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Día de fiesta
Hoy no tenemos clase. Es uno de esos festivos inesperados que abren el día a una interminable variedad de cosas posibles para no hacer. Aún así me levanto temprano -para ser festivo- y me asomo al termómetro, siete grados, y siento un microscópico escalofrío de placer. Desayuno con más calma de lo habitual mientras enciendo el portátil y me río un poco con las tonterías éstas de la reina. En la televisión mañanera, la teletienda ha montado un campamento permanente, todo son ofertas de productos milagrosos para elevar el placer derivado del confort doméstico hasta el nivel de, como mínimo, el sexo manual. Me abrigo a conciencia y salgo a "hacer recados". Si pudiera, viviría de esta actividad. Meto varios cds que tengo a prueba en el coche, pongo la calefacción a una temperatura moderada y asisto al milagro tecnológico del desempañamiento instantáneo del parabrisas. Voy por la autopista hacia Vigo mientras el primer CD va pasando con holgura mis requisitos-básicos-para-que-me-guste-un-CD. A la altura del túnel de Candeán, sobre la canción número cinco, ya estoy entusiasmado. Llego a la ciudad y, como siempre, me sorprende el hervir de la gente por las calles durante los días laborales. Todo el mundo con prisa. Parezco un marciano llegado al planeta del estrés. Desde el coche las cosas de fuera pasan con lentitud y me gusta pararme en los semáforos. Hago algunos de mis recados rodeado de gente acelerada, mi tiempo interno va con tanta calma que me da la impresión de estar dentro de Matrix o de algún videojuego de esos como Max Payne o FEAR con movimiento a ultracámara lenta. Hace frío cada vez que me bajo del coche. Da igual todo. Hoy es día de fiesta, puedo perder el tiempo a manos llenas. Fiesta, que fantástica fantástica esta fiesta.

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