josephine foster
El pasado miércoles acudí al MARCO al concierto de Josephine Foster incluído dentro del ciclo "primavera" del festival SINSAL 3.0.
(Cualquiera que tuviera la entrada del concierto anterior (Julie Doiron-Berg Sans Nipple-Lali Puna) podía asistir gratis a este otro. Sin enmbargo, el hecho de ser la tarde-noche del comienzo de las minivacaciones de semana santa -creo- hizo que muchos de los posibles asistentes no vinieran por allí. Otras razones que se barajaron entre los que allí estábamos forman parte de interminables discusiones en sí mismas: la gente sólo va a lo que está de moda, a casi nadie le interesa experimentar con cosas que no se conocen, y, la ya mítica frase alterada para la ocasión "no queda de cojones en una revista de tendencias". Mi opinión en frío es que posiblemente sea una mezcla de todo y de más factores que estaremos pasando por alto seguramente.)
El concierto, dejando de lado las vehementes discusiones sobre porqué va la gente o porqué no, plantea para mí un interrogante que considero muy jugoso. ¿Por qué Josephine Foster en un Museo de Arte Contemporáneo -razones coyunturales al margen-? Una mujer con una guitarra -tocada, siendo generosos, de forma rudimentaria-, cantando canciones de corte intimista, moviéndos sobre el filo que separa lo encantadoramente ingenuo y lo absolutamente ridículo, con una puesta en escena totalmente desnuda, transmitiendo una imagen de fragilidad extrema que rozaba lo espectral, trayéndonos a la memoria en su dimensión social las utopías hippies, y en su dimensión musical la búsqueda de las raíces, el viaje al origen de la primera música folk.
¿Por qué Josephine Foster es radicalmente contemporánea? Y abriendo más la pregunta, ¿por qué todo este folk "weird" lo es también? Esta renuncia a toda la parafernalia tecnológica, laptops, secuenciadores, clicks&cuts, glitches, etc, que han marcado el devenir de la música estos años, no puede ser una simple casualidad, creo.
Mi opinión es que la supuesta vuelta a los orígenes no es una vuelta "inocente", ni siquiera imitativa, tratando de recuperar un sonido concreto, una manera específica de entender la música. Es una vuelta contaminada por los años transcurridos, una búsqueda en la que pesan de manera algo subterránea todos los hallazgos del siglo XX. Así, Josephine Foster se puede considerar una cantautora folk, pero sus juegos vocales moviéndose en las tesituras de una soprano de ópera caen como un martillo sobre toda esa tradición folk. Es una vuelta al origen, sí, pero incorporando elementos extraños a él que lo distorsionan volviéndolo irreconocible. Mágico.
El concierto me pareció intenso y emocionante, y si tuviera que contextualizar un poco diría que en muchos momentos pensé en cocorosie y en antony & the jonsons. Dejo una crítica mucho más razonada, argumentada y apasionada a quien creo que sabe leer mejor de toda la gente que conozco los conciertos a los que va.
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