6 de feb. de 2007

carreteras
Este fin de semana nos acercamos hasta Oviedo. En vez de seguir la ruta habitual, AP9 hasta casi Coruña y luego desvío hasta Villaba y a tirar por el Norte y que sea lo que tenga que ser, cogimos la autovía hasta Benavente y luego la autopista León-Oviedo. Más trayecto, pero menos tiempo y más tranquilidad conduciendo. Para nuestra sorpresa, en el límite entre las provincias de León y Oviedo, en la zona del embalse de los Barrios de Luna, el paisaje era tan hermoso que a uno le daban ganas de parar el coche en medio de la autopista y quedarse allí unas horas simplemente mirando. Nuestro paso, además, coincidió con una luna llena amarillenta que producía una extraña vibración sobre las cumbres nevadas. Eran las diez de la noche y a nuestro alrededor todo relucía, los picos del macizo cantábrico irradiaban una luz que invitaba a extraviarse por los montes cubiertos de un blanco espectral. En un momento dado, desde nuestro coche se apreciaba con claridad la carretera que une los pueblos que están situados en la ribera del río Luna. Durante varios kilómetros un automóvil solitario recorrió esa carretera parejo con nosotros. Las luces de sus faros eran dos puntos diminutos que aparecían y desaparecían entre los recovecos de la montaña. Una presencia minúscula que acentuaba una sensación de emocionado desamparo, de embriagadora soledad. Luego, entrar a Oviedo desde el Sur, dejando atrás las montañas como un oleaje de planchas metálicas recortadas contra el cielo de Febrero, fue una sensación de feliz extrañeza, como si uno hubiera atravesado el paraíso y hubiese sobrevivido a ello.

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