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fumadores vs no-fumadores
Cuando entró en vigor la ley antitabaco en mi colegio se elevaron algunas débiles protestas por parte de los fumadores al verse obligados a salir fuera para echarse un pitillito en la media hora del recreo. A los no fumadores, pues como que la cosa nos dio bastante igual, cada cual que se apañe como pueda con sus propios vicios, pensé allá por septiembre. El efecto inesperado es que se ha producido una especie de desintegración del colectivo. Nuestros recreos, tanto en primaria como en secundaria, solían ser un momento bullicioso en el que se competía en decir paridas y hacer un poco el ganso para desahogar mínimamente la tensión acumulada durante la primera mitad de la jornada escolar. Ahora mismo, en nuestra cafetería, esos mismos momentos son auténticamente deprimentes. Silencio sepulcral, tres o cuatro presonas leyendo los periódicos gratuitos, sensación de que alguien ha abandonado rápidamente la estancia antes de que llegaras tú. Un desastre, vamos. Y la conclusión más inesperada: en realidad no es que se marche todo el mundo en los recreos (se marchan a la cafetería más próxima del "exterior"). Sólo se van los divertidos, los simpáticos, los que son capaces de pasarlo bien con nada, los que contribuyen a darle a nuestro pequeño colectivo un aire festivo. Los fumadores. Y nos hemos quedado solos haciéndonos compañía los grises, los anodinos, los coñazos, los aburridos, los estirados, los vagos que pasan de salir afuera. Los no-fumadores. Y lo peor es que la situación no tiene muchas posibilidades de solución. Bueno, sí, puedo empezar a darle al tabaco y pedir asilo político en la cafetería de los fumadores. Yo no me lo daría a mí mismo.
lewis trondheim, lapinot, la vida como viene





Me gusta el hiperprolífico Lewis Trondheim. Sus historias suelen ser livianas, aparentemente frívolas, legítimas herederas de muchos de los grandes de los tebeos franceses o belgas clásicos capaces de convertir el puro entretenimiento en algo que trasciende -casi sin quererlo- sus propios presupuestos de manera natural. Fiel a este ideario, toda la serie de Lapinot ha discurrido, hasta ahora, por los cauces amables de un costumbrismo de tintes livianos basado en un anecdotario argumental amplio y centrado en multitud de situaciones tópicas. Esta querencia por lo cotidiado, sin embargo, ha mostrado desde el principio una inteligencia envidiable en la definición de los personajes, un oficio considerable en la construcción de las tramas, un sentido del humor blanco pero efectivo y un cariño especial en el trato de los protagonistas de las historias. Cada una de ellas explotaba con brillantez los recovecos de las relaciones entre un grupo de treintañeros algo adolescentes de más, poniéndolos en las circunstancias más diversas para exponer con tranquilidad gran parte de los deseos, aspiraciones, miedos e incertidumbres comunes a toda una generación para la cual, el paso del tiempo parece suponer una especie de derrota inesperada, y el tránsito a la madurez una tortura inaceptable.

En este número, sin embargo, Trondheim da un paso adelante en sus planteamientos e introduce, de una manera disparatada pero efectiva, la enfermedad, el dolor, las rupturas sentimentales y la muerte en el universo de sus protagonistas. El resultado es igual de interesante que en los episodios anteriores, pero aquí hay ya una especie de preocupación moral por parte del autor: ¿se puede en serio con más de treinta años seguir viviendo con los hábitos adquiridos en la adolescencia, aferrándose a ellos ante situaciones que requerirían posiblemente una respuesta "adulta"? Como es previsible, los protagonistas masculinos salen mil veces peor parados que unas mujeres que sí aceptan el paso irremediable a la edad adulta con naturalidad y cordura mientras observan estupefactas los comportamientos casi infantiles de sus respectivas parejas. Al margen de la caricaturización del género masculino -no muy alejada de la realidad y, de alguna manera, hasta cariñosa-, el juego con los estereotipos es efectivo y el humor no busca hacer sangre a costa de los temores e inseguridades masculinas, sino reírse de las contradicciones de un grupo heterogéneo de personajes incapaces de encontrar un acuerdo razonable entre sus deseos y la realidad que les toca vivir.




(El tomo se complementa con un divertido homenaje a las aventuras de Spirou y Fantasio al más puro estilo Franquin: científicos locos, persecuciones, experimentos extraños, aunque plagado de guiños y de referencias sólo para el lector adicto a la serie del botones más famoso del mundo)
robertson davies, mantícora


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La editorial Libros del Asteroide publica la segunda parte de la trilogía de Deptford, del canadiense Robertson Davies. Su inmensa primera parte, "el quinto en discordia", tejía una compleja tela de araña alrededor de la vida de dos personajes, amigos de la infancia en un diminuto pueblo de Canadá, entrelazados entre sí mediante un complejo juego de sombras y espejos en los que el azar y el destino se asomaban alternativamente a lo largo de sus páginas. Esta primera parte resultaba tan redonda, tan exageradamente perfecta, que uno se quedaba con la sospecha de que sólo podría haber un bajón en las páginas de su continuación. Sin embargo, este "mantícora", que continúa la trama del anterior pero dando un espectacular cambio de registro, se eleva sobre los logros precedentes y teje un relato extraordinariamente brillante alrededor de uno de los personajes secundarios de "el quinto en discordia". Dedicado casi exclusivamente al viaje interior que éste emprende de la mano de una psicoanalista, el libro es una exhibición de todo aquello que convierte a la escritura en uno de los alimentos básicos de la existencia, un compendio de revelaciones extraordinarias sobre la complejidad y la dificultad de atreverse a saber quién es uno mismo. Y ese sentido de la narración, esa claridad de la escritura, esa mezcla de belleza y misterio que se desprende de la atmósfera del relato, hacen que uno sólo lamente una cosa: llegar a su última página y quedar como un tonto leyendo el agradecimiento del editor: "desde Libros del Asteroide queremos agradecerle el tiempo que ha dedicado a la lectura de Mantícora. Esperamos que el libro le haya gustado y le animamos a que, si así ha sido, lo recomiende a otros lectores". Así lo haré!!!! (pero por favor, publicad cuanto antes la tercera parte!!!!)

"Sé cuan pesada es la carga de los asuntos inconfesables que sobrelleva cualquier hombre y que a veces parece ser realmente indecible. Muy a menudo, todo eso no es ni deshonroso ni criminal. Es tan sólo una sensación de no haberse comportado como es debido, o de haber hecho algo que sea contrario al bien de otra persona, o de haberse escabullido cuando uno debiera haber esperado siguiendo los dictados de la decencia, o de haber doblado bruscamente una esquina cuando alguien se encontraba en una situación difícil, o de haber hablado de algo de primerísima calidad cuando tenía en mente hace algo más bien de segunda, o de haber caído por debajo de los criterios que uno se hubiera propuesto cumplir, fueran cuales fuesen."
el lugar de la violencia
Hace un par de días le dieron una paliza a un alumno mío que estaba saliendo por la zona de vinos con sus amigos. Lo cogieron entre tres y llegaron a patearle la cabeza y a romperle una costilla. Según él, sólo se rió un poco de un colega al cual había dejado la novia por un amigo suyo. Sus compañeros al día siguiente organizaron una reunión de emergencia y, ante su costilla rota, juraron venganza. Hablamos del tema en clase. Todo el mundo -todo no, los que discrepaban estaban discretamente callados para que no la tomasen con ellos- decía cosas del estilo "hay que darles una paliza para que nos respeten". Me sentía ridículo defendiendo cosas que me parecen obvias, pero, como es lógico, no hubo manera de hacerles cambiar de idea: la violencia es la mejor solución.

Este pasado fin de semana se citaron de nuevo en la zona de vinos. Una pequeña multitud, por lo que me han contado. Decidieron que se enfrentasen el cabecilla de la primera paliza contra un amigo del apalizado (otro alumno mío). Un combate justo. Ellos están convencidos de que, con la victoria de su compañero (parece ser que le dio una buena somanta al otro), la historia está cerrada. Y esta ignorancia, esta ingenuidad fundamental, esta forma de estupidez absoluta es lo que me da más pavor de toda la historia. La pelea del fin de semana y la batalla campal de Alcorcón eran los temas del día de hoy entre ellos, en los cambios de clase, en el patio, al entrar a las aulas. Veo como la violencia, poco a poco, se va consolidando como la primera opción a la hora de relacionarse con los demás. A este paso, será mejor reconvertir las escuelas en centros de enseñanza de defensa personal. Por lo menos, que sirvan para algo que les interese.
charles schulz, snoopy y carlitos 1957-58


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2007 arranca con el cuarto tomo recopilatorio de las tiras de charlie brown. Qué decir a estas alturas de las tiras de "el bueno de carlitos" que no haya dicho en ocasiones anteriores. Encima, en esta ocasión, al diseño e ilustraciones que realiza desde el primer número el autor norteamericano Seth, se une un prólogo-declaración de amor de Jonathan Franzen que hace que la cosa todavía se disfrute más. En este bloque de tiras, el papel de Snoopy comienza a ser importante; el perro que no quiere ser perro porque quiere ser cualquier otra cosa se revela como una especie de fuerza vital irresistible. De una manera que convierte en absurda e injusta su conversión ochentera en icono pijo. Pero en fin, el que quiera seguir pensando que Carlitos, Snoopy y compañía son una invitación a darle una paliza al que ha decorado su carpeta con ellos, allá él. Para los que gustan del humor que se ríe con algunas de las emociones más desapacibles y ásperas del carácter humano, aquí tienen una de sus cumbres.



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el año que me aburrí de la actualidad
Reviso las revistas que compro habitualmente para, gracias a los números de este mes de enero, hacer un recuento apresurado de las cosas de interés que se han hecho por el mundo adelante durante 2006 (vale, necesitaría una ampliación de pongamos unos 200 años de vida extra para asomarme a, pongamos, un 1% de lo que digo). Paseo los ojos sobre listas que, después de una rápida revisión, tienen poquísimo que ver con las cosas que he leído, escuchado o visto. Hay coincidencias, claro, cierto aroma común entre mis nebulosos recuerdos y las toneladas de papel impreso en las ejércitos de redactores tratan de atrapar el alma de otro año que se ha ido.

Recuerdo cuando esas listas me importaban y trataba de encontrar las coincidencias como fuera y al no lograrlo me proponía eso tan gilipollas de "ponerse al día". Claro, nunca me ponía al día de nada. Por suerte, ese impulso infantil de tener los deberes hechos ha terminado por esfumarse, como casi todos los impulsos infantiles, con excepción de los malos. Veo las listas, pienso en el trabajo brutal de quienes las hacen. Me veo a mí mismo: enterrado bajo el manto acogedor de mi invencible pereza y de mi ausencia de intenciones de "estar al día". Ya ni voy al cine con regularidad. Ni siquiera pongo a andar el soulseek desde hace un año. lo máximo que soy capaz: pongo youtube.com en mi navegador de internet y escribo el primer nombre que se me ocurre. Si me gusta el resultado lo enlazo desde aquí.

A veces creo que la actualidad se ha hecho tan infinitesimal que se ha terminado evaporando. Otras me da la sensación de que la actualidad comenzó en el siglo XIX y no tiene pinta de agotarse. Bien mirado, el que parece del siglo XIX y al borde la evaporación debo ser yo. Que poco actual.


60 años
David Bowie (hace una semana ya). Y que sean muchos muchos más!!!



el país en el que vivimos, autorretrato de f.j.l.
vía menéame escucho ésto, pero para mi asombro ni siquiera me asombro: "partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria" que decía groucho...
escenas de la lucha de clases en el Carrefour
Dos madres -mi insuperable intuición deduce esta condición tras ver sus correspondientes bebés en sus sillas de bebé- se encuentran delante de la charcutería del Carrefour. Parecen llevar tiempo sin verse. Una es considerablemente alta y su hija apenas cabe en la silla. La otra es más bajita y además menos esbelta. Esta segunda está asombrada de lo grande que está la hija de la primera, y, cuando escucha que sólo tiene quince meses abre los ojos como platos. La madre alta le dice que aún no ha vuelto al trabajo y que ya volverá cuando se vea con ganas. La madre baja dice que a ella no le renovaron el contrato tras la baja por maternidad, y que el sindicato montó un buen pollo pero que alguna compañera suya la había traicionado y que, a su pesar, está sin trabajo. La madre baja se queja de que tras el embarazo no ha sido capaz de recuperar su figura anterior. La madre alta la mira con extrañeza, yo no he tenido problemas, me han bastado un par de meses, hay que hacer flexiones y abdominales. La madre baja abre mucho los ojos. Comentan como se sintieron tras el parto, los días recibiendo miles de visitas, las interminables recomendaciones, las enfermedades, los lloros nocturnos, el catálogo completo de los minúsculos sufrimientos íntimos radiado para un público ocioso que se aburre en una cola. Se dan dos besos. Se despiden cordialmente. El setenta y dos. Soy yo.



nick hornby, en picado




Cuatro personas coinciden en lo alto de un edificio a las 0.00 horas de Nochevieja. La intención es, claro, tirarse y estamparse contra el suelo. Cada uno, acuciado por los vavivenes de unas vidas que se han desviado notablemente de lo que soñaban o deseaban, se encuentra con una especie de espejo distorsionado de sus propias motivaciones en las intenciones de los otros. Así, se crea el más esperpéntico y disfuncional grupo de autoayuda que uno pueda concebir: un presentador estrella de la TV venido a menos por un affaire sexual con una quinceañera, el líder de una banda de indie rock abandonado por su novia y sus compañeros de grupo, la madre de un chico que lleva más de veinte años completamente paralizado y una postadolescente bocazas y descerebrada que vive bajo la sombra plomiza del suicidio de su hermana. Juntos, intentarán buscar una salida digna a sus penurias personales, moviéndose por las calles de un Londres deshumanizado y áspero que no hace más que recordarles lo bajo que han caído ante sus propios ojos.

Escrito con un humor negrísimo y plagado de momentos delirantes, el libro saca la vena más furibunda y sarcástica de un Hornby que en sus últimas obras quizás estaba un poco blandurrio de más. No es Irvine Welsh, claro, pero dispara con gracia y mala uva contra muchas de las estupideces contemporáneas que hemos asumido como "lo normal". Y aunque el tema central de la novela es el suicidio como recurso de emergencia con el que uno fantasea cuando las cosas van un millón de veces peor de lo imaginable, bajo su manto de vitriolo y su ácida mirada sobre el género humano late una profunda y apasionada defensa de los motivos por los que sí merece la pena vivir. Inteligentemente, ninguno de ellos es enunciado en ningún momento, gravitando con perezosa dignidad sobre cada uno de sus capítulos. El final, abierto tanto hacia el precipicio como hacia una leve posibilidad de salvación, preserva con astucia y coherencia todo el discurso -escéptico en la forma pero firme en el fondo- sobre "sí, nuestras vidas son un desastre y nuestra realidad está a años luz de nuestros sueños, pero aún así...".

Narrado en una primera persona que va pasando el testigo de la mirada de un protagonista a otro, el libro está poseído por un ritmo frenético, alocado incluso en algunos momentos, en el que tiene un peso fundamental la pormenorizada y compleja composición de sus cuatro protagonistas. Además, algún que otro anticlimax colocado estratégicamente produce el efecto de obligarte a parar para alejarse, ver con calma el paisaje humano que se nos describe y volver a tirarse de cabeza en él. Muy recomendable para reírse algo más que un poco.


El problema de mi generación es que todos pensamos que somos putos genios. Hacer algo no es suficiente para nosotros, y nadie está vendiendo algo o enseñando algo, o simplemente haciendo algo: nosotros tenemos que ser algo. Es nuestro derecho inalienable, como ciudadanos del siglo XXI que somos. Si Christina Aguilera o Britney Spears o cualquier otro imbécil de American Idol puede ser algo, ¿por qué no yo? ¿Que hay de lo mío, eh?
[...]
Oscar Wilde dijo una vez que la vidad real de uno es a menudo la vida que uno no lleva. Apúntate un diez, Oscar. Mi vida real estaba llena de conciertos de los de primera plana en Wembley y en el Madison Square Garden y de discos de platino, y de Grammys, y esa no era la vida que estaba llevando, y eso es quizá lo que hacía que me entraran ganas de mandarlo todo al diablo. La vida que llevaba no me permitía..., no sé, ser quien pensaba que era. Ni siquiera me permitía ir derecho por la vida.
retro-algo
Ayer estuve en Santiago d.C. fugazmente. Orballaba con delicadeza y las calles estaban tomadas por una turba que esperaba ver un desfile de camiones tuneados desde los que disparaban caramelos a la cabeza de la gente. Luego me enteré de que era la cabalgata de reyes, espectáculo indescriptible que, pese a todo, goza de una salud a prueba de bomba. Me acerqué al callejón de entrerúas y tuve una revelación, el centro de Santiago se encuentra justo ahí. En esa calle por la que apenas pasa una persona, en ese pasadizo que parece la puerta a otra dimensión, late con fuerza el corazón secreto de la ciudad. Fue un momento epifánico, envuelto en un penetrante olor a fritura de calamares y una soledad que se me antojó levemente cósmica. Luego coincidí otra vez con la cabalgata, pero un par de codazos dados con precisión me permitieron liberar espacio a mi alrededor. Acabé sentado en una delirante cafetería de la zona nueva, abarrotada de gente, haciendo tiempo mientras leía una revista. El camarero se me acercó y me dijo, ¿te importa que dos chicas guapísimas se sienten en tu mesa? Asentí y miré con curiosidad para las dos señoras que, copa en mano, me agradecían el caballeroso gesto. A los cinco minutos me marché, derrotado por el volumen de una conversación deliciosamente banal. Salí a la calle y seguía orballando. En medio del estruendo post-cabalgata, aún podía escuchar los latidos del corazón secreto de la ciudad, el código Morse de los afligidos, las transmisiones secretas del club mundial de los insatisfechos y los desesperados y los holgazanes que van a la deriva. Luego me fui. No hacía frío y eso era bastante raro.
ritmos rotos para año nuevo
Vía dioramas descubro este vídeo construído a partir de una secuencia de la película "bande apart" de Godard sobre la que se ha puesto la canción "dance with me" del grupo nouvelle vague. Mola.



mi corazón es una manzana
o a veces eso me gustaría



 

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