Recuerdo cuando, hace dos años, las discrepancias entre socialistas y nacionalistas dieron la alcaldía de Vigo a la popular Corina Porro. El clima de enfrentamiento continuado entre socios de aquellos días hizo que, muchos de nosotros, hastiados de ver pelear entre sí a aquellos a quienes habíamos dado nuestros votos, acogiéramos con desencantado distanciamiento el relevo en la alcaldía: "después de todo, peor no puede hacerlo", pensábamos los ingenuos que, saturados de embrollos incomprensibles, aspirábamos simplemente a no tener que hacerle más caso al asunto.
Dos años después admito mi error: era posible hacerlo peor. No es sólo que la señora alcaldesa decida personalmente los tipos de flores y plantas con los que ha inundado las calles en un derroche de a) euros y b) pésimo gusto. O que haya levantado media ciudad para tenerla lista (¡sin éxito!) para ese acontecimiento paletil a mayor gloria de la hostelería de Sanxenxo que es la salida de la Volvo Ocean Race. Ni que se haya embarcado en un proyecto retro-kitch de "adecentamiento" de las zonas vips de la ciudad. O que haya convertido la acción política en una especie de obsesión decorativista de alcance imprevisible. O que haya abandonado a su suerte a las zonas más deprimidas del casco histórico y a los barrios del rural. No es sólo eso. Lo peor es la sensación de que el grupo de gobierno se comporta como si ésto fuera la ciudad de la señorita Pepis: mucho maquillaje mal colocado y ausencia de iniciativas vigorosas que aumenten la calidad de vida de sus habitantes. Mientras, la ciudad asiste ante la apatía generalizada a una transformación subterránea que no se sabe hasta donde va a llegar. La política se ha convertido en cosmética (entre el clamoroso silencio de una oposición fantasmal, atada por sus propios intereses en temas como el Plan General de Ordenación Urbana y los sustanciosos cambios que se derivarán de su aprobación) mientras la ciudad languidece en un clima cultural ya no chato, sino directamente eunuquil (sólo salvado por las iniciativas de algunos héroes suicidas de los que ya he hablado mil veces), en medio de un letargo social en el que una mezcla absurda de autocomplacencia y apatía nos ha llevado de ser una ciudad más o menos combativa a ser un cadáver al que le han puesto unas flores horrorosas en su tumba. Ay.
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