uno de tantos
Tiene catorce años para quince. Está en segundo de ESO. Hijo de una pareja de yonquis, el padre se dio a la fuga cuando el tenía dos años. La madre desaparecía por temporadas para ir a buscarse sus dosis. Lo dejaba encerrado durante días en una habitación hasta que volvía. A los cinco años los servicios sociales le quitaron la custodia. Comenzó entonces a peregrinar por centros de acogida para menores. Sufrió palizas, humillaciones, violencias de todo tipo. Se adaptó y aprendió un par de lecciones sobre como sobrevivir. Unos años más dando tumbos por instituciones para chicos como él. Hace unos tres años lo adoptó una familia. Este curso ha venido a mi colegio. Desde el primer día ha estado en conflicto permanente: compañeros, profesores, sus propios padres adoptivos. Fuma porros en cada cambio de clase. Está casi permanentemente fumado. Cuelga clases. Es inteligente y cuando está despejado destaca en asignaturas como las matemáticas. Hoy tuvo un enfrentamiento con la directora. Mientras uno de sus profesores le hablaba, delante de mí, con más amargura que otra cosa, él miraba para el suelo y contenía furiosamente el llanto de una vida acumulando lágrimas de tristeza, de rabia, de impotencia. En su mirada, el rastro de miles de años sin un gramo de afecto y la certeza de que todo el que le den ahora va a servirle de poco. Vaya mierda.
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