No hay adolescencia que merezca tal nombre si carece de épica. Y, si para sostenerla hace falta una banda sonora adecuada, la mejor de las opciones es fabricársela uno mismo. Cinco canciones, las de la maqueta de un grupo de teenagers italianos de clase media situados en la antesala vital de cualquier cosa, desfilan por las páginas de este cómic sirviendo de excusa para presentarnos sus vidas y las complicadas relaciones que bajo la aparente simplicidad de la edad se pueden llegar a establecer. Pero la épica no se construye sólo con una banda sonora. Precisa acciones que la sostengan, una actitud frente al mundo, un código propio para obrar en/sobre él. Cada uno de los protagonistas pega zarpazos contra la jaula invisible -la de su condición social y familiar- en la que se sienten vagamente encerrados sin ser capaces de poner nombre a la necesidad de pegar gritos, romper cosas y, llegado el caso, cometer un delito. La necesidad de la transgresión flota en los ensayos del grupo como un elemento más de la personalidad adolescente, materializándose finalmente en una dirección algo absurda, tonta incluso. El final, abierto y sugiriendo cierta idea de circularidad, parece decirnos, da igual que vuestra vida sea monótona, aburrida o condenada a la parálisis del mundo adulto: si quereis sentiros realmente vivos, echad la vista atrás y recordad al adolescente que erais, algo de él queda todavía aplastado ahí debajo por toneladas de años de renuncias, sumisiones y obediencias. Recuperadlo. Buscaos un local y poneos a gritar. Ya!
Publicar un comentario