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cormac mccarthy, la carretera


Hay libros que llegan a casa y, sin que uno entienda muy bien el proceso, acaban sepultados por otros libros, terminando por ser los cimientos de alguna pila en equilibrio inestable en algún lugar del salón o del dormitorio. Un día, uno recuerda que tenía ese libro por casa (por lo general, tras llevar un par de semanas encallado en la lectura de alguna chorrada de moda) y, tras algunos minutos de angustia, lo rescata de la base de la columna. Después lo abre y se sumerge en él y, si le gusta, termina preguntándose por la estúpida lógica que le ha llevado a posponer su lectura en favor de cosas a las que la etiqueta "prescindible" sólo les hace un favor...

Toda esta introducción viene a cuento porque "la carretera" me ha encantado total y completamente, desde la primera hasta la última de sus páginas, sin bajones en ninguno de sus pasajes, sin interrupciones en su perfecto desarrollo narrativo. Lo que podría pasar por una simple ficción postapocalíptica más es, en realidad, un áspero viaje hacia un futuro probable de la mano de dos protagonistas a los que sólo sostiene, en su búsqueda de un destino algo menos malo, una dignidad extraña que viene siendo una especie de lujo o extravío en tiempos donde sólo se sobrevive a costa de renunciar a cualquier atisbo de humanidad. Un padre, un hijo, un carro de supermercado y las ruinas de la civilización occidental norteamericana. Un territorio cubierto de cenizas y de cadáveres. Carreteras abiertas en canal, ciudades enteras arrasadas, ríos de aguas negras y cielos permanentemente plomizos. Estos son los protagonistas de un libro que en otras manos sería una nadería prescindible, pero que en las de Cormac McCarthy sirven para construir una especie de epopeya en la que el fin del mundo funciona como eficaz telón de fondo para hablar de lo que es un ser humano con una hondura impensable a priori y eludiendo toda clase de discurso moralizante más o menos autosatisfecho de sí mismo. El ejemplar pulso narrativo alterna pasajes inmensos en los que sólo cabe la desolación total con latigazos de acción seca y desesperada en los que la supervivencia se convierte en una dolorosa forma de crueldad. El paisaje, convertido en un estado de ánimo terminal, se cuela por los poros de los protagonistas y nos llega tanto a través de las concisas descripciones como de las emociones que sacuden a los dos personajes principales. Toda su angustia nos concierne de una manera perturbadora. Sus interrogantes y su soledad, su impulso de huir sabiendo que no hay adonde ir, nos conmueven completamente. Tanto que, terminado el libro, uno se queda subido a él, más allá de sus páginas, en los instantes turbios previos al sueño en los que, en medio de la oscuridad de una habitación confortable, el mundo parece carecer de sentido y las personas que uno conoce, espectros lejanos condenados a desaparecer del mundo y de la memoria. Como uno mismo.

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