Día de fiesta
Hoy no tenemos clase. Es uno de esos festivos inesperados que abren el día a una interminable variedad de cosas posibles para no hacer. Aún así me levanto temprano -para ser festivo- y me asomo al termómetro, siete grados, y siento un microscópico escalofrío de placer. Desayuno con más calma de lo habitual mientras enciendo el portátil y me río un poco con las tonterías éstas de la reina. En la televisión mañanera, la teletienda ha montado un campamento permanente, todo son ofertas de productos milagrosos para elevar el placer derivado del confort doméstico hasta el nivel de, como mínimo, el sexo manual. Me abrigo a conciencia y salgo a "hacer recados". Si pudiera, viviría de esta actividad. Meto varios cds que tengo a prueba en el coche, pongo la calefacción a una temperatura moderada y asisto al milagro tecnológico del desempañamiento instantáneo del parabrisas. Voy por la autopista hacia Vigo mientras el primer CD va pasando con holgura mis requisitos-básicos-para-que-me-guste-un-CD. A la altura del túnel de Candeán, sobre la canción número cinco, ya estoy entusiasmado. Llego a la ciudad y, como siempre, me sorprende el hervir de la gente por las calles durante los días laborales. Todo el mundo con prisa. Parezco un marciano llegado al planeta del estrés. Desde el coche las cosas de fuera pasan con lentitud y me gusta pararme en los semáforos. Hago algunos de mis recados rodeado de gente acelerada, mi tiempo interno va con tanta calma que me da la impresión de estar dentro de Matrix o de algún videojuego de esos como Max Payne o FEAR con movimiento a ultracámara lenta. Hace frío cada vez que me bajo del coche. Da igual todo. Hoy es día de fiesta, puedo perder el tiempo a manos llenas. Fiesta, que fantástica fantástica esta fiesta.
31 de out. de 2008
28 de out. de 2008
refundar el capitalismo sobre bases éticas
jajajaajajaajajajajajajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjajajajajaajajajajaja
jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaajajajajajajajajajajaj
aajajjajajajajajajajajajajajjajajajajajajajajjjajajajjajajajjajajjaj
va, venga, y después de éso, y ya que estamos, yo propongo:
- refundar la iglesia católica sobre bases éticas
- refundar la mafia sobre bases éticas
- refundar la banca sobre bases éticas
- refundar el tráfico de armas y de drogas sobre bases éticas
- ... (se admiten sugerencias)
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- refundar la mafia sobre bases éticas
- refundar la banca sobre bases éticas
- refundar el tráfico de armas y de drogas sobre bases éticas
- ... (se admiten sugerencias)
26 de out. de 2008
la revolución interior
En la vida de algunas personas, a veces, ocurre algo que va de dentro hacia afuera. Las coordenadas básicas en las que estaban inscritas sus emociones, de pronto, sufren una transformación. Ocurre una suerte de mudanza que, transcurrido un tiempo variable, deja como resultado a algo que podría ser una mezcla de lo que uno era y lo que va a ser más adelante. En el libro "el animal moribundo" de Philip Roth el protagonista habla de la segunda persona que todos llevamos con nosotros. No es la voz que habla dentro de nuestra cabeza ni el cuerpo que nos lleva, nos mece y dice con frecuencia que él es de verdad "yo". La segunda persona es la que se lleva los sufrimientos, la que se atraviesa con los éxtasis, la que arde y se consume y está perpetuamente en carne viva. Su vida íntima, tras cada revolución interior, se ve alterada por completo. Me interesa esa vida íntima de la segunda persona. Me interesa porque cada vez más soy más consciente de que lo único que merece la pena de uno mismo es aquello que está sin codificar, sin verbalizar, aquello que vive lejos de todos los intentos del lenguaje por llegar a él. Lo único que merece la pena de uno mismo es lo que resulta inasible, aquello que te hace ser un desconocido para tí mismo, aquello que te convierte en un salvaje territorio inexplorado. Aquello que es el motor de todas las revoluciones interiores. Incluso aunque esté medio gripado, es lo que nos queda para resistir a los intentos de alienación. La exterior, pero también la interior.
En la vida de algunas personas, a veces, ocurre algo que va de dentro hacia afuera. Las coordenadas básicas en las que estaban inscritas sus emociones, de pronto, sufren una transformación. Ocurre una suerte de mudanza que, transcurrido un tiempo variable, deja como resultado a algo que podría ser una mezcla de lo que uno era y lo que va a ser más adelante. En el libro "el animal moribundo" de Philip Roth el protagonista habla de la segunda persona que todos llevamos con nosotros. No es la voz que habla dentro de nuestra cabeza ni el cuerpo que nos lleva, nos mece y dice con frecuencia que él es de verdad "yo". La segunda persona es la que se lleva los sufrimientos, la que se atraviesa con los éxtasis, la que arde y se consume y está perpetuamente en carne viva. Su vida íntima, tras cada revolución interior, se ve alterada por completo. Me interesa esa vida íntima de la segunda persona. Me interesa porque cada vez más soy más consciente de que lo único que merece la pena de uno mismo es aquello que está sin codificar, sin verbalizar, aquello que vive lejos de todos los intentos del lenguaje por llegar a él. Lo único que merece la pena de uno mismo es lo que resulta inasible, aquello que te hace ser un desconocido para tí mismo, aquello que te convierte en un salvaje territorio inexplorado. Aquello que es el motor de todas las revoluciones interiores. Incluso aunque esté medio gripado, es lo que nos queda para resistir a los intentos de alienación. La exterior, pero también la interior.
21 de out. de 2008
partido gay heterosexual: vídeo de campaña
[Atención: este vídeo puede herir SU sensibilidad]
(Visto aquí)
[Atención: este vídeo puede herir SU sensibilidad]
(Visto aquí)
19 de out. de 2008
la política de los mierdas
Mientras ando por internet viendo miles de noticias y rumores en foros y blogs sobre que lo peor de la crisis está aún por llegar, mientras descubro que los bancos están obligados a provisionar el 100% de los créditos impagados al banco de España, lo cual supone en la práctica que si alguien no paga su hipoteca al banco éste debe adelantar el importe adeudado antes de 90 días en concepto de provisión que será reintegrado cuando se recupere el valor de la deuda, mientras flipo con el apocalipsis que se prevé para 2010 y los años de racionamientos que en algunos sitios pronostican hasta el 2018, mientras examino la gráfica de la cotización bursatil de ING direct la última semana y leo cómo los bancos islandeses han contraído deudas superiores a 70 veces su capitalización, mientras en alguna página de opinión sobre burbujas alguien dice que la deuda real de los Estados Unidos ronda los 365 billones de dólares, mientras tanto, por la tele sin voz sólo pasan anuncios de minipelis porno para los móviles y programas de crímenes perfectos con imágenes de cámaras de vídeo que graban atracos y asesinatos y actos de violencia gratuita, mientras tanto, en marca.com 235 personas insultan a lewis hamilton y rodri_espa dice haminton=perdedor G0 MASSA, mientras tanto al lado del ordenador una revista pone en letras mayúsculas CINE Y TERRORISMO y un dibujo de una mano con una pistola deja sitio a otra frase que pone TIRO EN LA CABEZA Jaime Rosales, va y se me ocurre una ocurrencia y me digo, ya sé, voy a fundar un partido político, se llamará Partido de la Gente de Mierda. Y entonces apago la tele y me digo, al menos eres coherente, que es lo único que se puede ser cuando ya no se puede ser ninguna otra cosa.
Mientras ando por internet viendo miles de noticias y rumores en foros y blogs sobre que lo peor de la crisis está aún por llegar, mientras descubro que los bancos están obligados a provisionar el 100% de los créditos impagados al banco de España, lo cual supone en la práctica que si alguien no paga su hipoteca al banco éste debe adelantar el importe adeudado antes de 90 días en concepto de provisión que será reintegrado cuando se recupere el valor de la deuda, mientras flipo con el apocalipsis que se prevé para 2010 y los años de racionamientos que en algunos sitios pronostican hasta el 2018, mientras examino la gráfica de la cotización bursatil de ING direct la última semana y leo cómo los bancos islandeses han contraído deudas superiores a 70 veces su capitalización, mientras en alguna página de opinión sobre burbujas alguien dice que la deuda real de los Estados Unidos ronda los 365 billones de dólares, mientras tanto, por la tele sin voz sólo pasan anuncios de minipelis porno para los móviles y programas de crímenes perfectos con imágenes de cámaras de vídeo que graban atracos y asesinatos y actos de violencia gratuita, mientras tanto, en marca.com 235 personas insultan a lewis hamilton y rodri_espa dice haminton=perdedor G0 MASSA, mientras tanto al lado del ordenador una revista pone en letras mayúsculas CINE Y TERRORISMO y un dibujo de una mano con una pistola deja sitio a otra frase que pone TIRO EN LA CABEZA Jaime Rosales, va y se me ocurre una ocurrencia y me digo, ya sé, voy a fundar un partido político, se llamará Partido de la Gente de Mierda. Y entonces apago la tele y me digo, al menos eres coherente, que es lo único que se puede ser cuando ya no se puede ser ninguna otra cosa.
15 de out. de 2008
la opinión como forma de impotencia
A veces algunas personas me dicen que no tengo sangre. Es una acusación recurrente, bien en su forma cruda, bien mediante variantes que tratan de ser más corteses pero igual de dolorosas. No tener sangre equivale a no tener carácter. A ser un cobarde que elude el enfrentamiento. A ser, según las condiciones, dueño de una opinión o de otra. A ser, en fin, la clase de persona que sólo sabe relacionarse con los demás dentro de los precarios límites del buen rollo. Muchas veces me he preguntado donde están las claves que hacen que alguien pase de no tener sangre a estar sobrado de ella. Cuáles son las situaciones que obligan a marcar la diferencia, a dar el salto de la actitud complaciente que, como mucho, juega con la ironía o el sarcasmo para eludir cobardemente el enfrentamiento, a la actitud combativa de defender la opinión propia, a encarnarse en ella más concretamente y pelearla llegando a donde haga falta.
Mi respuesta a esta pregunta al principio recurría a los manidos factores psicologizantes. Una infancia satisfactoria. Una adolescencia absurdamente retraída o antisocial. Una juventud desconcertada. Esas cosas. Sin embargo, los trozos, al ser unidos, no daban cuenta de toda la imagen. La parte faltante es, claramente, sociológica, o, mejor, también política, e incluso, educacional.
Cuanto mayor me hago más evidente me parece que mi generación, salvando honrosas excepciones, es víctima y cómplice simultáneamente de los planes de educación de la generación anterior (la ley educativa de 1970) y de la cosmovisión que resultaba dominante en el último tramo del franquismo. Es víctima por haber mamado dos ideas que saturaban el ambiente: 1)aquí no ha pasado nada los últimos cuarenta años y 2)somos un país católico, así que respetemos tres cosas: la patria, la familia y la autoridad. Pese a la rebelión de corte intelectual o al enfrentamiento racional de cada uno con toda esa herencia ideológica, lo cierto es que alguien ha hecho realmente bien su trabajo. Mi generación, la que vivió su infancia entre los años setenta y ochenta, es un fiel reflejo en lo que se refiere a la vida pública de esa forma de vida. Hemos interiorizado que nuestro sistema político es el menos malo de los posibles hasta el punto de obviar "lo político". Hemos interiorizado que el modelo de nuestros padres pareja-trabajo-casa-familia no está tan mal, aunque cada cual haya hecho pequeños reajustes privados. Y finalmente, en cuestiones realmente graves como debería ser el entregarse a la recuperación de un idioma -el gallego, claro- sometido a un brutal proceso de liquidación desde la infancia de nuestros padres, hemos sido cómplices por omisión, por no querer complicarnos la vida. Somos los hijos perfectos del franquismo. La generación domesticada por completo. Los conservadores totalmente cínicos que en privado se creen mejores que sus padres. Los pequeños burgueses que aspiran a las soluciones individuales y que se consideran las honrosas excepciones a todas las normas. Somos unos mierdas y hemos encontrado en internet y los blogs y las redes sociales el mundo indoloro, incoloro, e irreal adecuado a nuestra falta de sangre y a nuestra incapacidad para tratar de articular la realidad entrando en conflicto con los que no están de acuerdo con nosotros. Opinamos porque no queremos pringarnos con lo real. Escribimos en blogs con nicks gilipollas porque no nos atrevemos a liarnos en combates dialécticos en los que se nos vaya algo. Hemos renunciado y creemos que no. Quiero creer que hay una salida honrosa.
A veces algunas personas me dicen que no tengo sangre. Es una acusación recurrente, bien en su forma cruda, bien mediante variantes que tratan de ser más corteses pero igual de dolorosas. No tener sangre equivale a no tener carácter. A ser un cobarde que elude el enfrentamiento. A ser, según las condiciones, dueño de una opinión o de otra. A ser, en fin, la clase de persona que sólo sabe relacionarse con los demás dentro de los precarios límites del buen rollo. Muchas veces me he preguntado donde están las claves que hacen que alguien pase de no tener sangre a estar sobrado de ella. Cuáles son las situaciones que obligan a marcar la diferencia, a dar el salto de la actitud complaciente que, como mucho, juega con la ironía o el sarcasmo para eludir cobardemente el enfrentamiento, a la actitud combativa de defender la opinión propia, a encarnarse en ella más concretamente y pelearla llegando a donde haga falta.
Mi respuesta a esta pregunta al principio recurría a los manidos factores psicologizantes. Una infancia satisfactoria. Una adolescencia absurdamente retraída o antisocial. Una juventud desconcertada. Esas cosas. Sin embargo, los trozos, al ser unidos, no daban cuenta de toda la imagen. La parte faltante es, claramente, sociológica, o, mejor, también política, e incluso, educacional.
Cuanto mayor me hago más evidente me parece que mi generación, salvando honrosas excepciones, es víctima y cómplice simultáneamente de los planes de educación de la generación anterior (la ley educativa de 1970) y de la cosmovisión que resultaba dominante en el último tramo del franquismo. Es víctima por haber mamado dos ideas que saturaban el ambiente: 1)aquí no ha pasado nada los últimos cuarenta años y 2)somos un país católico, así que respetemos tres cosas: la patria, la familia y la autoridad. Pese a la rebelión de corte intelectual o al enfrentamiento racional de cada uno con toda esa herencia ideológica, lo cierto es que alguien ha hecho realmente bien su trabajo. Mi generación, la que vivió su infancia entre los años setenta y ochenta, es un fiel reflejo en lo que se refiere a la vida pública de esa forma de vida. Hemos interiorizado que nuestro sistema político es el menos malo de los posibles hasta el punto de obviar "lo político". Hemos interiorizado que el modelo de nuestros padres pareja-trabajo-casa-familia no está tan mal, aunque cada cual haya hecho pequeños reajustes privados. Y finalmente, en cuestiones realmente graves como debería ser el entregarse a la recuperación de un idioma -el gallego, claro- sometido a un brutal proceso de liquidación desde la infancia de nuestros padres, hemos sido cómplices por omisión, por no querer complicarnos la vida. Somos los hijos perfectos del franquismo. La generación domesticada por completo. Los conservadores totalmente cínicos que en privado se creen mejores que sus padres. Los pequeños burgueses que aspiran a las soluciones individuales y que se consideran las honrosas excepciones a todas las normas. Somos unos mierdas y hemos encontrado en internet y los blogs y las redes sociales el mundo indoloro, incoloro, e irreal adecuado a nuestra falta de sangre y a nuestra incapacidad para tratar de articular la realidad entrando en conflicto con los que no están de acuerdo con nosotros. Opinamos porque no queremos pringarnos con lo real. Escribimos en blogs con nicks gilipollas porque no nos atrevemos a liarnos en combates dialécticos en los que se nos vaya algo. Hemos renunciado y creemos que no. Quiero creer que hay una salida honrosa.
11 de out. de 2008
38
Este verano pasado estuvimos un par de semanas en Saint Tropez. Por las mañanas amanecían siempre unos días frescos que, a medida que avanzaban las horas, iban cogiendo temperatura progresivamente. Desayunábamos en una terraza pequeña en la que íbamos poniendo las cosas sobre la mesa hasta que no quedaba sitio para nada, momento en el cual deteníamos el proceso. Un espectáculo. Recuerdo en especial el café que utilizábamos, uno de esos nescafés instantáneos en sus variedades arábica y colombia que indefectiblemente generaban un debate sobre cual era mejor. Los desayunos se alargaban entre bostezos y gruñidos y risas, como algo que fluyera con mucha calma y sin preocupaciones. Después del viaje, los botes de café quedaron a medias y terminaron en mi casa. Algunos días en los que no me apetece poner la cafetera recurro a los instantáneos que volvieron de Saint Tropez. Y cuando abro el bote de arábica me pasa algo raro, estoy aquí en octubre y allí en Julio simultáneamente y por el suelo de mi cocina aparecen algunas hojas caídas de las plantas que rodeaban nuestra terraza y el aire otoñal que entra por la ventana que da a la avenida del aeropuerto se revuelve con las fragancias mediterráneas del sur de Francia y en los segundos que dura la ilusión olfativa que posibilita este entrecruzamiento del espacio-tiempo soy consciente de algo que después, al cerrar el bote de café, se desvanece con violencia mientras vuelvo al tedio del aquí y ahora. Y entonces digo, qué fue éso. Qué. Qué.
Este verano pasado estuvimos un par de semanas en Saint Tropez. Por las mañanas amanecían siempre unos días frescos que, a medida que avanzaban las horas, iban cogiendo temperatura progresivamente. Desayunábamos en una terraza pequeña en la que íbamos poniendo las cosas sobre la mesa hasta que no quedaba sitio para nada, momento en el cual deteníamos el proceso. Un espectáculo. Recuerdo en especial el café que utilizábamos, uno de esos nescafés instantáneos en sus variedades arábica y colombia que indefectiblemente generaban un debate sobre cual era mejor. Los desayunos se alargaban entre bostezos y gruñidos y risas, como algo que fluyera con mucha calma y sin preocupaciones. Después del viaje, los botes de café quedaron a medias y terminaron en mi casa. Algunos días en los que no me apetece poner la cafetera recurro a los instantáneos que volvieron de Saint Tropez. Y cuando abro el bote de arábica me pasa algo raro, estoy aquí en octubre y allí en Julio simultáneamente y por el suelo de mi cocina aparecen algunas hojas caídas de las plantas que rodeaban nuestra terraza y el aire otoñal que entra por la ventana que da a la avenida del aeropuerto se revuelve con las fragancias mediterráneas del sur de Francia y en los segundos que dura la ilusión olfativa que posibilita este entrecruzamiento del espacio-tiempo soy consciente de algo que después, al cerrar el bote de café, se desvanece con violencia mientras vuelvo al tedio del aquí y ahora. Y entonces digo, qué fue éso. Qué. Qué.
9 de out. de 2008
la hoguera de las novedades
Tiempo ha, las cosas nuevas que llegaban a mis manos me producían algo que entonces creía parecido a la excitación. Un tipo de emoción relacionada con la posibilidad de ver cumplidos algunos deseos menores. Nada importante por su importancia en sí, pero sí significativo por lo que suponía en la línea recta de los días, por la curvatura que creaba en ellos. Digamos que ayudaba a que esos mismos días fueran como más largos, a que la sensación de tiempo perdido no fuera tan aguda. Hoy he encontrado algunas viejas listas de deseos -anteriores al siglo XXI- en una libretita verde. Al verlas me he sonreído y he recordado los días en los que dedicaba tiempo y esfuerzos a pensar en las cosas que quería adquirir y en como ese proceso, finalmente, siempre era más satisfactorio que la consecución real de los objetos. Internándome a gran velocidad en la edad del aburrimiento he ido dejando atrás las libretas y los deseos menores hasta un extremo que me sorprende a mí mismo. Algunos momentos importantes de mi vida estaban colgados de esas pequeñas expectativas y ahora, sus restos, cuando los pienso, me traen a la memoria otra sensación anterior que también he perdido definitivamente: el instante, de niño, en el que rasgaba el papel de regalo de mis cumpleaños de hace un millón de años. Pensando la relación entre ambas sensaciones y su desaparición hallo un denominador común. Pertenece a cierta constelación del espanto que va creciendo con fuerza acá adentro mientras casi todas las demás constelaciones se extinguen con lentitud.
Tiempo ha, las cosas nuevas que llegaban a mis manos me producían algo que entonces creía parecido a la excitación. Un tipo de emoción relacionada con la posibilidad de ver cumplidos algunos deseos menores. Nada importante por su importancia en sí, pero sí significativo por lo que suponía en la línea recta de los días, por la curvatura que creaba en ellos. Digamos que ayudaba a que esos mismos días fueran como más largos, a que la sensación de tiempo perdido no fuera tan aguda. Hoy he encontrado algunas viejas listas de deseos -anteriores al siglo XXI- en una libretita verde. Al verlas me he sonreído y he recordado los días en los que dedicaba tiempo y esfuerzos a pensar en las cosas que quería adquirir y en como ese proceso, finalmente, siempre era más satisfactorio que la consecución real de los objetos. Internándome a gran velocidad en la edad del aburrimiento he ido dejando atrás las libretas y los deseos menores hasta un extremo que me sorprende a mí mismo. Algunos momentos importantes de mi vida estaban colgados de esas pequeñas expectativas y ahora, sus restos, cuando los pienso, me traen a la memoria otra sensación anterior que también he perdido definitivamente: el instante, de niño, en el que rasgaba el papel de regalo de mis cumpleaños de hace un millón de años. Pensando la relación entre ambas sensaciones y su desaparición hallo un denominador común. Pertenece a cierta constelación del espanto que va creciendo con fuerza acá adentro mientras casi todas las demás constelaciones se extinguen con lentitud.
2 de out. de 2008
oktapodi
El ingenio visual es como el champán. Durante unos instantes, todas esas burbujas te hacen cosquillas en la boca, pero cuando se terminan se olvidan inmediatamente. Aún así, el momento de disfrute uno no lo cambiaría por nada.
[vía señorita puri]
El ingenio visual es como el champán. Durante unos instantes, todas esas burbujas te hacen cosquillas en la boca, pero cuando se terminan se olvidan inmediatamente. Aún así, el momento de disfrute uno no lo cambiaría por nada.
[vía señorita puri]