(Amo a Hanna Arendt)
El poder no necesita justificación, siendo como es inherente a la verdadera existencia de las comunidades políticas; lo que necesita es legitimidad. El empleo de estas dos palabras como sinónimo no es menos desorientador y perturbador que la corriente ecuación de obediencia y apoyo. El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero deriva su legitimdad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir a ésta. La legitimidad cuando se ve desafiada, se basa en una apelación al pasado mientras que la justificación se refiere a un fin que se encuentra en el futuro. La violencia puede ser justificable pero nunca será legítima. Su justificación pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto. Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia porque el peligro no solo resulta claro sino que es actual y el fin que justifica los medios es inmediato.
[...]
La violencia puede destruir siempre al poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder.
Hanna Arendt en todo su esplendor en algo más de cien páginas. Poder, violencia, fuerza, autoridad: un esclarecedor ejercicio de reflexión sobre estos términos, que, casi cuarenta años después de su escritura, y en un contexto histórico radicalmente distinto al suyo -la guerra fría en su apogeo-, no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Muy interesante también su análisis del mayo francés, de las revueltas en los campus norteamericanos contra la guerra del Vietnam y de la pretendida ideología marxista de ambos.
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