relación microscópica de disgustos ínfimos
disgusto nº 1
Le quito el móvil a un alumno por andar jugando con él en el aula (depués de llevar un mes avisando sobre el "material escolar" que no admito en el aula: 1) teléfono móvil, 2) consolas portátiles, 3)reproductores de mp3, 4) discmans, 5) cualquier avance tecnológico del que no tenga noticia). Me suplica que se lo devuelva, pues hay una salida escolar a Salamanca y lo necesita "para que sus padres sepan en todo momento donde está". Le digo que nanay. Que como castigo se lo retengo una semana. Eso ayer. Hoy me aparece la madre, junto a una hermana, que le devuelva el móvil, que se va de viaje y lo necesita "para poder comunicarse con sus padres en todo momento", que no tengo derecho a sacárselo, que viene en buen plan, que si no se lo devuelvo hablará con su marido para que tome las "medidas pertinentes". Le digo: a) no le tengo manía a su hijo, buen chaval, por otra parte, b) es una norma que repito incansable al menos dos o tres veces cada semana, c) si se lo devuelvo a él, el valor de la norma es cero: todo el mundo exigirá el mismo trato, d) puede llamar a los profesores que van con él, o él mismo puede llamar desde una cabina, desde el de un compañero, etc etc. Baja la cabeza. Comprende que no se lo voy a devolver y me pide disculpas algo abochornada. Me sereno, me reblandezco, me asombro a mí mismo proponiendo una salida intermedia: se lo lleva al viaje, pero la próxima semana me lo quedo yo para que aprenda a no traer el móvil a la escuela. Me mira incrédula y en su mirada descubro que he metido la pata. Le devuelvo el móvil. Se despide de buen rollito. Me quedo solo. Soy gilipollas. Me vas a copiar mil veces: eres g-i-l-i-p-o-l-l-a-s.
disgusto nº 2
Bajo en bus al centro. Me encuentro con un ex-alumno. Uno de los que vegetaban en clase y que ponían todo su empeño en pasar desapercibido. Nos sentamos juntos. Lo noto extraordinariamente cambiado: otro tono vital, otra manera de estar muy diferente a la que yo conocía. Me habla de su vida, de lo que está haciendo, de que es árbitro de fútbol, de sus excompañeros, de los que ve, de los que no ve, de los que quisiera seguir viendo. Me sonríe. Es natural. No recuerdo su nombre, pienso angustiado mientras el bus recorre a toda velocidad la Avenida del Aeropuerto. Cuando llegamos a su parada, y está saliendo del bus se despide con una sonrisa: adios willy. Yo digo adios sin más (maldita memoria). Se cierra la puerta de golpe, y, súbitamente me levanto y digo: ¡adios, Pablo!. Arranca el bus. Me quedo solo. Soy gilipollas. Me vas a copiar mil veces: eres g-i-l-i-p-o-l-l-a-s.
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