Hace tiempo que tenía ganas de comprarme este cómic.
Jimmy Corrigan es, según el pomposo subtítulo que lo acompaña, "the smartest kid on earth", aunque de niño tiene más bien poco, si exceptuamos sus continuas ensoñaciones en las que rememora algún desgraciado acontecimiento de su infancia, y de listo menos aún. En realidad es un treintañero tullido emocionalmente, agobiado por una madre absorbente y posesiva, entregado a un trabajo indeterminado y absurdo, que un día recibe una invitación de su padre (desaparecido de su vida hace más de treinta años) para que puedan conocerse y llevarse bien. Por el medio, algunos capítulos de la infancia del abuelo de Jimmy -al que también conocerá por el camino- en el Chicago de la exposición universal de 1893, instrucciones para hacer recortables, una extraña fe de erratas, una hermana adoptada fruto de un segundo matrimonio y un larguísimo prólogo que no tuve fuerzas para terminar de leer.
Creo que es el mejor cómic que he leído en los últimos ¿cinco? ¿diez? años.
A nivel gráfico el libro es una fuente continua de sensaciones. Empezando por el extraordinario uso del color y de la composición de cada página, así como el empleo de varias tipografías según los estados de ánimo del protagonista o el tiempo histórico que se está describiendo. El dibujo, austero, minimalista, deudor de la línea clara pero increíblemente personal, provoca una sensación continuada de distancia que encaja perfectamente con el tono de lo que se está contando.
La narración es, sin embargo, lo más grande de esta historia. La graduación del tiempo, milimétrica, generalmente como si todo se desarrollase en una especie de tensísima cámara lenta, amplifica hasta niveles increíbles el impacto emocional del dibujo y del color. La vida baldía de Jimmy, varada en un estado que se acerca más al zombi que al ser humano, nos llega enfriada hasta ese punto en el que el frío produce quemaduras. Las idas y venidas entre realidad y ensoñación, entre pasado y presente, entre lo que el protagonista cree ver y lo que ocurre realmente, dan lugar a un entrelazaminento de tramas que hipnotiza y que absorbe totalmente la atención, que genera dos niveles paralelos de lectura, el de seguir la trama lisa y llanamente y el de estar, simultáneamente, extasiándose ante la inteligencia que hay detrás de la planificación de cada página y de cada viñeta.
He leído varias críticas increíblemente elogiosas de éste cómic. Destaco por su calidad la de Álvaro Pons (la cárcel de papel) y la de Federico Reggiani en tebeosfera. Una curiosa crítica a la contra se puede leer en el magnífico fancine dead city radio (tienen un interesante blog) a cargo de Raquel Márquez, aunque los motivos por los que no le gusta el cómic son los que hacen que a mí me guste extraordinariamente.
[Leyéndolo he recordado un párrafo del libro de Richard Sennet, el respeto, que dice lo siguiente:
La mayoría de los psicólogos evolutivos afirman que entre la infancia y la experiencia adulta hay un constante ir y venir. Es precisamente el trabajo de la memoria: más que recuperar simplemente hechos del pasado, lo que hace la memoria es ir y venir entre pasado y presente, reelaborar y reinterpretar. La "regresión" a un estado inmaduro consiste más en recuperar edades que uno ha vivido que en volver a ser niño; el adulto que conecta conscientemente con el niño que una vez fue, tiene una comprensión más profunda del presente.
El pobre Jimmy es incapaz de otra cosa que no sea conectar inconscientemente con "el niño que una vez fue". Así le (¿nos?) va.]
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