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1 de mayo
Reducido a acontecimiento folcórico y excusa para hinchar el pecho con el recuerdo de viejos logros cumplidos, la celebración del uno de mayo se ha convertido en una fiesta absurda en la que hay poco que celebrar. Bajo la apariencia de una opulencia en ascenso progresivo se oculta una realidad lamentable en la cual los beneficios de las grandes enmpresas crecen casi al 15% anual mientras los salarios de los trabajadores apenas los hacen sobre el 2%. Pero no es el salario lo peor de toda la historia. Términos como eventualidad, temporalidad, trabajos-basura o flexibilidad laboral han invadido nuestro vocabulario y han colonizado nuestra realidad ante la mirada atónita de unas estructuras jurásicas que parecen reducir su función a gestionar los derechos de los más privilegiados (léase: funcionarios) mientras una masa inmensa de trabajadores desclasados y sin capacidad de maniobra colectiva se despeña por el abismo de las jornadas de doce horas, los horarios flexibles, los despidos sin indemnizaciones, la pérdida continuada de poder adquisitivo, los fantasmas de las deslocalizaciones, los contratos efímeros y la imposibilidad de fijar mínimamente alguna clase de aspiración de estabilidad vital.

Eso sí, en mi ciudad han puesto un millón de banderitas, que cuando se trata de dar color a las calles sólo la alcaldesa "popular" les iguala.

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