Retrato del turista adolescente
El turista adolescente es sensible, caprichoso y emocionalmente inestable.
Sus viajes no son tanto una cuestión de geografía física como sentimental. Al turista adolescente lo tratan como a ganado en los hoteles y por lo tanto no le queda más remedio que de vez en cuando comportarse como si fuera tal: habitaciones dobles en las que entran tres, cuatro o cinco turistas adolescentes apiñados, comida que parece sacada de un contenedor de basuras y sobre todo, un trato vejatorio continuado en todos los lugares por los que pasa.
Al turista adolescente todo ésto no le parece demasiado importante. Su sangre está infectada por el virus de la vida (que por suerte no se transmite a los adultos más que a través de las drogas o el alcohol) y está poseído por una extraña forma de inocencia (de la que, afortunadamente para él no es consciente: con la consciencia llega la pérdida).
El turista adolescente nunca está muy seguro de nada, en especial de sí mismo, pero pese a ello es más feliz de lo que nunca será, aunque ésto sólo lo descubrirá cuando ya sea demasiado tarde para él.
El turista adolescente, con el tiempo se convertirá en un turista de masas, y, algún día, a solas en alguna playa por la noche, recordará cuando su vida merecía la pena. Y se preguntará cómo ha llegado hasta donde está. Por desgracia, nadie podrá darle respuestas.
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