la hoguera de las novedades
Tiempo ha, las cosas nuevas que llegaban a mis manos me producían algo que entonces creía parecido a la excitación. Un tipo de emoción relacionada con la posibilidad de ver cumplidos algunos deseos menores. Nada importante por su importancia en sí, pero sí significativo por lo que suponía en la línea recta de los días, por la curvatura que creaba en ellos. Digamos que ayudaba a que esos mismos días fueran como más largos, a que la sensación de tiempo perdido no fuera tan aguda. Hoy he encontrado algunas viejas listas de deseos -anteriores al siglo XXI- en una libretita verde. Al verlas me he sonreído y he recordado los días en los que dedicaba tiempo y esfuerzos a pensar en las cosas que quería adquirir y en como ese proceso, finalmente, siempre era más satisfactorio que la consecución real de los objetos. Internándome a gran velocidad en la edad del aburrimiento he ido dejando atrás las libretas y los deseos menores hasta un extremo que me sorprende a mí mismo. Algunos momentos importantes de mi vida estaban colgados de esas pequeñas expectativas y ahora, sus restos, cuando los pienso, me traen a la memoria otra sensación anterior que también he perdido definitivamente: el instante, de niño, en el que rasgaba el papel de regalo de mis cumpleaños de hace un millón de años. Pensando la relación entre ambas sensaciones y su desaparición hallo un denominador común. Pertenece a cierta constelación del espanto que va creciendo con fuerza acá adentro mientras casi todas las demás constelaciones se extinguen con lentitud.
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