23 de nov. de 2008

acción y decisión
En la novela "el lector", Bernharnd Schlink pone en boca del narrador la siguiente reflexión.

A lo largo de mi vida, he hecho muchas veces cosas que era incapaz de decidirme a hacer y he dejado de hacer otras que había decidido firmemente. Hay algo mí, sea lo que sea, que actúa; algo que se pone en camino para ir a ver a una mujer a la que no quiero volver a ver más, que le hace a un superior un comentario que me puede costar la cabeza, que sigue fumando aunque yo he resuelto dejar de fumar, y deja de fumar cuando ya me he resignado a ser fumador para el resto de mis días. No quiero decir que el pensamiento y la decisión no influyan para nada en la acción. Pero la acción no se limita a llevar a cabo lo que he pensado y decidido previamente. Surge de una fuente propia, y es tan independiente como lo es mi pensamiento y lo son mis decisiones.

[Yo añadiría: ese algo que nos mueve a actuar, además, igual que nace en nosotros en algún momento puede enfermar, debilitarse o incluso llegar a morir.]

Me ha costado tiempo llegar a la conclusión de que pensar las cosas no basta. Hace falta una relación más intensa con el mundo que la simple contemplación distanciada para actuar en/sobre él. La idealización de la racionalidad conduce a un callejón sin salida en un trayecto que, encima, carece de interés, de épica, de dramatismo, o, siquiera, de un poco de misterio. Es como seguir una señal de tráfico de "carretera sin salida". Relacionarse con el mundo requiere un adiestramiento del que, me temo, carezco de forma casi total. Envidio a todos aquellos que, simplemente, actúan, sin tomas de decisión racionales, sin análisis previos de ningún tipo, empujados por esa relación de inclusión en la realidad que los convierte en parte del juego con naturalidad. Y no es una forma de inconsciencia lo que añoro, sino un modo de reventar los diques de contención que separan mi pensamiento de la realidad. Diques de contención levantados con tanto ahínco y energía que no sé por donde empezar a derribar. Envidio a todos aquellos capaces de materializar sus ideas o, al menos, de trasladarlas al terreno de juego de los hombres para pelearse por ellas. Envidio a los que se atreven a tirarse al vacío, sabiendo que llevarse una hostia siempre será mejor que permanecer preguntándose perpetuamente "que hubiera pasado sí...". Envidio a casi todos. Supongo.

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