Son ya varios los libros de Bauman cuyo título termina en "líquido": "modernidad líquida", "amor líquido", y ahora este "vida líquida" con el que ahonda un poco más en lo que otros autores han llamado la post-postmodernidad, el post-capitalismo, la sociedad del riesgo y otros cientos de términos más que intentan describir de manera exacta los duros tiempos de la globalización.
En los términos habituales, Bauman regresa a sus tesis sobre modernidad "sólida" versus la modernidad "líquida". Ésto es, y sintetizando a lo burro, de tener una vida más o menos organizada en un entorno estable con una identidad construída en torno al trinomio trabajo-familia-amigos y sabiéndose amparado por un estado-providencia capaz de acudir al rescate en caso de enfermedad, desempleo o problemas de otra índole, el habitante de la modernidad líquida ha perdido toda referencia estable, está obligado a reinventarse constantemente, construye su identidad en torno al consumo, no está ligado a territorio ni círculo alguno de personas, camina por un mundo que lo mantiene en un estado de incertidumbre y ansiedad permanente y que ha traspasado toda la responsabilidad de su existencia sobre sus hombros, tiene redes de contactos en vez de amistades verdaderas, no soporta los compromisos de ningún tipo y ha asumido que su trabajo es volátil, que no hay posibilidad de recuperar el espacio público y que el único modelo de vida que se le propone es el del "famoso".
Nada nuevo en el horizonte de la obra baumaniana, y, sin embargo, el tono de este libro es más oscuro, más desesperanzado que los anteriores. Subido a los hombros de Adorno y de Hanna Arendt, Bauman observa y disecciona nuestro mundo con una agudeza muy poco corriente. Buceando entre la obra de sociólogos, filósofos y economistas de todo el planeta, rebuscando en los artículos de las revistas de moda o de tendencias, observando por el rabillo del ojo los análisis del casi difunto movimiento antiglobalización o asomándose a los abismos de la cultura pop contemporánea (GH,OT), el autor polaco elabora una radiografía terrible en su precisión sobre la cultura, la educación, la política, el espacio público, el estado de la teoría crítica, las identidades, el consumo como ideología, el dilema entre seguridad y libertad o el supuesto "choque de civilizaciones". El diagnóstico es sabido: el mal de nuestro tiempo es el capitalismo de corte neoliberal que, como si fuera una especie de plantilla universal se ha asentado en todas las sociedades del planeta arrasando con culturas, tradiciones, modos de vida, recursos medioambientales y lo que le echen por delante para dejar tras de sí una única forma de vida basada en las relaciones puramente mercantiles y el consumo desaforado que devora todo lo que tenga algo que ver con lo público, lo comunitario o con las relaciones sociales, despojando al antaño estado-providencia occidental de todo contenido protector, redistribuidor o igualitario.
Mi resumen es tosco y suena panfletario, pero la prosa de Bauman es limpia, sencilla, e iluminadora. Tan alejado de las chorradas neocons de moda como de las simplezas de los revolucionarios de salón, su pensamiento está magníficamente modulado por una escritura que apela a lo mejor de aquel que lo lee. Uno de mis fragmentos favoritos es la cita de Hanna Arendt con la que abre el capítulo siete "pensar en tiempos oscuros (volver a Arendt y Adorno)":
Si la función del ámbito público es arrojar luz sobre los asuntos de los hombres proporcionándoles así un espacio de apariencias en el que pueden mostrar de obra y de palabra, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esa luz se ha extinguido víctima de una "brecha de credibilidad" y de un "gobierno invisible", de un discurso que no revela lo que es sino que lo barre debajo de la alfombra, y de exhortaciones (morales o de otro tipo) que, bajo el pretexto de sostener viejas verdades, degradan toda verdad a una trivialidad sin sentido.
[...]
El ámbito público ha perdido el poder de iluminación que formaba parte de su naturaleza original. En los países del mundo occidental, en el que, desde el declive del mundo antiguo, se ha considerado la de emanciparse de la política como una de las libertades básicas, un número cada vez mayor de personas hacen uso de esa libertad y se apartan del mundo y de sus obligaciones en él [...] Pero con cada uno de esos abandonos se le inflige al mundo una pérdida casi demostrable: lo que se pierde es el compromiso específico y, habitualmente irreemplazable que debería haberse formado entre el hombre y sus prójimos.
[Hanna Arendt: hombres en tiempos de oscuridad]
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