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entre los días
El jueves pasado estuve en Santiago en una conferencia de Ernesto Laclau. Éramos unos veinte en una especie de biblioteca para seminarios. Una mesa ovalada gigante de esas en plan mesa de negociación. Yo estaba un poco acojonado, a mi edad, y me senté en lo más parecido a una segunda fila que encontré. La sensación de sentirme como un farsante siempre en estas circunstancias. Laclau leyó dignamente el texto de su charla -"articulación y los límites de la metáfora"- durante casi dos horas. Me fascinó el ambiente. El silencio. Estanterías llenas de libros desde el suelo hasta el techo del segundo piso abierto. La voz de Laclau pasando del análisis de la metáfora y la metonimia en Proust a la articulación de los discursos políticos. Como acostumbro, sentí la fascinación ante la figura del sabio, el asombro ante el sedimento de una vida dedicada al oficio de pensar. Se me iba la cabeza al libro de Coetzee. ¿Estará satisfecho Laclau de su vida? ¿le habrá merecido la pena? ¿buscará secretarias atractivas para fantasear con ellas entre reflexión y reflexión? Antes de empezar el turno de preguntas hubo un café acompañado de plumcake. Mientras observaba el Santiago que queda detrás del pazo de Raxoi, me éntregué al ejercicio de la duda, me quedo al turno de preguntas, sí, no, sí, no, no, no. Tras el recuento de síes y noes hice una llamada y decidí irme. Los turnos éstos deberían llamarse "intentos lamentables de lucimiento personal destinados a agotar la paciencia del conferenciante". En la autopista, miles de furgonetas enloquecidas me adelantaban a velocidades absurdas. Me asusté un par de veces sin motivo. Todavía tenía en la boca el sabor del café al llegar a casa. Todas las vidas que no son la mía me parecen, como mínimo, algo menos aburridas.
j.m. coetzee, diario de un mal año


diario de un mal año


Por recomendación de Vendell, tras la lectura de hombre lento y ávido de nuevas lecturas coetzeeianas, me autoregalo su, hasta la fecha, último libro publicado. Como si fuera una continuación del anterior, el escenario central de la narración vuelve a ser casi el mismo: un escritor octogenario (en hombre lento, un fotógrafo), una mujer joven que entra en su vida, las reflexiones consiguientes sobre la vejez, el deseo, la vida que se ha dejado atrás, las cosas que se han dejado de hacer, el resultado de llevar una existencia entregado a la escritura, la sensación de no entender el mundo ni los nuevos usos en las relaciones entre las persona. La diferencia entre ambas obras está básicamente en la estructura que sigue en esta ocasión el escritor sudafricano. Bajo el pretexto de un libro de ensayos que le ha sido encargado por una editorial alemana, C. -así aparece nombrado- divide cada página en tres partes. Una para el texto de turno (signo de los tiempos: hay opiniones sobre el terrorismo, la política internacional, la guerra de Irak, el criquet, el estado o la religión), otra para el narrador en primera persona y una tercera que queda reservada para la voz de la mujer que ha contratado como su mecanógrafa. La voz del narrador y la de la mujer (y de paso la del amante de ésta, logradísimo contrapunto ideológico/vital del narrador) se entrecruzan dando versiones diferentes de sucesos similares, dotando de una consistencia considerable a las anécdotas irrisorias que cuentan. Sobre ambas voces, actuando como paisaje de fondo, las reflexiones del escritor, ligadas a veces de manera irónica a lo que cuentan los personajes, otras de forma directa, o incluso casi como burla a lo que les está ocurriendo. Todo el conjunto, escrito con un estilo limpio y preciso, impúdico hasta extremos realmente divertidos -la mujer que habla de C. como un viejo verde que sólo la ha contratado para tener fantasías sexuales sobre ella, C. que se debate entre confesarle su pasión de octogenario o no hacerlo, el amante, que lo desprecia por su edad, por su anclaje moral a las costumbres de otra época-, constituye otro prodigio de lucidez y amargura. Las reflexiones iniciales de C. sobre política y sociedad son agudas, penetrantes, la visión de alguien que ha captado con inteligencia la estructura del entramado social en el que está inmerso. Las finales, sugeridas por la mujer que ha contratado a su servicio, miran hacia dentro y hacia atrás, hacia la persona que reflexiona, hacia el escritor que ha dedicado toda su vida a escribir y que se encuentra preguntándose "¿ha merecido la pena esta vida?". Moderadamente dolorido, con el punto justo de acidez y con el espanto ante los momentos finales de la vida que debe empezar a encarar, diario de un mal año, me ha parecido un libro magnífico, de los que consiguen que te quedes dentro de ellos tratando de responder a los afligidos interrogantes que plantea sin conseguirlo.

Jamás he sentido con mucha intensidad los goces de la posesión. Me resulta difícil considerarme propietario de nada. Pero tiendo a adoptar el papel de guardián y protector de aquello que no es querido ni se hace querer, de lo que otras personas desdeñan o rechazan: perros viejos con malas pulgas, muebles viejos que se han mantenido tenazmente íntegros, automóviles al borde del colapso. Es un papel al que me resisto; pero de vez en cuando la muda llamada de lo no querido derrota mis defensas.
Un prefacio para un relato que jamás escribiré.
ruido de fondo, una vez más
Hace unos días comí con mis suegros, la típica comida familiar de domingo repleta de trivialidades y obviedades en la que lo importante no es lo que se dice sino el hecho de estar juntos para poder decirlo. Sin embargo, algo hizo diferente esta comida. El día anterior, un par de anormales jugando a las carreras en la avenida de Jenaro de la Fuente asesinaron a un matrimonio que volvía tranquilamente a casa (los chicos pilotaban un audi y un bmw respectivamente, la pareja un citroen AX: hay algo muy significativo en ello). Ambos componentes del matrimonio eran buenos amigos de mi suegro. Parloteando incesantemente tratábamos de que la conversación no tuviera puntos de fuga, de que el diálogo a varias voces no abriera un hueco que nos llevara de cabeza a la noticia del día anterior. Sin embargo, a base de esforzarnos por esquivar la cuestión, pronto se hizo evidente, por omisión, que ese era EL tema que sobrevolaba nuestras palabras. En un momento dado, con el cacareo fuera de control, mi suegro se levantó de la mesa y salió al balcón, a coger aire, a huir de ese barullo absurdo, yo que sé. Se hizo un silencio brutal tras el cual, como si hubiéramos estado esperando, nos atrevimos a comentar los detalles de la noticia, con cierta avidez, como necesitando comprobar en la mirada de los demás que realmente había sido cierto. Cuando volvió a la mesa, reanudamos la charla banal, el parloteo apresurado, nos refugiamos en los sonidos que salían de nuestra boca, como si sirviera para algo. Transcurridos unos días y ahora que la actualidad ha devorado la noticia, trato de ponerme en el sitio de mi suegro. Es un sitio complicado, como si te hubieran abierto una boca de metro a la altura del corazón. Joder.
wislava szymborska, el gran número + fin y principio + otros poemas




Tenía ganas de leer un poemario completo de la Szymborska. Las cosas sueltas que andan por internet me habían dejado con ganas de acercarme más en serio a su poesía. Este volumen de Hyperion reune lo que, según la introducción, son sus dos obras mayores. Me ha parecido algo irregular, con poesías que no me han gustado demasiado. Las que sí lo han hecho, en cambio, me han alcanzado de lleno en la línea de flotación. La extrañeza de las cosas cotidianas. El poso ligeramente amargo de lo íntimo. La mezcla de máxima separación y proximidad absoluta que constituye nuestra relación con el mundo. Cierto humor retorcido que sobrevuela algunas páginas. Yo que sé. Sólo se me ocurren gilipolleces.

Debo mucho
a aquellos que no quiero.

El alivio con que el que acepto
que sean más cercanos a otro.

La alegría de que yo no sea
el lobo de sus ovejitas.

La Paz sea con ellos,
y mi libertad con ellos,
y eso ni el amor lo puede dar
ni tomarlo sabe.

No les espero
desde la ventana hasta la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol,
comprendo
lo que el amor no comprende,
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.

Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino, simplemente, algunos días o semanas.

Los viajes con ellos siempre son un acierto,
conciertos oídos,
catedrales visitadas,
paisajes nítidos.

Y cuando nos separan
siete montañas y ríos,
son montañas y ríos
muy familiares del mapa.

Es mérito suyo,
que yo viva en tres dimensiones,
en un espacio no lírico y no retórico,
con un horizonte, por móvil, real.

Ellos mismos no saben
cuánto llevan en sus manos vacías.

"No les debo nada"-
diría el amor
sobre esta cuestión abierta.
chuck palahniuk, rant, la vida de un asesino





Soy fiel seguidor de las novelas de Palahniuk desde que hace algo menos de ocho años cayó en mis manos la edición en español de el club de la lucha (en Muchnik editores). Desde entonces y hasta hoy me he ido leyendo, más o menos puntualmente según iban siendo publicados, todos sus libros. Su estilo inconfundible en el que a golpe de frases sentenciosas se van desarrollando argumentos extraídos de alguna escombrera de restos de guiones de la series Z de los años cincuenta, mientras van cayendo como una lluvia persistente reflexiones hirientes sobre las costumbres de la sociedad del hiperconsumo, da lugar a un tipo de literatura que resulta difícil de clasificar y que molesta/aburre por igual a los amantes de los best sellers, a los puristas de la "alta literatura", a los lectores de escritores que escriben en suplementos semanales y, en general, creo, a casi todos aquellos que se precian de tener un gusto propio y/o un criterio personal, mientras que a ciertos desnortados como yo les resulta ciertamente divertido en sus peores momentos -que tiene bastantes- y realmente glorioso en los mejores -que son unos cuantos.

Todo este rollo inicial viene a cuento de que este último libro entra de cabeza en la categoría de "flojitos". Si bien los personajes-tipo palahniukianos están ahí -esos seres que buscan rasgar el velo de la realidad para tocar lo real en cualquiera de sus manifestaciones orgánicas- y las tramas y subtramas delirantes son fieles al estilo habitual, la novela se estrella brutalmente al pretender ser un caleidoscopio de voces que cuentan cada una un fragmento de una historia más amplia. Dominar varias voces simultáneamente para construir sobre ellas una narración coherente que se eleve sobre todas ellas para dar lugar a un magma fluido que esté vivo, un ente orgánico que palpite y que nos absorba con su verosimilitud, no es una tarea al alcance de cualquier escritor. Todas las voces que pasean por este libro se parecen sospechosamente entre sí. Más que crear una constelación creíble de personajes con identidades propias, Palahniuk fabrica unos cuantos guiñoles y se dedica a hacer de ventrílocuo malo, de esos que vemos como mueve los labios exageradamente mientras pone voces que se parecen en exceso a la suya propia.

Aún así, pese a estrellarse contra las exigencias de su propia ambición, pese a no cumplir con las expectativas que genera la propia estructura de la novela, los muy fans perdonamos casi todo en nuestra deriva literaria personal, y, tras pasar la última página del libro, sólo tenemos un pensamiento, "vale Chuck, la siguiente ¿para cuándo?".
hanna arendt, sobre la violencia




(Amo a Hanna Arendt)

El poder no necesita justificación, siendo como es inherente a la verdadera existencia de las comunidades políticas; lo que necesita es legitimidad. El empleo de estas dos palabras como sinónimo no es menos desorientador y perturbador que la corriente ecuación de obediencia y apoyo. El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero deriva su legitimdad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir a ésta. La legitimidad cuando se ve desafiada, se basa en una apelación al pasado mientras que la justificación se refiere a un fin que se encuentra en el futuro. La violencia puede ser justificable pero nunca será legítima. Su justificación pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto. Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia porque el peligro no solo resulta claro sino que es actual y el fin que justifica los medios es inmediato.
[...]
La violencia puede destruir siempre al poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder.

Hanna Arendt en todo su esplendor en algo más de cien páginas. Poder, violencia, fuerza, autoridad: un esclarecedor ejercicio de reflexión sobre estos términos, que, casi cuarenta años después de su escritura, y en un contexto histórico radicalmente distinto al suyo -la guerra fría en su apogeo-, no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Muy interesante también su análisis del mayo francés, de las revueltas en los campus norteamericanos contra la guerra del Vietnam y de la pretendida ideología marxista de ambos.
 

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