8 de set. de 2004

vida en el estercolero
me ha ocurrido algo curioso: tras el empacho olímpico -me he tragado todas las pruebas posibles a las horas más extrañas- me ha quedado tal mono televisivo que me he vuelto adicto a la televisión; gracias -es un decir- a ello, he descubierto series que sólo conocía por el periódico: aquí no hay quien viva, con la que, oh dios, me río más de lo que me gustaría, O.C. (por calidad, la situaría entre las chicas gilmore y everwood), y dark angel (ésta fundamentalmente por jessica alba); he vuelto a ver CSI, los simpsons, y -ésto es lo último de lo último- me tragué el primer capítulo de la serie "el inquilino"; también veo un rato por las mañanas de la mirada crítica, y, mientras como, me trago íntegro el tomate y los escándalos relacionados con las tonadilleras, toreros y yonquis patrios... lo que no pienso ver, pese a mi fiebre televisiva, es la sexta edición del culebrón disfrado de reality show por excelencia: es increíble que se hayan presentado 130.000 personas al casting (el dato lo leo en el país del martes, en la columna de rosa montero sobre el tema), es increíble que un programa tan asombrosamente rancio siga teniendo el tirón que posee, es irreal que haya tantos anormales sueltos dispuestos a todo por quemarse quince minutos en el altar de la telerrealidad y que haya psicólogos tan listos para realizar siempre las mezclas más explosivas de caracteres; creo que gran hermano es, abiertamente, un programa profundamente reaccionario, que, de manera soterrada, promueve una doble moral que distingue de la manera más retrógrada posible entre moral pública y moral privada, que juega con todos los tópicos de la españa cañí y con todo el imaginario sexual que han explotado por estos pagos desde los tarados de esteso y pajares hasta el anormal venido a más de santiago segura y que, en el fondo, no viene siendo otra cosa que un interminable programa de variedades cuyo productor podría ser un jose luis moreno poseído por el espíritu ikea;

[apéndice: la fama ya sólo es una forma de abismarse a lo peor de la condición humana, de manera que, al modo de un vertedero, ciertos programas de televisión vienen siendo los lugares a los que van a parar algunos restos de nuestra sociedad: desequilibrados, incapaces, tarados: egos sobredimensionados sin complejos y vanidades desbordadas en quiebra cerebral... todos ellos para que nos sintamos mejor al verlos mientras pensamos: pero que pringaos]

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