país de pandereta
Mientras medio país se lanza a las carreteras, aeropuertos y estaciones de tren para intentar huir temporalmente de su vida cotidiana, los obispos, aprovechando el subidón religioso que azota a toda clase de medios de comunicación, lanza una queja desgarrada: España está sumida en una época de "exasperado pansexualismo". Miro para mi alrededor y recuerdo los anuncios de la marca de ropa interior "silgre" que durante dos semanas sembraron la avenida del aeropuerto de insinuantes imágenes que contribuían a estropear las estadísticas del departamento de tráfico. Aparte de eso, el mundo en el que vivimos es sorprendentemente pacato y conservador, más que nada porque es difícil escandalizarse de algo: el sexo ha pasado a ocupar un puesto más en las estanterías del mercado global, perdiendo por el camino cualquier resto de componente perturbador o de estandarte de algún modo de vida. La queja de los obispos, como es costumbre, parece salir de otro siglo, sin que uno sepa muy bien a quien se dirige (¿a los publicistas? ¿al porno por internet? ¿a la vida privada de todos aquellos que lo practican como mejor pueden? ¿a los sacerdotes detenidos por pederastia de manera continuada?). Aunque, eso sí, no he escuchado a ninguno quejarse de los publireportajes en los informativos que llevan toda la semana hablando de las semanas santas de toda la geografía nacional o, y ésto si que es grave, de la sustitución de los capítulos de hoy de OC por unos peñazos de desfiles con costaleros alcoholizados, marujas mirando arrobadas imágenes horribles de vírgenes de todos los colores y tamaños y siniestros encapuchados que recrean por las calles de sus ciudades algo llamado "pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo".
¿Pansexualismo exasperado? ¡que más quisiéramos!
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