La trascendencia de lo banal, una aproximación
La rendición incondicional hacia el ámbito de lo doméstico nos empequeñece de manera brutal. Es como si nos hubiéramos extraviado y sólo encontrásemos pistas acerca de nosotros mismos en el entorno de lo íntimo, en la ficción burguesa de lo privado. Me preocupa esta deriva que conduce las conversaciones hacia todos los temas menores del mundo. Siento que un equilibrio precario e inestable se ha roto en la dirección equivocada. Es como si, al envejecer, el mundo fuera interesándonos menos y experimentásemos con más intensidad la llamada de todas las preguntas sobre nosotros mismos en forma de menudencias cotidianas. A veces me veo en los demás y siento la rabia del que no ha desertado de nada porque nunca ha militado en ninguna causa. Está pasando algo silencioso y destructor por encima de nuestras vidas, algo que nos empuja imperceptiblemente al calor del hogar, a entronizar los rituales de lo doméstico como ceremonias de conexión con alguna clase de misterio sagrado. La vida dentro de casa se está convirtiendo en una especie de religión atea. Necesito mirar hacia el espacio común, sentir que la vida es más que la suma de los pequeños instantes que dedico a la supervivencia material. Dónde están los otros cuando se necesita pelear con ellos para medir las propias fuerzas. Dónde están las propias fuerzas en este interminable invierno de la voluntad. Dónde el espejo que nos diga con claridad lo insignificante que se vuelve la vida cuando sólo mira para sí misma. Dónde.
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