23 de feb. de 2009

a una semana de las elecciones

[Sobre el rasgo revolucionario y sin precedentes de la democracia]
El lugar del poder se convierte en un lugar vacío. Es inútil insistir sobre el detalle del dispositivo institucional. Lo esencial es que les está prohibido a los gobernantes apropiarse, incorporarse el poder. Su ejercicio se somete al procedimiento de una revisión periódica. Se lleva a cabo al término de una competencia regulada, cuyas condiciones se preservan de forma permanente. Este fenómeno implica una institucionalización del conflicto. Vacío, inocupable -de tal modo que ningún individuo ni ningún grupo pueden serle consustanciales-, el lugar del poder se muestra como aquel al que no puede darse una determinada figura. Sólo son visibles los mecanismos de su ejercicio, o los hombres, simples mortales que poseen la autoridad política. Nos equivocaríamos si consideráramos que el poder se aloja en lo sucesivo dentro de la sociedad por el hecho de que emana del sufragio popular; el poder sigue siendo la instancia en virtud de la cual la sociedad puede ser concebida en su unidad y se relaciona consigo misma en el espacio y en el tiempo. Pero esta instancia no se refiere ya a un polo incondicionado, señala una separación entre el interior y el exterior de lo social que, sin embargo, instituye su relación. Aquella instancia se hace reconocer tácitamente como puramente simbólica.

(Claude Lefort, la incertidumbre democrática, pág. 47)


La conclusión del texto nos lleva a que el principal enemigo de la democracia es aquel agente que pretende ser el ocupante legítimo del lugar del poder. Aquellos que creen que les corresponde por alguna clase de derecho anterior a la instauración de la propia democracia. Si pienso un poco en los partidos que se presentan a las próximas elecciones, caigo en la cuenta de que los modos de alguno de ellos revelan a quien se cree el ocupante natural de ese lugar del poder. Durante los tiempos "buenos", basta simplemente con tenerlos controlados, con vigilarlos con distancia. Pero, si las cosas se ponen difíciles...

Cuando crece la inseguridad de los individuos como consecuencia de una crisis económica
, o de los destrozos de una guerra; cuando el conflicto entre las clases y los grupos se agudiza y no encuentra ya una resolución simbólica en la esfera política; cuando el poder parece caer en el plano de lo real y aparece como una cosa particular al servicio de los intereses y de los apetitos de vulgares ambiciosos, para decirlo brevemente: cuando se muestra dentro de la sociedad y al mismo tiempo ésta aparece fragmentada, entonces se desarrolla el fantasma del pueblo-uno, la búsqueda de una identidad sustancial, de un cuerpo social soldado a su cabeza, de un poder encarnador, de un Estado libre de división.

(Claude Lefort, la incertidumbre democrática, pág. 50)


Entonces, ay entonces.

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