tarde de playa que no fue tal
Comemos en Menduiña, en el sitio que está al lado de la carretera, cerca del mar. Nos sentamos los ocho en perfecta formación desordenada, evitando el clásico desdoble que polariza las mesas en un grupo de hombres y otro de mujeres de manera misteriosa. Hace cierto bochorno y las conversaciones surgen como desde los platos y se cruzan y mueren antes de terminarse y estallan en forma de chorros verborreicos. Jugamos con las palabras porque probablemente ya no nos queda nada más con que jugar. Las conversaciones convergen inevitablemente en temas periféricos al tema de la salud. Es una epidemia, últimamente. Si no son los análisis de colesterol, son las intolerancias, el exceso de peso, la caida del cabello o las dificultades para conciliar el sueño o nuevas formas de cansancio impensables hasta hace poco. A pesar de la etapa "salud", la conversación se sobrepone y deriva hacia el absurdo cuanto más seria se pone. Hacia los postres son las seis de la tarde y ha entrado una brisa polar y han empezado a caer las primeras gotas y nos miramos entre risas y corremos hacia los coches. Arrancando, intercambiamos un par de sonrisas que contienen el rastro del presente reciente y de cierto pasado ligeramente remoto. Ha estado bien. Sí. Pon el limpiaparabrisas. Sí. Hacía tiempo que no me reía tanto. Yo tampoco. Sí.
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