16 de ago. de 2002

antes de ninguna otra cosa, decir que donluigi (el rey del blog) me ha puesto un link en su propio blog (estribela me mata), lo cual quiero agradecer desde aquí, ya que todo lo que sido capaz de hacer con el mío (no mucho, ejem) lo he aprendido a base de estudiar y copiar el suyo (ejem, ejem);

hechos los saludos de rigor, me gustaría mostrar unos párrafos del libro que estoy leyendo actualmente, años luz de James Salter:
"La vida es el tiempo que hace. Son las comidas. Los almuerzos en un mantel azul a cuadros sobre el cual hay sal vertida. El olor del tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mango de madera. La vida son los viajes a la ciudad, los trayectos cotidianos [...]"

"[...] Hay en realidad dos clases de vida. Hay, como dice Viri, la que la gente cree que estás viviendo y hay la otra vida. Es esa otra la que causa el problema, la que anhelamos ver."

"Arnaud era fuerte a la manera sorprendente de ciertos hombres: profesores de matemáticas, dentistas. Había sobrepasado la edad del máximo vigor, tenía treinta y cuatro años y su figura barriguda estaba ya oscurecida por el humo de los puros. Era despistado, astuto, torpe. Sabía hacer trucos fantásticos con los naipes."

"Qué aplomo, qué triunfo hay en la cara de un hombre a los treinta."

El libro en general me está encantando, pero esta última frase me tiene preocupado...tras leerla corro a un espejo a buscar todas esas cosas que dice en sólo dos palabras; ¿aplomo? buf, veo un gesto mezcla de insatisfacción y desencanto que puede parecer aplomo por su inexpresividad, pero el aplomo tiene bastante que ver con la confianza en uno mismo, que es de la clase de cosas que se consiguen a lo largo de una vida en la que uno ha plantado cara a las cosas desagradables y ha salido victorioso del enfrentamiento con ellas. ¿Aplomo? ni de coña; ¿triunfo? esto sí que ya me parece más fuerte; la verdad es que las dos cosas van unidas íntimamente, y por más vueltas que le doy al espejo no veo el triunfo por ningún lado; debo decir que tampoco veo signos evidentes de derrota más allá de esa persiana a medio bajar que se me va instalando en la frente, por lo que, en lo que a ésto se refiere, no sabría qué decir...dejo el espejo en su sitio y caigo en la cuenta de algo espantoso: ¡ya he pasado los treinta! (de hecho voy camino de los treinta y dos), con lo cual me quedo más tranquilo: esas cosas de las que habla Salter deben ir desapareciendo con la edad...

por cierto, que aquí tengo una foto de mr. Salter:



(evidentemente algo mayorcito ya)

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