14 de xul. de 2003

goran bregovic

noche nubosa, con cierto fresco y una humedad considerable en el ambiente; gradas completas pero sin pasarse, zona de pago llena de gente sentada pero desahogada, no éramos muchísimos, en el aire, una gran expectación...

antes del concierto...
...y en pleno delirio



a las once en puntísimo salió al escenario la sección de cuerda (ensemble nordesía, de vigo), el coro masculino de belgrado y tres componentes de las voces búlgaras, seguidos del segundo de a bordo de goran, un tipo gigantesco con dos enormes tatuajes en los brazos y con aspecto de haber trabajado antes de forzudo en algún circo: pelo rapado, chaleco de cuero, bigote gigante y una minicoleta en la base del cráneo; tras interpretar algunos temas de su último disco, entró desde la zona de sillas la sección de viento dividida en dos grupos de tres que fueron dialogando (musicalmente) entre ellos mientras recorrían los pasillos que llevaban al escenario; finalmente, vestido como un inglés colonial (traje blanco, zapatos beige), con aspecto tímido, sonriente y con cara de estar encantado, entró goran, saludó, cogió la guitarra eléctrica y aquello entró en una fase en la que intensidad, belleza y emoción se combinaron en una mezcla extraordinaria: ritmos gitanos fusionados esporádicamente con cajas de ritmos contemporáneas, melodías de sensualidad extrema arropadas por las voces del coro masculino, las voces femeninas como cristal a punto de romperse cuando iniciaban un tema en solitario, los arreglos dramáticos de la sección de cuerda, la interminable explosión de energía de los metales y la percusión... después de cada composición el público tenía una necesidad increíble de demostrar su agradecimiento de manera compulsiva; miré a mi alrededor en varios momentos, las caras de felicidad debían ser muy parecidas a la mía, fascinados todos por la magia que emitía el artefacto sonoro que se elevaba desde el escenario al cielo de castrelos; tras tocar todos los temas famosos de el tiempo de los gitanos, gato negro/gato blanco y underground (los que conocía: ederlezie,cantonero, pitbull terrier, por ejemplo), el auditorio cayó en el delirio absoluto con kalasnikov, tras la cual aún hubo tiempo para un par de bises que no reconocí... así, dos horas y media después, un ejército de gente cansada y satisfecha se retiró tras aplaudir hasta el agotamiento al tipo flaco del traje blanco, al forzudo de energía descomunal que llevaba la percusión, tocaba el acordeón, cantaba y susurraba y a todos los artistas (hasta 40) que, sobre el escenario de castrelos, nos dieron argumentos para recordar durante mucho tiempo que existe un vínculo esencial entre la música y la vida, y que sin él sólo somos seres tristes, un ejército de almas anoréxicas incapaces de emocionarse

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