25 de out. de 2003

el otoño, mozart

a medida que nos adentramos en lo profundo del otoño, la tristeza de los días se va haciendo cada vez más pesada; durante la semana, al menos, el trajín y el movimiento de aquí para allá atenúan y difuminan esa sensación ambiental de estar entrando en un hoyo sin darnos cuenta, pero cuando llega el fin de semana y uno se levanta tarde y la casa está rodeada de niebla y por la ventana entra una luz fría, apagada, funeral, urge hacer algo antes de que esa melancolía que induce el paisaje lo deje a uno tirado en algún rincón de la casa, ahogado de tristeza;

hoy me he levantado consciente de todo ello, también de la artificialidad de la situación y he recurrido a una medida drástica para conectarme de nuevo a lo real: la gran misa en do menor k427 de mozart, a todo volumen en el equipo, desinfectando hasta las baldosas de la opresión otoñal, expulsando la vibración terrible del spleen de octubre de sus muros, purificando el aire viciado por el silencio terminal de las mañanas de sábado de este mes que es como una fosa abisal; el kyrie del comienzo lo sitúa a uno en el epicentro de su sensación de que todo lo que lo rodea se ha vuelto insoportable, las primeras notas son tan terribles que uno cree enloquecer de pena, pero, tras los siete minutos de descenso absoluto hasta el fondo del hoyo, con todo el cuerpo sensibilizado, habiendo asumido el alcance de esta enfermedad moderna, el gloria del segundo corte pega un subidón épico brutal que reorganiza la configuración emocional violentamente; comienzo a cantar por la casa a grito pelado mientras ordeno un poco el salón y empiezo a ver el exterior de otra manera; el precioso laudamos te abre la llave del optimismo, de la ligereza, y de las ganas de llorar de simple alegría; tras sus casi cinco minutos de delicada perfección, uno ya sabe que ha arreglado emocionalmente su fin de semana; desde ahí, pequeñas bajadas de tensión alternan con invitaciones a salir volando de alegría por la ventana pero siempre manteniendo ese altísimo mínimo que te ha sacado fuera del propio agarrotamiento vital; mientras desayuno, y, posteriormente, escribiendo ésto, termino la cura con un postre no tan grandioso pero igualmente delicioso, la misa de la coronación k 317 (ojo, los nombres me los sé porque tengo la caja del cd delante);

(hasta la vista, octubre)

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