me embarco en la lectura del último don delillo (el penúltimo, body art, me da un poco de miedo, lo dejo para cuando sea un poco más todo), y, a eso de la página veintiuno, ya enredado irremisiblemente en la historia del supermillonario eric parker que pretende cruzar nueva york en limusina para cortarse el pelo (sí, en efecto, un odiseo peculiar, el leopold bloom postmoderno), caigo deslumbrado por la típica frase corta delilliana que uno no sabe si la pone porque le sobra inteligencia y capacidad de análisis o porque simplemente el lenguaje habla a través de él como otros eructamos: con una naturalidad aplastante.
Lo nuevo ya no reviste ningún peligro
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