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lewis trondheim, la maldición del paraguas




Casi diez años después (1999, creo) de "mis circunstancias" el hiperprolífico Lewis Trondheim entrega otra ración de obsesiones absurdas, contradicciones vitales, dudas existenciales minimalistas y desconcierto generalizado. No es el paso al color el menor de los cambios. El blanco y negro de trazo nervioso de aquel álbum ha dado paso a un libro en el que hay gusto por los detalles. Las anotaciones de campo de sus múltiples viajes ponen sobre la mesa las intenciones pictóricas de un autor muy consciente de sus limitaciones gráficas. Más que una exhibición de virtuosismo, las postales y recreaciones de ciudades trondheimnianas suenan a una especie de "ésto es todo, mi oficio no alcanza para más". Los guiones siguen jugando con lo cotidiano y con sus infinitas situaciones prestas a desarmarnos sin previo aviso. El autor nervioso y carcomido por las dudas interiores de hace casi una década está ya asentado firmemente en el stablishment comiquero, ha dado el salto de los alternativo al best seller. Su relación especular con su experiencia anterior, el salto temporal, la cosecha de años que ha cristalizado en "la obra" y ha glorificado "al autor": Trondheim reflexiona sobre todo ésto de manera oblicua, como si pintase en cada página una sombra, un nubarrón de dudas que acecharan sus pequeñeces diarias. Mientras se retrata a sí mismo como un personaje maniático, hipocondríaco, obsesivo y ligeramente cenizo, esboza reflexiones mínimas sobre su trabajo y mira con escepticismo sus supuestos logros públicos -con llamada telefónica del ministro de cultura de turno incluída tras un premio en Angouleme-. La edad madura ha llegado. La barrera de los cuarenta ya levantada deja paso a un futuro contradictorio, plagado de seguridades materiales y de incertidumbres vitales ante el cual el asombro y la estupefacción no parecen los mejores recursos. Su sentido del humor -ligeramente oscurecido- late con suavidad en cada página, un pequeño ronroneo que arrulla el paso de las páginas. Me gusta Trondheim. Se retrata sin darse importancia, pero sin desdeñar sus logros, no intenta proyectar una imagen falsa de sí mismo. Hay un ligero desencanto de fondo, pero nunca cae en melodramas o falsos sentimentalismos. Parece honesto. Retrata con un cariño increíble a sus amigos, a su mujer, a sus hijos e incluso a sus gatos. Ahí está casi todo.



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