Dos madres -mi insuperable intuición deduce esta condición tras ver sus correspondientes bebés en sus sillas de bebé- se encuentran delante de la charcutería del Carrefour. Parecen llevar tiempo sin verse. Una es considerablemente alta y su hija apenas cabe en la silla. La otra es más bajita y además menos esbelta. Esta segunda está asombrada de lo grande que está la hija de la primera, y, cuando escucha que sólo tiene quince meses abre los ojos como platos. La madre alta le dice que aún no ha vuelto al trabajo y que ya volverá cuando se vea con ganas. La madre baja dice que a ella no le renovaron el contrato tras la baja por maternidad, y que el sindicato montó un buen pollo pero que alguna compañera suya la había traicionado y que, a su pesar, está sin trabajo. La madre baja se queja de que tras el embarazo no ha sido capaz de recuperar su figura anterior. La madre alta la mira con extrañeza, yo no he tenido problemas, me han bastado un par de meses, hay que hacer flexiones y abdominales. La madre baja abre mucho los ojos. Comentan como se sintieron tras el parto, los días recibiendo miles de visitas, las interminables recomendaciones, las enfermedades, los lloros nocturnos, el catálogo completo de los minúsculos sufrimientos íntimos radiado para un público ocioso que se aburre en una cola. Se dan dos besos. Se despiden cordialmente. El setenta y dos. Soy yo.
9 de xan. de 2007
escenas de la lucha de clases en el Carrefour
Dos madres -mi insuperable intuición deduce esta condición tras ver sus correspondientes bebés en sus sillas de bebé- se encuentran delante de la charcutería del Carrefour. Parecen llevar tiempo sin verse. Una es considerablemente alta y su hija apenas cabe en la silla. La otra es más bajita y además menos esbelta. Esta segunda está asombrada de lo grande que está la hija de la primera, y, cuando escucha que sólo tiene quince meses abre los ojos como platos. La madre alta le dice que aún no ha vuelto al trabajo y que ya volverá cuando se vea con ganas. La madre baja dice que a ella no le renovaron el contrato tras la baja por maternidad, y que el sindicato montó un buen pollo pero que alguna compañera suya la había traicionado y que, a su pesar, está sin trabajo. La madre baja se queja de que tras el embarazo no ha sido capaz de recuperar su figura anterior. La madre alta la mira con extrañeza, yo no he tenido problemas, me han bastado un par de meses, hay que hacer flexiones y abdominales. La madre baja abre mucho los ojos. Comentan como se sintieron tras el parto, los días recibiendo miles de visitas, las interminables recomendaciones, las enfermedades, los lloros nocturnos, el catálogo completo de los minúsculos sufrimientos íntimos radiado para un público ocioso que se aburre en una cola. Se dan dos besos. Se despiden cordialmente. El setenta y dos. Soy yo.
Dos madres -mi insuperable intuición deduce esta condición tras ver sus correspondientes bebés en sus sillas de bebé- se encuentran delante de la charcutería del Carrefour. Parecen llevar tiempo sin verse. Una es considerablemente alta y su hija apenas cabe en la silla. La otra es más bajita y además menos esbelta. Esta segunda está asombrada de lo grande que está la hija de la primera, y, cuando escucha que sólo tiene quince meses abre los ojos como platos. La madre alta le dice que aún no ha vuelto al trabajo y que ya volverá cuando se vea con ganas. La madre baja dice que a ella no le renovaron el contrato tras la baja por maternidad, y que el sindicato montó un buen pollo pero que alguna compañera suya la había traicionado y que, a su pesar, está sin trabajo. La madre baja se queja de que tras el embarazo no ha sido capaz de recuperar su figura anterior. La madre alta la mira con extrañeza, yo no he tenido problemas, me han bastado un par de meses, hay que hacer flexiones y abdominales. La madre baja abre mucho los ojos. Comentan como se sintieron tras el parto, los días recibiendo miles de visitas, las interminables recomendaciones, las enfermedades, los lloros nocturnos, el catálogo completo de los minúsculos sufrimientos íntimos radiado para un público ocioso que se aburre en una cola. Se dan dos besos. Se despiden cordialmente. El setenta y dos. Soy yo.
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