencia misa-fotos-comida pantagruélica-barra libre-bailes. Miro el proceso desde fuera, intentando desentrañar sus claves entre canción y canción en la iglesia, entre canapé y canapé en el restaurante. Pienso en Levi-Strauss: el rito es la ceremonia que nos permite acceder al mito. El rito da vida a una narración. O al menos la escenifica. Entre copa y copa pienso, la capacidad de atracción de ésto consiste en que está montado como una obra de teatro. Todo el mundo es, a la vez, actor y público. Las ceremonias son los pocos instantes de la existencia en los que uno se sabe el guión, se guía por un argumento que ya está escrito. Se siguen los pasos de otros pero a la manera propia. La repetición nos reconforta. El ritual nos permite ser actores interpretándonos a nosotros mismos. Durante la comida una miniorquesta de tres anima la fiesta. Lo rocambolesco y el esperpento son parte fundamental del proceso. Un fotógrafo da órdenes, a modo de regidor, a modo de director de escena. La gente profiere "viva los novios" y "que se besen" y se aplaude a sí misma. Los actores se felicitan entre ellos. Los protagonistas son una excusa. El ritual se estira en una tarde interminable en la que la gente come como si el mundo estuviera al borde de algo grave. Se simula inicialmente la ebriedad como paso previo a su entrega a ella. Hay ancianos bailando con chicas jóvenes y abuelas que se entregan al pasodoble con adolescentes imberbes. En esta ceremonia que persigue la perpetuación del orden social existente se suspenden temporalmente algunas convenciones y aparentemente se permite cierto exceso que habitualmente es censurado. Como no sé que hacer hago fotos. Me escondo tras la cámara y disfruto al modo voyeur del caos bajo control, del exceso medido que sanciona la entrada a la existencia ordenada de la vida en pareja para dos personas. El rito, sin embargo, ya no tiene substancia. Es puro fuego de artificio que trata de encubrir de forma chillona la muerte por putrefacción del mito del matrimonio, del mito del amor para toda la vida. Vivan los novios. Brindemos.
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