16 de mar. de 2006

aparición del eterno masculino




Lo grave no es que haya hombres como Zaplana. Uno cuenta con ello. Les ve el reloj, la camisa, la corbata, el traje, el corte de pelo y ya no espera a que abra la boca. Simplemente, uno sale corriendo.

Lo grave no es que haya mujeres como Ana Pastor. Sentada detrás de Zaplana, riéndose a carcajadas de su comentario sobre la indumentaria de la vicepresidenta del gobierno, indignándose a posteriori por las injustas críticas a su compañero de partido.

Lo grave es que haya hombres y mujeres de todo el espectro político que, tras escuchar una estupidez malintencionada como la que soltó este "señor" hace dos días, delatora de toda una filosofía política y existencial, que parecía como surgida de un viaje alucinante a través de los siglos (así a ojo, del XVIII), no hayan abandonado no el hemiciclo sino el propio edificio del Parlamento.

El señor éste dice sin tapujos lo que piensa. Es peligroso porque vive anclado en un sistema de valores que se basa en una concepción de la política, los derechos y las libertades que nos produce pánico. Es inofensivo porque se le ve venir y no hay error posible con él, nadie puede llamarse a engaño respecto a sus actos y declaraciones, todas son coherentes con su ideología.

Los señores y señoras que comparten escaño con él -excepto las señoras que se levantaron y lo dejaron con la palabra en la boca- me dan más miedo. Asisten a un comentario como el anterior y se quedan calladitos en sus sitios. Presencian en primera persona un insulto y un desprecio del más alto calibre y no reaccionan. Pisotean el nombre de un compañero de Parlamento y permancen mudos y petrificados. Se les suponen ciertas ideas, cierto valor para defenderlas, cierto carácter para, llegado el momento dar muestras de que les mueve algo más que la disciplina de partido. Sin embargo se camuflan entre los sillones y cierran la boca llegado el momento de protestar de alguna manera. A mí es esa mayoría silenciosa la que de veras me resulta inquietante.

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