nadal, verdasco, el tenis y otras actividades humanas
No se pierdan el post de jose sobre la semifinal nadal-verdasco. Imprescindible:
Sí, pero, ¿quién se folla a Ana Ivanovic?
[Actualización: el mejor análisis de la final: El llanto de Rogelio]
31 de xan. de 2009
25 de xan. de 2009
elecciones y democracia representativa, una aproximación en tres actos
I.
Quién elige y qué cosa elige. Se nos dice, el pueblo soberano a sus legítimos representantes. Quien es el pueblo soberano, quienes sus legítimos representantes. Se nos dice, el conjunto de las personas mayores de 18 años censadas en el territorio al que se refieren las elecciones y todo aquel que registre unas siglas ante la administración para presentarse a esas elecciones. En teoría, entonces, la democracia es el gobierno de cualquiera en igualdad de condiciones con otros cualquieras. Sin embargo, la impresión que un "cualquiera" cualquiera tiene es que quien gobierna no es otro "cualquiera", sino un "alguien" que ha recibido tal título por nacimiento, riqueza o saber. A su vez, esos "alguien" aspiran al gobierno no como unos "cualquiera" sino como pastores que pastorean, como guardianes que guardan, como próceres que deben cuidarnos, a los cualquiera, de nuestra peligrosa condición de seres que no saben exactamente qué hacer con su libertad. En la práctica, los que son "alguien" configuran un sistema en el que los "cualquiera" no tienen nada que hacer en el gobierno de los asuntos comunes, excepto legitimar dicho sistema cada vez que hay elecciones o participar en alguna de las instancias ya regladas para los "cualquiera" como ellos, llámense asociaciones de vecinos, sindicatos, agrupaciones culturales o cualquiera otra forma de fingir que se participa en la vida pública mientras en realidad se hace otra cosa.
II. Una cita de Jacques Ranciere, de "el odio a la democracia"
Por lo general, lo que se toma como criterio pertinente de democracia es la existencia de un sistema representativo. Pero este sistema es él mismo un compromiso inestable, un resultante de fuerzas contrarias. Tiende hacia la democracia en la medida en que se acerca al poder de cualquiera, sea quien fuere. Desde este punto de vista, podemos enumerar las reglas que definen el mínimo por el cual un sistema representativo puede declararse democrático: mandatos electorales cortos, no acumulables, no renovables; monopolio de los representantes del pueblo en la elaboración de las leyes; prohibición a los funcionarios del Estado de ser representantes del pueblo en la elaboración de las leyes; reducción al mínimo de las campañas y de los gastos de éstas, y control de la injerencia de potencias económicas en los procesos electorales.
[...]
Nosotros no vivimos en democracias. Tampoco vivimos en campos de concentración, como aseguran ciertos autores que nos ven a todos sometidos a la ley de excepción del gobierno biopolítico. Vivimos en Estados de derecho oligárquicos, es decir en Estados donde el poder de la oligarquía está limitado por el doble reconocimiento de la soberanía popular y las libertades individuales. Conocemos las ventajas de este tipo de Estados, así como sus límites. En ellos las elecciones son libres. Aseguran, en lo esencial, la reproducción del mismo personal dominante bajo etiquetas intercambiables, pero las urnas no suelen estar atestadas y es posible cerciorarse de ello sin jugarse la vida. La administración no es corrupta, salvo en esos asuntos de mercados públicos donde se confunde con los intereses de los partidos dominantes. Se respetan las libertades de los individuos, aunque al precio de notables excepciones para todo cuanto atañe al cuidado de las fronteras y a la seguridad del territorio. Hay libertad de prensa: quien, sin ayuda de los poderes financieros, quiera fundar un diario o un canal de televisión capaces de llegar al conjunto de la población, encontrará serias dificultades pero no terminará en la cárcel. Los derechos de asociación, reunión y manifestación permiten que se organice una vida democrática, es decir, una vida política independiente de la esfera estatal. Permitir es, evidentemente, una palabra equívoca. Esas libertades no son regalos de los oligarcas. Fueron ganadas mediante la acción democrática, y si conservan su efectividad es sólo por esta acción. Los "derechos del hombre y del ciudadano" son los de quienes les dan realidad.
III. Y si somos escépticos sobre las posibilidades de transformación de todo este sistema ¿cómo hemos alcanzado el punto en el que nuestro escepticismo nos ha inutilizado para la lucha en el espacio político? ¿No es nuestra enmienda permanente a la totalidad un cortocircuito real sobre cualquier posibilidad de acción transformadora? ¿No es cierto que, para la oligarquía dominante es mejor un población escéptica que un conjunto de ciudadanos dipuestos a plantar cara en todos los frentes posibles de la esfera política? ¿No es cierto que en el momento en el que hacemos declaración de nuestra impotencia es cuando realmente nos volvemos impotentes de verdad? ¿No es cierto que nuestra parálisis es lo mejor que le puede pasar al sistema? ¿No es cierto que toda esta mierda seudointelectual sobre la que giramos con fingida angustia nos distrae de las responsabilidades que hemos elegido no tomar? ¿No lo es?
I.
Quién elige y qué cosa elige. Se nos dice, el pueblo soberano a sus legítimos representantes. Quien es el pueblo soberano, quienes sus legítimos representantes. Se nos dice, el conjunto de las personas mayores de 18 años censadas en el territorio al que se refieren las elecciones y todo aquel que registre unas siglas ante la administración para presentarse a esas elecciones. En teoría, entonces, la democracia es el gobierno de cualquiera en igualdad de condiciones con otros cualquieras. Sin embargo, la impresión que un "cualquiera" cualquiera tiene es que quien gobierna no es otro "cualquiera", sino un "alguien" que ha recibido tal título por nacimiento, riqueza o saber. A su vez, esos "alguien" aspiran al gobierno no como unos "cualquiera" sino como pastores que pastorean, como guardianes que guardan, como próceres que deben cuidarnos, a los cualquiera, de nuestra peligrosa condición de seres que no saben exactamente qué hacer con su libertad. En la práctica, los que son "alguien" configuran un sistema en el que los "cualquiera" no tienen nada que hacer en el gobierno de los asuntos comunes, excepto legitimar dicho sistema cada vez que hay elecciones o participar en alguna de las instancias ya regladas para los "cualquiera" como ellos, llámense asociaciones de vecinos, sindicatos, agrupaciones culturales o cualquiera otra forma de fingir que se participa en la vida pública mientras en realidad se hace otra cosa.
II. Una cita de Jacques Ranciere, de "el odio a la democracia"
Por lo general, lo que se toma como criterio pertinente de democracia es la existencia de un sistema representativo. Pero este sistema es él mismo un compromiso inestable, un resultante de fuerzas contrarias. Tiende hacia la democracia en la medida en que se acerca al poder de cualquiera, sea quien fuere. Desde este punto de vista, podemos enumerar las reglas que definen el mínimo por el cual un sistema representativo puede declararse democrático: mandatos electorales cortos, no acumulables, no renovables; monopolio de los representantes del pueblo en la elaboración de las leyes; prohibición a los funcionarios del Estado de ser representantes del pueblo en la elaboración de las leyes; reducción al mínimo de las campañas y de los gastos de éstas, y control de la injerencia de potencias económicas en los procesos electorales.
[...]
Nosotros no vivimos en democracias. Tampoco vivimos en campos de concentración, como aseguran ciertos autores que nos ven a todos sometidos a la ley de excepción del gobierno biopolítico. Vivimos en Estados de derecho oligárquicos, es decir en Estados donde el poder de la oligarquía está limitado por el doble reconocimiento de la soberanía popular y las libertades individuales. Conocemos las ventajas de este tipo de Estados, así como sus límites. En ellos las elecciones son libres. Aseguran, en lo esencial, la reproducción del mismo personal dominante bajo etiquetas intercambiables, pero las urnas no suelen estar atestadas y es posible cerciorarse de ello sin jugarse la vida. La administración no es corrupta, salvo en esos asuntos de mercados públicos donde se confunde con los intereses de los partidos dominantes. Se respetan las libertades de los individuos, aunque al precio de notables excepciones para todo cuanto atañe al cuidado de las fronteras y a la seguridad del territorio. Hay libertad de prensa: quien, sin ayuda de los poderes financieros, quiera fundar un diario o un canal de televisión capaces de llegar al conjunto de la población, encontrará serias dificultades pero no terminará en la cárcel. Los derechos de asociación, reunión y manifestación permiten que se organice una vida democrática, es decir, una vida política independiente de la esfera estatal. Permitir es, evidentemente, una palabra equívoca. Esas libertades no son regalos de los oligarcas. Fueron ganadas mediante la acción democrática, y si conservan su efectividad es sólo por esta acción. Los "derechos del hombre y del ciudadano" son los de quienes les dan realidad.
III. Y si somos escépticos sobre las posibilidades de transformación de todo este sistema ¿cómo hemos alcanzado el punto en el que nuestro escepticismo nos ha inutilizado para la lucha en el espacio político? ¿No es nuestra enmienda permanente a la totalidad un cortocircuito real sobre cualquier posibilidad de acción transformadora? ¿No es cierto que, para la oligarquía dominante es mejor un población escéptica que un conjunto de ciudadanos dipuestos a plantar cara en todos los frentes posibles de la esfera política? ¿No es cierto que en el momento en el que hacemos declaración de nuestra impotencia es cuando realmente nos volvemos impotentes de verdad? ¿No es cierto que nuestra parálisis es lo mejor que le puede pasar al sistema? ¿No es cierto que toda esta mierda seudointelectual sobre la que giramos con fingida angustia nos distrae de las responsabilidades que hemos elegido no tomar? ¿No lo es?
24 de xan. de 2009
la precampaña de la precampaña: barack touriño vs espartaco quintana vs feijo09
En un mes, elecciones autonómicas. Para ir empezando a deprimirnos, tres píldoras de patetismo propagandístico-político. ¿Por qué lo llamamos democracia si queremos decir oligarquía con rasgos circenses?
- Barack Touriño:
- Espartaco Quintana:
- Feijó09:
En un mes, elecciones autonómicas. Para ir empezando a deprimirnos, tres píldoras de patetismo propagandístico-político. ¿Por qué lo llamamos democracia si queremos decir oligarquía con rasgos circenses?
- Barack Touriño:
- Espartaco Quintana:
- Feijó09:
19 de xan. de 2009
mañana ¿quién se acordará de ayer?
Sé que merezco un premio de esos que dan por internet por este título horrible. Sirva de homenaje a todos los nombres de películas extranjeras dobladas por alguien con nulo conocimiento de los dos idiomas manejados en la operación de traducción y que con tanta perseverancia han corroído los cimientos de mis circunvoluciones cerebrales.
Al grano.
Mañana coronan al nuevo rey planetario. La ceremonia, transmitida en mundovisión, promete congregar a cuatro millones de seres humanos en directo y a un número indeterminado de especies inclasificables delante de los televisores. Nuestro moderno rey Arturo tiene varias Excalibur clavadas por el planeta adelante. Lograr extraerlas de la piedra donde están incrustadas le va a costar un tiempo considerable. Mientras tanto, el brillo de Nueva Camelot corre el riesgo de oscurecerse igual que un trozo de manzana dejado al aire durante unos minutos. Mañana coronan al nuevo rey planetario. Los israelíes suspirarán aliviados: las cámaras de televisión ya no apuntarán hacia Gaza. Las cosas que brillan que les dan dinero estarán a diez mil kilómetros de distancia. Los palestinos seguirán muriéndose en la oscuridad de la realidad no retransmitida. Serán relegados a los informativos de madrugada y a los resúmenes de fin de año, al menos hasta el próximo raid sobre la franja. El mundo civilizado brindará con alivio al ver que la dentadura perfecta de Obama sustituye a los cadáveres de los niños en los telediarios. Muchos dirán "Dios es grande". Brindemos. Con cianuro.
Sé que merezco un premio de esos que dan por internet por este título horrible. Sirva de homenaje a todos los nombres de películas extranjeras dobladas por alguien con nulo conocimiento de los dos idiomas manejados en la operación de traducción y que con tanta perseverancia han corroído los cimientos de mis circunvoluciones cerebrales.
Al grano.
Mañana coronan al nuevo rey planetario. La ceremonia, transmitida en mundovisión, promete congregar a cuatro millones de seres humanos en directo y a un número indeterminado de especies inclasificables delante de los televisores. Nuestro moderno rey Arturo tiene varias Excalibur clavadas por el planeta adelante. Lograr extraerlas de la piedra donde están incrustadas le va a costar un tiempo considerable. Mientras tanto, el brillo de Nueva Camelot corre el riesgo de oscurecerse igual que un trozo de manzana dejado al aire durante unos minutos. Mañana coronan al nuevo rey planetario. Los israelíes suspirarán aliviados: las cámaras de televisión ya no apuntarán hacia Gaza. Las cosas que brillan que les dan dinero estarán a diez mil kilómetros de distancia. Los palestinos seguirán muriéndose en la oscuridad de la realidad no retransmitida. Serán relegados a los informativos de madrugada y a los resúmenes de fin de año, al menos hasta el próximo raid sobre la franja. El mundo civilizado brindará con alivio al ver que la dentadura perfecta de Obama sustituye a los cadáveres de los niños en los telediarios. Muchos dirán "Dios es grande". Brindemos. Con cianuro.
17 de xan. de 2009
dirty sexy politic
Si uno entiende la política como espectáculo y juego de seducción, instantáneas como éstas deberían ser mucho más frecuentes. Cabría preguntarse porqué siempre las protagonizan mujeres y cuál es el mensaje exacto que se brinda al espectador medio que una vez cada cuatro años se realiza políticamente en la urna correspondiente.
No me sorprende que los políticos traten desesperadamente de demostrarnos que también son personas normales, (ésto es, que no están ahí para sacar provecho personal), pero sí me llama la atención el recurso táctico al encanto personal como garantía de su condición de personas normales.
Soraya cae mal, sus intervenciones públicas revelan con facilidad a una persona ansiosa con los tics habituales de la listilla de toda la vida que siente que está perdiendo el tiempo dando explicaciones a una banda de monos. Es consciente de su altanería al modo Aznar y se le nota que trata de controlarla, pero, para su desgracia, no puede autocontrolarse todo el tiempo y enseguida sus gestos transmiten una especie de furia ácida que provoca en el espectador un desagrado considerable. Habituados a ello, cambianos de canal cuando aparece en la televisión o apagamos la radio en el coche si coincide. Pero, de pronto, Soraya se suelta el pelo, se pone una especie de vestido de noche y, sentada en el suelo al lado de una silla, con cierto desarreglo post-coitum en su mirada, pretende decirnos, soy deseable, soy seductora, soy enigmática, soy misteriosa, tengo una personalidad secreta que sólo muestro en privado. Y claro, en ese momento, nuestro desagrado se transforma súbitamente en espanto puro. Y la imagen nos persigue en nuestras pesadillas más tenebrosas junto a aquella de Aznar con los pies encima de la mesa o la otra de Jesús Gil en un barreño rodeado de mamachichos. Viva el mal, etc.
Si uno entiende la política como espectáculo y juego de seducción, instantáneas como éstas deberían ser mucho más frecuentes. Cabría preguntarse porqué siempre las protagonizan mujeres y cuál es el mensaje exacto que se brinda al espectador medio que una vez cada cuatro años se realiza políticamente en la urna correspondiente.
No me sorprende que los políticos traten desesperadamente de demostrarnos que también son personas normales, (ésto es, que no están ahí para sacar provecho personal), pero sí me llama la atención el recurso táctico al encanto personal como garantía de su condición de personas normales.
Soraya cae mal, sus intervenciones públicas revelan con facilidad a una persona ansiosa con los tics habituales de la listilla de toda la vida que siente que está perdiendo el tiempo dando explicaciones a una banda de monos. Es consciente de su altanería al modo Aznar y se le nota que trata de controlarla, pero, para su desgracia, no puede autocontrolarse todo el tiempo y enseguida sus gestos transmiten una especie de furia ácida que provoca en el espectador un desagrado considerable. Habituados a ello, cambianos de canal cuando aparece en la televisión o apagamos la radio en el coche si coincide. Pero, de pronto, Soraya se suelta el pelo, se pone una especie de vestido de noche y, sentada en el suelo al lado de una silla, con cierto desarreglo post-coitum en su mirada, pretende decirnos, soy deseable, soy seductora, soy enigmática, soy misteriosa, tengo una personalidad secreta que sólo muestro en privado. Y claro, en ese momento, nuestro desagrado se transforma súbitamente en espanto puro. Y la imagen nos persigue en nuestras pesadillas más tenebrosas junto a aquella de Aznar con los pies encima de la mesa o la otra de Jesús Gil en un barreño rodeado de mamachichos. Viva el mal, etc.
16 de xan. de 2009
sobre la importancia de nuestros actos (II)
Lo que yo piense es leña en la hoguera de la opinión mayoritaria (sobre cualquier cosa). Lo que yo haga contribuye al estado general de las cosas (en cualquier circunstancia). Lo que yo diga es otro discurso más en la colección de discursos clónicos que repite todo el mundo (en cualquier conversación). Lo que yo crea es irrelevante (suponiendo que crea algo).
Y no.
Lo que yo piense es leña en la hoguera de la opinión mayoritaria (sobre cualquier cosa). Lo que yo haga contribuye al estado general de las cosas (en cualquier circunstancia). Lo que yo diga es otro discurso más en la colección de discursos clónicos que repite todo el mundo (en cualquier conversación). Lo que yo crea es irrelevante (suponiendo que crea algo).
Y no.
11 de xan. de 2009
10 de xan. de 2009
reconociendo a los doctos
En relación con un genio, es decir, con un ser que o bien fecunda a otro, o bien da a luz él, tomadas ambas expresiones en su máxima extensión, el docto, el hombre de ciencia medio, tiene siempre algo de solterona: pues, como ésta, no entiende nada de las dos funciones más valiosas del ser humano. De hecho a ambos, a doctos y a solteronas, a modo de indemnización, por así decirlo, se les reconoce respetabilidad - se subraya en estos casos la respetabilidad -, y la forzosidad de ese reconocimiento proporciona idéntica dosis de fastidio. Miremos las cosas con más detalle: ¿qué es el hombre científico? Por lo pronto, una especie no aristocrática de hombre, con las virtudes de una especie no aristocrática de hombre, es decir, no dominante, no autoritaria y tampoco contenta de sí misma: el hombre científico tiene laboriosidad, paciencia para ocupar su sitio en la fila, regularidad y mesura en sus capacidades y necesidades, tiene el instinto para reconocer cuáles son sus iguales y qué es lo que sus iguales necesitan, por ejemplo aquella dosis de independencia y de prado verde sin la cual no hay tranquilidad en el trabajo, aquella pretensión de que se lo honre y reconozca (la cual presupone primero y ante todo conocimiento, cognoscibilidad -), aquel rayo de sol de un buen nombre, aquella constante insistencia en su valor y en su utilidad, con la que es necesario superar una y otra vez la desconfianza íntima que hay en el fondo del corazón de todos los hombres dependientes y animales de rebaño. El docto tiene también, como es obvio, las enfermedades y defectos de una especie no aristocrática: tiene mucha envidia pequeña y posee un ojo de lince para ver cuanto de bajo hay en las naturalezas a cuyas alturas él no puede ascender. Es confiado, mas sólo como uno que se deja ir paso a paso, pero no fluir como una corriente; y justo frente al hombre de la gran corriente adopta el docto una actitud tanto más fría y cerrada, - su ojo es entonces como un lago liso y disgustado en el cual ya no aparece la onda de ningún embeleso, de ninguna simpatía. Las cosas peores y más peligrosas que un docto es capaz de hacer le vienen del instinto de mediocridad de su especie: de aquel jesuitismo de la mediocridad que trabaja instintivamente para aniquilar al hombre no habitual y que intenta romper o - ¡mejor todavía! - aflojar todo arco tenso. Aflojarlo, claro está, con consideración, con mano indulgente -, aflojarlo con cariñosa compasión: éste es el auténtico arte del jesuitismo, que ha sabido siempre presentarse como religión de la compasión.
[Friedrich Nietzsche, "más allá del bien y del mal". Sección quinta. Para la historia natural de la moral. Epígrafe 200]
En relación con un genio, es decir, con un ser que o bien fecunda a otro, o bien da a luz él, tomadas ambas expresiones en su máxima extensión, el docto, el hombre de ciencia medio, tiene siempre algo de solterona: pues, como ésta, no entiende nada de las dos funciones más valiosas del ser humano. De hecho a ambos, a doctos y a solteronas, a modo de indemnización, por así decirlo, se les reconoce respetabilidad - se subraya en estos casos la respetabilidad -, y la forzosidad de ese reconocimiento proporciona idéntica dosis de fastidio. Miremos las cosas con más detalle: ¿qué es el hombre científico? Por lo pronto, una especie no aristocrática de hombre, con las virtudes de una especie no aristocrática de hombre, es decir, no dominante, no autoritaria y tampoco contenta de sí misma: el hombre científico tiene laboriosidad, paciencia para ocupar su sitio en la fila, regularidad y mesura en sus capacidades y necesidades, tiene el instinto para reconocer cuáles son sus iguales y qué es lo que sus iguales necesitan, por ejemplo aquella dosis de independencia y de prado verde sin la cual no hay tranquilidad en el trabajo, aquella pretensión de que se lo honre y reconozca (la cual presupone primero y ante todo conocimiento, cognoscibilidad -), aquel rayo de sol de un buen nombre, aquella constante insistencia en su valor y en su utilidad, con la que es necesario superar una y otra vez la desconfianza íntima que hay en el fondo del corazón de todos los hombres dependientes y animales de rebaño. El docto tiene también, como es obvio, las enfermedades y defectos de una especie no aristocrática: tiene mucha envidia pequeña y posee un ojo de lince para ver cuanto de bajo hay en las naturalezas a cuyas alturas él no puede ascender. Es confiado, mas sólo como uno que se deja ir paso a paso, pero no fluir como una corriente; y justo frente al hombre de la gran corriente adopta el docto una actitud tanto más fría y cerrada, - su ojo es entonces como un lago liso y disgustado en el cual ya no aparece la onda de ningún embeleso, de ninguna simpatía. Las cosas peores y más peligrosas que un docto es capaz de hacer le vienen del instinto de mediocridad de su especie: de aquel jesuitismo de la mediocridad que trabaja instintivamente para aniquilar al hombre no habitual y que intenta romper o - ¡mejor todavía! - aflojar todo arco tenso. Aflojarlo, claro está, con consideración, con mano indulgente -, aflojarlo con cariñosa compasión: éste es el auténtico arte del jesuitismo, que ha sabido siempre presentarse como religión de la compasión.
[Friedrich Nietzsche, "más allá del bien y del mal". Sección quinta. Para la historia natural de la moral. Epígrafe 200]
7 de xan. de 2009
sociología de las colas, un relato
Estaba en las rebajas, en una de las colas interminables que se forman estos días para ser exactos. Tras unos minutos de espera sin moverme ni un milímetro empecé a observar sin demasiado disimulo a mis compañeros de viaje a la caja registradora. Tras varios instantes de vigilancia concentrada llegué a dos conclusiones: 1) sólo existen dos tipos de hombres: a) los que en las colas miran de reojo el culo de todas las tías que pasan por delante de ellos y b) los que en las colas miran descaradamente el culo de todas las tías que pasan por delante de ellos; 2) sólo hay dos tipos de mujeres: a) las que en las colas miran con satisfacción para los estantes semivacíos y semirevueltos de la tienda, orgullosas de su compra, y b) las que en las colas miran con cierta rabia los estantes semivacíos y semirevueltos de la tienda algo decepcionadas con su compra. Mientras estas agudas reflexiones me distraían de mi compleja tarea de control de la tienda (no voy a decir a qué grupo pertenezco, obviamente), fui consciente del silencio en el que nos hallábamos sumidos. Por los altavoces se escuchaba, débilmente, el teardrop de los massive attack, mientras la alarma saltaba de vez en cuando sin mucho convencimiento. Observé que si cada uno de los habitantes de la cola nos marchásemos con nuestra compra corriendo sin pagar, cogerían a lo sumo a uno o dos de nosotros, pero el resto volveríamos triunfantes para casa con un botín interesante. El silencio me impresionó. Tanta calma. Desde fuera parecíamos un pacífico grupo de gente esperando nuestro turno. Sin embargo, la mitad de los presentes combatían el tedio de la espera con tibias fantasías mientras la otra mitad se entregaba al enjuiciamiento de su compra. Bajo la superficie del aburrimiento, como no, latía un abismo de deseo y frustración. El único problema era que no había correspondencia alguna entre ambos grupos. El deseo derivado del aburrimiento y la frustración consecuencia de la compra. De alguna manera ambas cosas se me aparecieron como accidentes de un algo esencial origen de toda la energía que en estado latente hacía reverberar la tienda. Estaba a punto de llegar al origen de ese algo cuando una voz me devolvió al desierto de lo real, siguiente, por favor.
Estaba en las rebajas, en una de las colas interminables que se forman estos días para ser exactos. Tras unos minutos de espera sin moverme ni un milímetro empecé a observar sin demasiado disimulo a mis compañeros de viaje a la caja registradora. Tras varios instantes de vigilancia concentrada llegué a dos conclusiones: 1) sólo existen dos tipos de hombres: a) los que en las colas miran de reojo el culo de todas las tías que pasan por delante de ellos y b) los que en las colas miran descaradamente el culo de todas las tías que pasan por delante de ellos; 2) sólo hay dos tipos de mujeres: a) las que en las colas miran con satisfacción para los estantes semivacíos y semirevueltos de la tienda, orgullosas de su compra, y b) las que en las colas miran con cierta rabia los estantes semivacíos y semirevueltos de la tienda algo decepcionadas con su compra. Mientras estas agudas reflexiones me distraían de mi compleja tarea de control de la tienda (no voy a decir a qué grupo pertenezco, obviamente), fui consciente del silencio en el que nos hallábamos sumidos. Por los altavoces se escuchaba, débilmente, el teardrop de los massive attack, mientras la alarma saltaba de vez en cuando sin mucho convencimiento. Observé que si cada uno de los habitantes de la cola nos marchásemos con nuestra compra corriendo sin pagar, cogerían a lo sumo a uno o dos de nosotros, pero el resto volveríamos triunfantes para casa con un botín interesante. El silencio me impresionó. Tanta calma. Desde fuera parecíamos un pacífico grupo de gente esperando nuestro turno. Sin embargo, la mitad de los presentes combatían el tedio de la espera con tibias fantasías mientras la otra mitad se entregaba al enjuiciamiento de su compra. Bajo la superficie del aburrimiento, como no, latía un abismo de deseo y frustración. El único problema era que no había correspondencia alguna entre ambos grupos. El deseo derivado del aburrimiento y la frustración consecuencia de la compra. De alguna manera ambas cosas se me aparecieron como accidentes de un algo esencial origen de toda la energía que en estado latente hacía reverberar la tienda. Estaba a punto de llegar al origen de ese algo cuando una voz me devolvió al desierto de lo real, siguiente, por favor.
4 de xan. de 2009
la potencia impotente
Europa es el tipo ese que, mientras, el matón de turno le da una paliza al tipo más débil que se ha cruzado en su camino, sólo es capaz de balbucear, para ya hombre que lo vas a matar. Eso sí, después irá a tomarse unas cañas con él, mientras tratará de hacerle ver que lo que hizo estaba muy feo.
Europa es el tipo ese que, mientras, el matón de turno le da una paliza al tipo más débil que se ha cruzado en su camino, sólo es capaz de balbucear, para ya hombre que lo vas a matar. Eso sí, después irá a tomarse unas cañas con él, mientras tratará de hacerle ver que lo que hizo estaba muy feo.
manifiesto político para 2009 (IV)
Hablaba hace un instante de la escisión presente en el electorado: el voto es masivo y vivido como un imperativo, mientras que la convicción política o ideológica es flotante e, incluso, inexistente. Esta escisión es interesante y positiva en la medida en que, inconscientemente, significa la distancia entre política y Estado.
En el caso que nos ocupa [las elecciones presidenciales francesas de 2007], a falta de toda política en sentido propio, el miedo se incorpora al Estado como sustrato de su propia independencia. El miedo valida el Estado. La operación electoral incorpora al Estado el miedo y el miedo al miedo, de manera que un elemento subjetivo de masas consigue validar el Estado. Digamos que, tras estas elecciones, el elegido, muy probablemente Sarkozy, estará legitimado en la cima del Estado por haberle sabido sacar tajada al miedo. Tendrá entonces las manos libres, puesto que, desde el momento en que el Estado ha quedado investido por el miedo, puede dar miedo con toda libertad.
La dialéctica última es la del miedo y el terror. Virtualmente, un Estado legitimado por el miedo está habilitado para convertirse en un Estado terrorista. ¿Hay un terrorismo contemporáneo? ¿Un terror democrático? Por el momento, está solapado. Se trata de encontrar las formas democráticas de un terror de Estado que esté a la altura de la técnica: rádares, fotos, control de Internet, escuchas sistemáticas de todos los teléfonos, cartografía de los desplazamientos… nos encontramos en un horizonte estatal de terror virtual, cuyo mecanismo principal es la vigilancia y, cada vez más, la delación. ¿Hay que hablar, como nuestros amigos deleuzianos, de «sociedad de control», diferente esencialmente de la «sociedad de soberanía»? No lo creo. El control se transformará en un puro y simple terrorismo de Estado tan pronto como las circunstancias se pongan un poco serias. Ya estamos enviando sospechosos para que los torturen en casa de «amigos» con menos reparos. Acabaremos haciéndolo nosotros mismos. El miedo no tiene otro futuro que no sea el terror en su sentido más corriente.
[Alan Badiou "¿Qué representa el nombre de Sarkozy?", editorial Ellago]
Hablaba hace un instante de la escisión presente en el electorado: el voto es masivo y vivido como un imperativo, mientras que la convicción política o ideológica es flotante e, incluso, inexistente. Esta escisión es interesante y positiva en la medida en que, inconscientemente, significa la distancia entre política y Estado.
En el caso que nos ocupa [las elecciones presidenciales francesas de 2007], a falta de toda política en sentido propio, el miedo se incorpora al Estado como sustrato de su propia independencia. El miedo valida el Estado. La operación electoral incorpora al Estado el miedo y el miedo al miedo, de manera que un elemento subjetivo de masas consigue validar el Estado. Digamos que, tras estas elecciones, el elegido, muy probablemente Sarkozy, estará legitimado en la cima del Estado por haberle sabido sacar tajada al miedo. Tendrá entonces las manos libres, puesto que, desde el momento en que el Estado ha quedado investido por el miedo, puede dar miedo con toda libertad.
La dialéctica última es la del miedo y el terror. Virtualmente, un Estado legitimado por el miedo está habilitado para convertirse en un Estado terrorista. ¿Hay un terrorismo contemporáneo? ¿Un terror democrático? Por el momento, está solapado. Se trata de encontrar las formas democráticas de un terror de Estado que esté a la altura de la técnica: rádares, fotos, control de Internet, escuchas sistemáticas de todos los teléfonos, cartografía de los desplazamientos… nos encontramos en un horizonte estatal de terror virtual, cuyo mecanismo principal es la vigilancia y, cada vez más, la delación. ¿Hay que hablar, como nuestros amigos deleuzianos, de «sociedad de control», diferente esencialmente de la «sociedad de soberanía»? No lo creo. El control se transformará en un puro y simple terrorismo de Estado tan pronto como las circunstancias se pongan un poco serias. Ya estamos enviando sospechosos para que los torturen en casa de «amigos» con menos reparos. Acabaremos haciéndolo nosotros mismos. El miedo no tiene otro futuro que no sea el terror en su sentido más corriente.
[Alan Badiou "¿Qué representa el nombre de Sarkozy?", editorial Ellago]