la vida sexual de los supermercados
Hoy, mientras esperaba pacientemente en la cola de la charcutería del súper, he sido consciente -no por primera vez, claro- de que, cuando los hombres nos aburrimos, nos dedicamos a mirar a las personas que nos rodean. Bueno, en mi caso, y concretando, a las mujeres. Como un tic incontrolable. Una mirada rápida las más de las veces, las salvas de fogueo de un furtivo que hace lo que hace porque no tiene nada mejor que hacer. El aburrimiento produce espejismos y una tensión ridícula entre la curiosidad y el deseo. Alguna vez la mirada se detiene un segundo exacto en otra persona y, de manera misteriosa, siempre es descubierta. Uno tiene que fingir que le interesan enormemente las ofertas de caldo de pescado que están justo detrás de la persona observada. Las variedades posibles de la pasta fresca con relleno. El precio medio del queso de Cabrales. Esas cosas. En medio de la tormenta de rubor que salpica la cara de uno, un pensamiento a la altura de la ridiculez de la situación: aquí todo está consagrado a la venta, sólo hay productos rodeándonos, es fácil creer que por los pasillos, esas cosas que se mueven, algunas con una elegancia inesperada, también son productos que observar y tasar detenidamente.
Al llegar a la caja, el anteriormente aburrido aficionado de voyeur se encuentra con un pequeño atasco. Una cajera mira en todas direcciones esperando algo. De pronto, subida a unos patines, aparece una chica vestida con una blusa blanca, un pantalón de dimensiones ridículas y un manos libres. Hay algo absurdo en su vestimenta, en sus movimientos, en el uso que hace del walkie-talkie que acompaña al manos libres. Entre chirridos electrónicos entrecortados arregla algo y se va rodando, a un palmo de altura sobre el suelo, en busca de más desajustes que solucionar. Adivinen que porcentaje de los allí presentes miran con fingido interés los precios de las pilas, de las gominolas, del hilo dental y de las tarjetas solidarias que se hallan justo en la dirección en la cual se desvanece la patinadora.
Los hombres, mecanismos simples sin posibilidad de mejora.
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