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fatiga de materiales
Un día más me quedo en el colegio por la tarde para recibir a varios padres de mi tutoría. Entre el plácido discurrir de la normalidad ("es un poco vaguete", "se distrae con facilidad", "hay que estar encima para que estudie", "está en una edad en que son pesadísimos") se cuela un caso realmente fastidiado, en el que se mezclan la enfermedad, los problemas familiares, los desarreglos psicológicos asociados y casi todas las combinaciones posibles que admita la palabra "problemas". Mientras la madre desgrana con emoción el cúmulo de desgracias, me viene absurdamente a la cabeza el anuncio ese de IKEA en el que un rodillo de 200 kg machaca un colchón inmisericordemente durante meses para garantizar la fiabilidad de sus productos. Su cara refleja con precisión los dos años de los que me habla, y, de vez en cuando, esboza la sonrisa en la que cristaliza en algunas personas el exceso de tensión. Abrumado tras su narración -que termina mejor de lo que empezó: puede haber solución clínica en el horizonte-, me recuesto en mi silla y me revuelvo sin saber qué decir. No tengo nada de lo que echar mano. Ni siquiera una experiencia propia para compartir, algo que exprese de manera cierta mi apoyo en estos momentos y que singularice mínimanente la entrevista que hemos tenido. Tapo el silencio con observaciones inocentes sobre la actitud del niño en clase, comento algunas observacions que hacen sobre él mis compañeros, actúo un poco, ofreciendo fragmentos de una normalidad irreal. Nos despedimos lentamente comentando banalidades. Decido no pensar.

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