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otro año cero
Y en dos días, nuestra ficción favorita, el año nuevo: la posibilidad de reinventarse, nuevas oportunidades para fabricar una versión mejorada de nosotros mismos, el mito incombustible de poder ser hombres nuevos en un mundo igual de viejo, la fantasía egomaníaca de mejorarnos aunque sea levemente. Sabiendo lo que hay, no puedo evitar arquear un ceja cuando me descubro a mí mismo haciendo planes -pequeños- para contener el deterioro -considerable- al que llevo entregado desde hace varios años. En fin. Por otro año cero en el que quepa la posibilidad de ser un poco menos peores. He he he.
yves chaland, freddy lombard #2




(Amo a Yves Chaland)

Si el primer tomo de su obra completa traía cuatro historias que ya obraban en mi poder desde hace tiempo, este segundo ofrece dos narraciones que no conocía de nada y que me han dejado levitando de pura felicidad. En ellas, el Chaland más amante de lo paródico, del absurdo y de los cortocircuitos narrativos de orden onírico, deja paso a otro Chaland más "clásico" que emerge con personalidad propia de entre las alargadas sombras de Hergé y Edgar P. Jacobs para dar forma a un mundo que se mueve entre cierta calculada ambigüedad temporal y un universo estético fascinado por el look "años cincuenta" y los sueños futuristas de esa época.

Quizás, acostumbrado a esa ironía ochentera que dejaba traslucir un homenaje a la línea clara tradicional al tiempo que una necesidad de reinvención de las convenciones narrativas de dicha escuela, lo que más me ha sorprendido es la carga histórica del primero de los relatos (vacaciones en Budapest), una personalísima aproximación a los sucesos que en octubre de 1956 llevaron a la revuelta popular en Hungría contra la ocupación soviética y al posterior aplastamiento de ésta ante la pasividad occidental en el mundo preapocalipsis de la guerra fría.

La segunda de las historias (F52) es una especie de homenaje en clave de thriller claustrofóbico a los ingenuos sueño de progreso tecnológico del occidente post segunda guerra mundial encarnados en un avión supermoderno capaz de hacer el vuelo París-Melbourne sin escalas. Una tenue intriga detectivesca sirve de excusa para enfrentar en un espacio cerrado y aislado a un grupo de personajes separados por el abismo de la clase social -ilustrado por las dos plantas del avión- que, parece decir Chaland, en igualdad de condiciones resultan ser peores cuanto más ricos son.

En ambas historias el autor exhibe una maestría narrativa poco común, dibuja en pocos trazos una galería de personajes que resultan extrañamente verosímiles
y da algunas lecciones magistrales sobre como se planifica una página, como se dosifica una intriga y cómo se atrapa al lector reventando adecuadamente toda la estructura narrativa común (esa que dice: planteamiento-nudo-desenlace) mientras se permanece aparentemente fiel a ella. Maravilloso.
j.m. coetzee, hombre lento




El hombre lento del título es Paul Rayment, un fotógrafo sexagenario que lleva una vida retirada, sin acontecimientos significativos. A causa de un accidente de tráfico pierde una pierna, acontecimiento que, de golpe, lo traslada de la existencia plana característica de la mediana edad a la tragedia de la senectud. Ya instalado en ella, como si fuera un adolescente absoluto, se enamorará de su enfermera, una mujer casada y con tres hijos que le dejará asomar las narices tímidamente a su vida. Por el medio, una escritora llamada Elizabeth Costello -protagonista de otro libro de Coetzee- se dedicará a exigirle que haga algo además de lamentarse por su mala suerte, y a pedirle que le de ya una dirección a sus actos, que salga cuanto antes de la parálisis física y mental que lo tiene encerrado en su cueva personal. Con estos tres personajes y algún secundario más, Coetzee arma una curiosa reflexión sobre el paso del tiempo y la incapacidad para darle un contenido satisfactorio a nuestra propia vida. Los tres protagonistas se reparten unos curiosos roles en el que destaca sobremanera la escritora Costello -que está escribiendo un libro que contiene párrafos idénticos a los que estamos leyendo-, empeñada en que el hombre lento del título se atreva, ahora que ha entrado en los minutos de la basura existenciales, a hacer algo: declarar su amor, pelear por él, hacer el ridículo ante la familia de su enfermera, o, simplemente, dar el paso de deshacerse de ella y dedicarse a otra cosa. La exasperante incapacidad de éste para hacer nada marca el tono de la narración. Apenas ocurre nada relevante, no hay acción, no hay sacudidas ni giros ni acontecimientos reseñables, salvo el accidente inicial y un par de incidentes finales. Y, sin embargo, la escritura coetzeeiana nos sacude por su precisión e implacabilidad en la cartografía del desamparo y la cobardía que va realizando capítulo tras capítulo. Todo el patetismo de una vida desaprovechada, parece decirnos Coetzee, cae en la vejez como una especie de peso insuperable, convirtiendo a ésta en una especie de pesadilla ralentizada en la que sólo cabe esperar paralizado y con los ojos muy abiertos la llegada del vacío definitivo.

¿Cómo se llama cuando alguien conoce lo peor de nosotros, lo peor y lo más hiriente, y en vez de soltarlo lo que hace es reprimirlo y seguir sonriéndonos y haciendo bromitas? Se llama afecto ¿Dónde más en el mundo en esta etapa final, va a encontrar usted afecto, feo vejestorio? Sí, yo también estoy familiarizada con esa palabra, feo. Los dos somos feos, Paul, viejos y feos. Y más que nunca nos gustaría llevar en nuestros brazos la belleza del mundo. Ese anhelo nunca muere en nosotros. Pero la belleza del mundo no nos quiere a ninguno de los dos. Así que tenemos que conformarnos con menos, con mucho menos. De hecho tenemos que aceptar lo que se nos ofrece o pasar hambre. Así que cuando una abuelita amable se ofrece para alejarnos de nuestro entorno espantoso y de nuestros sueños imposibles, patéticos e irrealizables, tendríamos que pensarlo dos veces antes de rechazarla.
el abrazo de fin de año
El viernes fue el último día del trimestre. Tuvimos la típica reunión maratoniana con una legión de padres que aguantaban estoicamente ante las puertas de nuestras clases a que les tocase el turno. Todo dentro de la normalidad, todo encajado en el engranaje de los actos rituales que enmarcan calmadamente el final del año. Al terminar, a eso de las nueve de la noche, hacemos una minifiesta, el asunto del amigo invisible, unos pinchos, cerveza y champán. Los cristales se empañan por la diferencia térmica dentro-fuera, nos reímos, hacemos bromas blandas, jugamos a ser un pequeño gran grupo de gente que -como mínimo- se lleva bastante bien. Al terminar, como todos los años desde que he entrado en el colegio, salimos al exterior con rapidez y nos abrazamos ritualmente en mitad de la noche de diciembre. Sumergidos en el frío invernal, nos transmitimos unos segundos de calor. Brillamos bajo las estrellas por unos instantes. Nos despedimos llevando el calor de los otros con nosotros. En la soledad del coche, agarrado al volante, pienso "abrazadme", "abrazadme". No me dejeis a solas con todo este frío que me habita.
para acabar de una vez con los números redondos
Ésta es la entrada 999 de mi blog. Cinco años y cuatro meses después, qué perspectiva.
hernán casciari vs rosa montero
El pasado día 11, la escritora Rosa Montero escribía una columna de opinión en el periódico global en español descalificando -globalmente, por supuesto- la serie "Dexter" después de haber visto cinco minutos del primer capítulo. El día 12, Hernán Casciari, en su blog "Espoiler" alojado en las mismas páginas que Rosa Montero hacía una divertida crítica del artículo de la columnista. Para ello "rescataba" en exclusiva un artículo de la abuela de la escritora del año 1917 publicada en el periódico "la vanguardia" en el que se podían leer, entre otras cosas:

Llega un nuevo folletín a mi biblioteca, que fue publicado en doce episodios por la revista rusa El Mensajero, hace ya cuarenta años, con el nombre de Преступление и наказание (aquí, creo, la llamarán Crimen y Castigo y aparecerá en forma de libro a principios de marzo de 1918). Rizando el rizo de la venta al por mayor de la violencia, el protagonista es un muchacho encantador, un asesino sádico la mar de simpático, llamado Raskolnikov, que busca la complicidad del lector. Una complicidad inaceptable.
[...]
En la actualidad de este flamante siglo XX, Howard P. Lovecraft ha escrito sin escrúpulos el asqueroso libro El caso de Charles Dexter Ward, la historia de un hombre degradado física y psicológicamente por su familia, que acaba (¡cómo no!) provocando un baño de sangre. Y lo mismo sucede con este flamante héroe ruso del tal Dostoyevski, este funcionario cruel y morboso llamado Raskolnikov: qué alegría, un soviético psicopáta. Diversión a troche y moche.
[...]
Explotar el sadismo para obtener más ventas literarias se considera de lo más normal, forma parte de ese fofo vale todo en el que vivimos en este nuevo siglo XX tan extraño. A mí, sin embargo, me repele: debo ser demasiado moderna.

En los 250 comentarios que lleva la entrada de Casciari, todo el mundo le viene a decir: la cagaste, te has metido con una de las vacas sagradas del periódico, vete despidiéndote que te echan fijo. ¿Se atreverán a hacerlo? Toda la polémica aquí
agujeros
Las semanas de exámenes y evaluaciones me poseen de una manera extraña. El lunes entro en el agujero y el viernes, de pronto, salgo por otro lado. Como en las películas de ciencia ficción en las que hay un puente dimensional, una fractura en el espacio-tiempo o un salto al hiper espacio o que sé yo. Es una sensación extraña. Cinco días sin huella, en un ensimismado torbellino de correcciones, exámenes, discusiones y decepciones. Bueno, sin huella no. Hoy, tras dar las notas de mis asignaturas, la mañana dejaba un reguero de adolescentes dando tumbos entre el llanto y la euforia, entre la ira y la simpatía disimulada, entre el odio y leves síntomas de agradecimiento. Mañana se habrán olvidado del asunto y volverán al vértigo de sus días. Yo ya no recuerdo nada. Es defensa, no es nada personal.
una felicitación



informe pisa 2006: un resumen



en el balneario
El fin de semana pasado disfruté de una estancia en el balneario de Mondariz gracias al regalo de algunos amigos. Entre baño de agua caliente de madrugada al aire libre y chorro a presión en la espalda medio leo un pequeño libro de Richard Brautigan, una mujer infortunada, una crónica en primera persona del viaje previo a su propio suicidio. El libro, diario más bien, gira en torno a una especie de deriva personal consecuencia de la muerte -por suicidio, también- de la mujer del título. No hay voluntad de estilo alguna. Las digresiones son bastante banales. Una levísima poética del absurdo flota sobre todas las páginas. Anécdotas mínimas ilustran el tramo final de un itinerario vital hecho a ciegas, perdida cualquier esperanza de rumbo. El libro me produce una pena pequeña que pretendo no querer analizar. Sin embargo, paso mucho rato sin nada que hacer en el balneario y le doy bastantes vueltas a las cosas que cuenta Brautigan. A su vida diminuta que me recuerda a un agujero que se cierra o a una cerilla consumiéndose. Sentado sobre chorros de agua caliente que recorren mi espalda o mis piernas, le doy vueltas a la visita de Brautigan a un cementerio japonés en Honolulu. Todo es ridículo y absurdo a partes iguales. Qué más da. Rodeado de gente que desprende el olor característico de la gente que tiene más dinero del que podrá gastar, soy consciente de como el confort material agudiza la sensación de extrañeza. Cubrir necesidades, aplacar anhelos, protegerse de lo imprevisto son las actividades que acaban por vaciar la vida de una parte constitutiva fundamental. En el único café que está cerca del balneario, la noche del sábado estamos cinco personas con la mitad de las luces apagadas. Dos mujeres en la barra hablan muy alto. Una está para el arrastre, la otra la trata con un afecto que habla acerca las dos mucho más de lo que cualquiera de ellas podría decir de sí misma. La que está para el arrastre se cae dos o tres veces de su banqueta. Una de ellas, dice, alto, claro, triunfante, la belleza física, eso no lo es todo, no lo es. Paseando de noche de vuelta a la habitación, el frío levanta finas cortinas de vapor sobre la superficie del río. Me pregunto en qué momento el absurdo devora por completo las cosas. En qué momento uno se cae borracho perdido mientras cree estar soltando el discurso del siglo, iluminado sólo por la mirada de la persona que lo ama. En el balneario las horas pasan despacio. Aparentemente hay tiempo para todo, pero yo lo pierdo en lo de siempre.
nuevas religiones
Creía que la cita con el dentista era mañana. Creía que el plazo para pagar a hacienda terminaba dentro de dos días. Creía que ya habías ido tú a la compra. Creía que no tenía que recoger la ropa que estaba a secar. Creía que el examen no era hoy. Creía que no tenía que pasar la aspiradora. Creía que el cumpleaños de mi madre era pasado mañana. Creía que la revisión del coche era dentro de cinco mil kilómetros. Creía que la película era la semana que viene. Creía que podía pagar el impuesto de circulación hasta el próximo mes. Creía que si salía a las ocho llegaba de sobra a las ocho y diez. Creía que tú ibas a comprar los regalos. Soy un fanático religioso. Mala cosa.
El otro día, sin saber porqué, me acordé de un blog llamado punto de giro. El autor, bajo el seudónimo de Cat Morgan, escribía pequeñas crónicas sobre lo cotidiano con una elegancia poco frecuente. En sus últimos posts, albergado en un apartahotel por cuenta de su empresa, dejaba constancia de algo que le había ocurrido en un párrafo que se balanceaba entre el enigma y la transparencia absoluta: "desde que pasó lo que pasó me he vuelto más esencialista... demasiado... tanto que ya me dan igual la mayoría de las cosas y he decidido no sufrir, y no dejar que lo hagan los que tengo cerca, si no es estrictamente necesario". Un poco como el turista accidental, otro poco como un personaje dondelilleano, Cat Morgan cerró su blog en abril de 2006. Repasando sus posts (¿por qué 2006 me parece ya el pasado remoto?!) me encontré con uno que era una cita del dramaturgo y guionista inglés John Bolt:

Si la violencia es lo que cuenta, entonces no tengo fuerzas para vivir en un mundo así.

Intrigado, busqué por Internet quien era este Robert Bolt. Vaya. El guionista de Lawrence Arabia, Doctor Zhivago, Un hombre para la eternidad, La hija de Ryan, Motín a Bordo y La Misión. La frase es de La Misión.

Yo creo que tampoco tengo fuerzas.
don delillo, el hombre del salto




Tras el atentado del 11-S un hombre sale envuelto en sangre y cenizas de entre la nube de polvo levantada por la Torre Sur en su caída. Lleva un maletín en la mano que no le pertenece. Aturdido, desorientado, en shock, se dirige a la casa de su ex-mujer, donde se instala silenciosamente. Paralelamente, una especie de funambulista callejero desarrolla en los días posteriores al atentado un extraño número circense: atado a un arnés se deja caer en medio de las calles, quedando colgado a pocos metros del suelo en la posición que hizo famosa la fotografía de un hombre cayendo de una de las torres gemelas. Sobre las dos imágenes pivota toda la historia de esta novela: la del superviviente al que ya no le queda nada que vivir, la del artista que sólo es capaz de imitar el gesto de extraña serenidad de una persona desplomándose desde 400 metros de altura. El primero vive con extrañeza absoluta el haber sobrevivido a la experiencia. Su existencia se ha vaciado tan completamente que termina instalándose en un estado a medio camino entre la vida y la muerte. A su alrededor, las cosas tratan de volver a su sitio a sabiendas de que es imposible. El segundo aparece en varias ocasiones en medio de la narración, a modo de recordatorio permanente de lo ocurrido, como la imagen inversa de un flash que queda en la retina de forma persistente durante unos instantes interminables. Tras el apocalipsis, las vidas de los protagonistas quedan como puertas sacadas de quicio, atravesadas en un hueco que ya no cumple función alguna. El frío que desprenden impregna todas las páginas de la novela. Su desvalimiento y su soledad están contadas con una distancia que sólo las hace más dolorosas. El hombre del salto dibuja en el aire un signo de interrogación. Ahora qué. Qué. Qué.

- Hay cosas que comprendo
- Muy bien
- Comprendo que hay hombres que sólo están aquí a medias. No digamos hombres. Digamos gente. Gente que resulta más o menos oscura en ciertos momentos.
- Eso lo entiendes.
- Así se protegen, así mismos y a los demás. Eso lo comprendo. pero luego está lo otro y es la familia. Es ahí adonde voy, que tenemos que permanecer juntos, mantener la familia en funcionamiento. Sólo nosotros, los tres, a largo plazo, bajo el mismo techo, no todos los días del año ni todos los meses pero en la idea de que somos permanentes. En los tiempos que corren, la familia es necesaria. ¿No te parece? ¿Ser una unidad, permanecer juntos? Así es como logramos sobrevivir a las cosas que nos matan de miedo.
- Bien.
- Nos necesitamos el uno al otro. Sólo personas que comparten el aire, ya está.
- Bien- dijo él.
- Pero sé lo que está pasando. Vas a largarte. Estoy preparada para eso. Te quedarás fuera más tiempo, te largarás a algún sitio. Sé lo que quieres. No es exactamente un deseo de desaparecer. Es lo que conduce a ese deseo. Desaparecer es la consecuencia. O quizás el castigo.
- Sabes lo que quiero. Yo no lo sé. Tú lo sabes.
- Quieres matar a alguien- dijo ella.
La primera hora de la mañana es una pequeña explosión de frío en la cara, una bola de nieve imaginaria, sin nieve, que impregna el cuerpo de una sustancia pegajosa. La segunda hora de la mañana es una clase vacía y ligeramente tibia que sustituye el silencio por otra cosa algo mejor. La tercera hora de la mañana es un cansancio que asoma la nariz ligeramente y luego se retira con gesto amenazante. La cuarta hora de la mañana es el resto de una nube de café en la boca, los fragmentos de una conversación acelerada deshaciéndose alrededor como pequeños ladrillos de un edificio en demolición. La quinta hora de la mañana es un movimiento que da pereza realizar, una palabra que cuesta más de la cuenta decir, algunos gestos que han sido descartados por economía. La sexta hora de la mañana es una perspectiva de conjunto sobre lo hecho, una recapitulación de expresiones prescindibles, un vistazo sobre un montón de insignificancias dichas enfáticamente. La séptima hora de la mañana. Esa no está mal. Habitualmente es olor a comida en una calle entre aire frío y ruido de coches.
perder el tiempo
Viernes. Última hora de la mañana. Mis alumnos de 4º de ESO llegan tarde porque vienen de un examen de gallego. Con pocas ganas reparto unas hojas de ejercicios. Me siento, mi mesa está pegada a la primera fila. El grupo de delante me empieza a hablar del concurso del país de los estudiantes en el que ya estamos inmersos. Mientras media clase se pelea con los ejercicios, mi oído periférico detecta varias conversaciones en puntos diferentes de la clase. Nada que tenga que ver remotamente con la hoja de problemas. Sigo hablando con el grupo mientras el volumen de fondo crece lenta pero sostenidamente. Me enfrasco en un divertido diálogo sobre los medios de comunicación. Ninguno leía periódicos hasta el concurso, sus comentarios sobre la prensa escrita les vendrían muy bien a los directores de los medios que leemos cotidianamente. Absorbido por la conversación ya no atiendo al barullo que hay en el aula. Ni siquiera oímos la sirena que indica el fin de la mañana. Casi diez minutos tras ella, alguien dice, hostia que ya tocó el timbre, y salen en estampida. A mi alrededor queda un silencio. Uno de los gordos. Que chapucero.
evolución
Tengo reunión con algunos padres de mi tutoría. Es una rutina en mi trabajo que antes veía con cierta fatiga previa y que ahora disfruto moderadamente. Al dar clase es inevitable simpatizar con los adolescentes, incluso en sus peores momentos transmiten todo eso que uno echa de menos en su propia existencia. Digamos que desprenden de forma continua (y aunque no sean conscientes de ello) una pasión desmesurada por la vida, no en sus palabras sino en sus actos, no en lo que dicen o callan sino en las cosas que hacen y también en las que dejan de hacer. Pero a lo que iba. Anteriormente mi simpatía se extendía sobre la mayoría de mis alumnos, mientras que reservaba para sus padres una especie de atenta indiferencia educada. Mi manera gilipollas de creerme mejor o por encima de ellos, como si pudiera. Actualmente comparto simpatías casi a partes iguales. Hay algo conmovedor en ellos. Aparecen por la puerta a la hora prevista. Les cuento cómo están las cosas. Sus miradas traslucen todas las emociones posibles en pocos instantes. Pueden ser adultos desencantados con sus vidas, personas enfangadas en rutinas que ocultan por acumulación el absurdo de una existencia normal, incluso pueden aparentar cierto desprecio hacia el colegio, hacia mí, hacia sus propios hijos, pero detrás de todos ellos, cuando se habla de esos mismos hijos, late el corazón angustiado y orgulloso del adolescente que fueron, el mismo que trata de guiar, guardar y proteger al adolescente que ahora vive con ellos. Y en esa evidencia de que en su miedo y en su necesidad de protección no dejan de ser los adolescentes que fueron, en esa prueba radical de que no se han rendido todavía, hay un abismo luminoso al que me gusta asomarme.

[Escribió Goethe "es profesor el que, no sabiendo hacer una cosa, la enseña". Nunca creí encajar con tanta exactitud en una definición.]
mil años después




Hace 27 años de esta foto, hecha, como no, un lejano día de verano. Uno de los que está ahí soy yo. Uno de los que está a mi lado es mi amigo F. Es el día de su boda. Veo a casi todos los de la foto, me cuesta acercarme, saludar, ser natural. Hay muchas cosas que me gustaría decir y que sé que sonarían ridículas sólo después de la primera palabra. Estoy en la boda de F. y pienso en la foto constantemente. En lo que había ahí de los futuros nosotros. En comparación con esos veranos, los años que vendrían después serían casi ceniza. Mientras como, sostengo una conversación banal con mis compañeros de mesa, con la cabeza intentando casar las dos escenas sin conseguirlo. Todo me parece irreal. Estoy esperando a que alguien saque un balón de fútbol, a que quiten las mesas y emprendamos el penúltimo partido de fútbol, a diez goles, esperando a que se ponga el sol para salir corriendo tras el décimo gol y tirarnos de cabeza al mar, a disfrutar de la eternidad de los doce años. Sin embargo, nada de eso ocurre. Los postres, la música, gente bailando, yo bailando. A mi alrededor oigo las olas de los veranos de la infancia, oigo los gritos desde el campo de fútbol y no puedo creer que estemos donde estamos. Oigo a Carlos, a Santi, a Marcos, a Josiño, a Paco, a mi hermano y a mi hermana, a Javi, a Jose, a Pablo, a mis primos. Los oigo con la claridad terrible de los recuerdos perpetuos. Y, por encima de todas las voces, oigo a F., gritándome una vez más, joder, muévete, hostia. Nunca nadie me ha vuelto a decir algo tan hermoso. Gracias a todos. Gracias, F.
Las mañanas son fragmentos de qué
Desde el ventanal de mi clase se ve un trozo de monte. Básicamente un pinar alfombrado por helechos amarilleados por el Otoño. A veces, sobre las ramas de los pinos, hasta he visto ardillas deslizándose con ligereza y mirando hacia mi aula, un reflejo inesperado de la propia curiosidad. Hoy ha llovido con violencia sobre el colegio. Una cortina de agua barría el ventanal, el pinar y los helechos. Cuando paró me asomé discretamente y había como un resplandor dorado sobre el que parecía flotar un olor intenso a tierra húmeda. En el silencio de la última hora de la mañana, zizagueando entre el rasgueo de los bolígrafos sobre el papel, flotaban destellos de algo pequeño. Un grupo de adolescentes silenciosos. Una ventana abierta a la belleza funeraria del otoño. Dos más dos.
furia
De pronto, a la hora de comer, el diluvio universal, una borrasca rabiosa descargando un millón de litros por metro cuadrado. Era tan espectacular que incluso se nos congeló la comida en el tenedor en el instante anterior a su entrada en la boca. Mientras mirábamos fascinados desde el comedor del colegio el espectáculo, un grupo de chicos de 3º ajenos a la tromba siguió jugando al fútbol. Mientras corrían detrás de un balón que apenas veían, pensé en las veces en las que en mi adolescencia remota he jugado al fútbol con mis amigos bajo un chaparrón histórico. Lo más parecido a la épica que he podido saborear en primera persona: la camiseta chorreando, el pelo pegado al cuero cabelludo, los pies flotando dentro de las zapatillas deportivas, el sudor confundido con el agua de la lluvia. Antes de volver a la monotonía de mi plato dediqué una mirada última al patio: cinco figuras borrosas se deslizaban todavía detrás de una mancha casi invisible, incansables, poseídos por la gracia eterna de su adolescencia. Insumergibles, pensé, antes que otra cosa.
no es así
El sábado tuvimos una comida entre divertida y delirante, hablando de hiperconsumo, turbocapitalismo y frivolidades de todo pelaje. Tras ella, nos tiramos de cabeza a uno de esos gigantescos bazares al aire libre que abundan por el Norte portugués. Resistí valerosamente la tentación de todos esos productos que se te echan encima, la fiebre compradora apoderándose de todo el mundo -yo mismo, otras veces- la compulsión enloquecida del "mira que chulo por sólo cinco euros" y el ambiente entre orgiástico y catártico de las masas a la caza de la ganga. Puesto el sol y con considerable frío y humedad ambiental volvimos a casa recuperando cabos sueltos de la conversación de la comida: básicamente frivolidades enlazadas con flashes sobre fragmentos de párrafos de artículos leídos en internet o en sabe dios donde. Aproveché para darme cuenta de cuánto hemos cambiado hasta en la forma de dialogar. Nuestra modo de conversar se parece demasiado a cómo navegamos por internet. Cada palabra parece un enlace hacia varios cientos de hilos discursivos. Todo está sometido a una ironía exhaustiva que agota al que habla y al que escucha. Es difícil sostener más de cinco segundos de conversación sin un chiste de fondo que cambie el sentido de todo lo dicho, que redirija el foco de interés del que habla al que comenta. Y todo en una cadena en la que todos nos pisamos unos a otros, nuestras frases mordiendo a las de los demás. Todo increíblemente confuso, divertido, y, sobre todo, exageradamente gratificante.

Al llegar a casa, como epílogo, nos tiramos de cabeza a un centro comercial a hacer la compra semanal. En el hilo musical sonaba "it´s the end of the world as we know it". Me puse a hacer malabares con un par de rollos de bolsas de basura mientras mi pie derecho seguía el ritmo de la música. Me di cuenta de que una chica me miraba con curiosidad. Me puse colorado, se me cayeron las bolsas, la música cesó bruscamente: "oferta del día, pechuga de pavo sin sal cuatro noventaynueve el kilo". Ay que vergüenza.
fragmentos de memoria
Volvíamos de Santiago de madrugada. La autopista, esa lengua negra que discurre entre un cerco de estrellas, nos miraba, me miraba, como inquiriéndonos, que hacéis a estas horas por aquí, que os lleva, hacia donde. Muchas preguntas para alguien que tiene un volante entre las manos, y sin embargo. Al calor de la conversación que tenía lugar a mi lado y con la mirada centrada en las líneas blancas discontinuas enviándome un extraño mensaje en un código Morse sin puntos, me dejé ir por entre los fragmentos de la conversación ajena y las hipnóticas señales luminosas que caían sobre mí de manera repetitiva. El trazo de las líneas me llevó hasta la escuela en la que aprendí a leer y a escribir. Pasamos de puntillas sobre cosas así, pero su carácter fundacional debería hacernos repasar con más frecuencia la vivencia de esos momentos. En mi almacén de recuerdos estaba dibujada con precisión la línea del paisaje que componían los columpios del patio. La fachada del edificio principal. La cara del director, un sacerdote violento y baboso que pasaba del amor al odio con facilidad y que producía un terror sobrenatural sobre los niños. Los momentos en los que descifré por vez primera una línea completa o escribí yo solo mi primera palabra, sin embargo, resultaron inalcanzables para mí. Como si hubieran naufragado y permanecieran en islas que se hallaran fuera de todos los mapas. La idea de no recordar ambos momentos cero me agobió intensamente. Experimenté una poderosa sensación de pérdida mientras el coche se deslizaba con suavidad por la autopista. Imágenes vagas de cuadernos de lectura y escritura me salpicaban, vívidas como los reflectantes de los quitamiedos. Sin embargo, por mucho empeño que puse, no logré mi objetivo. Pensé que cambiaría gustoso los recuerdos de miles de días cargados de una espesa inanidad por esos dos chispazos en los que reconozco algo así como una segunda y tercera parte de mi nacimiento. Pero la memoria, como una marea ciega e inhumana, sólo me devolvía restos ininteligibles, fragmentos de acontecimientos que, descontextualizados por completo, me hablaban de alguien totalmente desconocido para mí. A la altura del puente de Rande, con la ciudad encendida como una feria gigantesca, intenté comprender porqué casi todas las cosas fundamentales de nuestra vida pasan desapercibidas en el momento mismo en el que ocurren, y, sobre todo, qué mecanismo terrible nos prohibe tener acceso a su huella precisamente cuando somos conscientes de su importancia. Entrando en casa pensé, el montante del olvido, el peso de los recuerdos prescindibles, el impacto de los acontecimientos. Fin del viaje.
sentencias gloriosas
En el ABCD del fin de semana pasado venía un divertido artículo sobre las comedias gamberras del tipo algo pasa con Mary y similares, sobre los increíbles beneficios que daban y cómo habían convertido en directores cotizadísimos a gente como los hermanos Farrelly o Jude Apatow. El autor -ahora no recuerdo el nombre, cachislamar- terminaba su elogio y refutación de este tipo de cine que, según él, está en su momento de madurez creativa gracias a títulos como lío embarazoso (knocked up en el original), los supersalidos (superbad en el original) o matrimonio compulsivo (the heartbreak kid en el original), con una frase de virgen a los 40 que merece pasar a la historia del cine:

los 40 son los nuevos 20!!!
de matones y hombres
¿Soy el único que percibe una simetría siniestra entre el matón del vídeo del metro y el presidente que subido a su avión salvó a tres bellas azafatas hispánicas de las garras de los salvajes africanos?



crítica del elogio puro
Hay cosas pequeñas pero fundamentales que deberían estar a salvo de los elogios. Criticarlas las hace más fuertes, pero elogiarlas las destruye poco a poco, las erosiona, las expone a un exceso de luz que les sienta realmente mal. No elogiemos las cosas pequeñas. Guardemos nuestros parabienes para aquello que sea inmune a la sobreexposición. Mordámonos la lengua aunque estemos deseando que todo el mundo se entere de lo estupendas que son algunas cosas aparentemente insignificantes.

Sé que no me explico. Tampoco quiero dar ejemplos concretos. Estoy harto de las cosas concretas. Ésto aún añade más confusión, supongo.
carnivale




Gracias a esos degustadores de exquisiteces que viven alojados en microphones in the trees descubro la enésima joya televisiva de la temporada, una ensalada de sabores audiovisuales entre los que es posible distinguir el regusto amargo de las uvas de la ira, el sabor ácido de freaks, el olor a quemado de el fuego y la palabra y el aroma de la televisión contemporánea que nos lleva desde a héroes hasta a dos metros bajo tierra sin perder su sabor propio en ningún momento.

Terminada la primera temporada tras un maratón que me equipararía a una especie de yonqui más que a un atleta de esos que hacen 42 kilómetros sin despeinarse, afronto con una mezcla de ansiedad y temor los doce capítulos de la segunda (y parece ser que última): ¿serán capaces los guionistas de mantener en lo más alto la tensión, el interés y los interrogantes que deja en el aire el último capítulo de la parte I? ¿terminará la cosa de mala manera sin dar respuestas a nada? que incertidumbreeee!!!!

(yo me bajé los torrents aquí: temporada 1 | temporada 2)
resident evil 4, extinction
El mundo, al borde de su momento final. Menos mal que Mila Jovovich, con su capa de Wyatt Earp, sus shorts a lo Lara Croft y sus labios Glossip extrabrillo rosa rosae puede con todo lo que le pongan por delante. Para delicia del personal, lo mismo corta cabezas que levanta motocicletas BMW con sus poderes psiónicos. Hasta llora cuando los zombies se comen a uno de sus amigos de toda la película. En una escena que vale por la hora y media restante, los malos malísimos de la corporación Umbrella intentan que los zombies pierdan el instinto asesino y dejen de lado su gusto por la carne humana experimentando con vacunas diversas. Para comprobar sus éxitos, a uno de ellos le ponen delante un móvil y una cámara digital: oh maravilla, el bicho usa las dos sin problema alguno!!! "podemos crear una masa obrera totalmente dócil y controlable que sirva como fuerza de trabajo permanente", dice el investigador de turno con sonrisa malévola. A ver que dice Zizek de esta obra maestra!!!
estoy afónico
Me coge el frío al salir de la ducha, a traición, un minuto de más permaneciendo sin secarme -iba a poner húmedo, pero casi que no-. La voz se me va gradualmente a lo largo de la mañana, de la misma manera en la que a veces siento que es el mundo el que se me va yendo. A eso del mediodía estoy técnicamente mudo. Hablo poco y en susurros. La gente a la que me dirijo me presta más atención de la habitual. Me miran fijamente, intentando no perderse nada y terminan hablándome, ellos también, en susurros. Parecemos conspiradores o amantes o espías, o quizás un poco de todo. Aparentemente es como si nos estuviéramos diciendo cosas importantes, revelaciones trascendentales, pero sólo es la cháchara de siempre, que, a menos volumen, cobra una nueva dimensión. Subido al coche, voy susurrando algo para mis adentros que apenas escucho.

Me gusta la sensación.
el cielo
Veo el vídeo del tipo ese que agrede a un niña colombiana en un vagón de metro en Barcelona. Las imágenes, sin sonido, con esa cámara fija que hace establecer al espectador una relación con la escena que roza el voyeurismo, son terribles porque en ellas se adivina una lógica que, de no mediar la azarosa parada del tren, amenaza con lleva la acción hasta un desenlace trágico. Frente a ellas experimentamos una rabia que, de estar en ese tren, seguro que sería paralizante pavor. En diferido es fácil creerse un héroe imaginario que le da su merecido al malo mientras salva al débil. En directo seríamos parte de los débiles. Gallinas que se ocultan a la mínima señal de problemas. Esa brecha entre el papel que imaginamos que adoptaríamos en los relatos sobre la realidad y el papel real que improvisamos en la vida de verdad es la que nos convierte sino en cómplices sí en algo que nos sitúa más cerca del agresor que del agredido.

[Una vez más, Borges, en "Historia de la Eternidad", citando a Plotino acerca del cielo cristiano:

Nadie camina allí como sobre una tierra extranjera.

]
9A
[...]
- y entonces ¿te la follaste o no?
- que no te lo voy a decir
- venga, hombre, pero que más te da
- que no pienso contártelo
- pues no sé porqué no me dices que no te la follaste
- ves, si además ya lo sabías
- claro, porque ya se lo había preguntado a ella
- y entonces, ¿porqué me lo preguntas a mí?
- porque quería estar seguro
- seguro ¿de qué?
- es que sus amigas dicen que folla
- ¿y?
- que no me lo creía

[Dos adolescentes de unos catorce años por barba. En el autobús casi desierto, de vez en cuando su conversación rompía el hilo de silencio que los mantenía unidos. Sus frases iluminaban todos los rincones del bus. Como flashes de una vida más de verdad que las de los que cabeceaban sobre los asientos de plástico.]


Borges, "ficciones":

Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y solo en el presente ocurren los hechos: innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí...


Rubén Lardín, en imbécil y desnudo:

Lo que sí compruebo es que con la edad se relajan las costumbres pero de una manera bárbara. Transijo ya poco o nada con el cretinismo y se las paso todas a las personas vulnerables, con o sin gafas, aquellas -y sólo esas- que me parecen honestas y dignas, porque sus razones tendrán. En cuanto a los cretinos, si alguna vez han entablado batalla con las cucarachas sabrán de qué hablo. Es un ejercicio de ataque y omisión. Una y otra y otra más.
9A
Subo a casa -tras comer fuera y tras un agradable paseo a ritmo de 100 metros lisos- en mi bus, en el 9A que atraviesa frenético casi todo Vigo. Frente a mí, a tres filas de distancia, una pareja de chicas van cargadas de maletas claramente en direción al aeropuerto. Una de ellas lleva un megáfono en la mano. Justo delante de mí un chico joven va vestido con la elegancia exquisita de quien se sabe guapo, con la tranquilidad absoluta de quien no duda de sí mismo. Lo envidio de reojo, mientras echo un vistazo a las tres fotografías de Lewis Hamilton con cara de circunstancias en la sección de deportes de El País. De pronto, a la altura de la recta de Candeán, escucho con claridad absoluta y con un marcado acento andaluz, tres filas hacia adelante:

- contad ahora la del taxista;

la chica del megáfono sonríe mucho mientras su compañera finge que siente una vergüenza de cartón piedra de cara al resto de los pasajeros; del fondo del autobús llegan unas risas apagadas y una voz que apenas se distingue:

- luego, en el avión;

mientras mi envidia mira de frente al chico guapo que sonríe con elegancia a las chicas del megáfono, me viene a la cabeza la historia de Funes el memorioso de Borges, un cuento sobre un hombre que recordaba todos los detalles de todas las escenas todo el tiempo. Pienso en Funes el memorioso acordándose años más tarde del color del megáfono, de la cara de la chica, del anuncio de Gadis que están poniendo en el plasma del autobús, de todos los infinitos detalles que se mecen en su interior y que tal y como caen sobre nuestros ojos se evaporan instantáneamente.

Cuando bajo en mi parada, escucho tras de mí, claro y con acento andaluz, venga contad ahora la del taxista.
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la vida en una cara
Voy a ver "promesas del Este" esperando algo y, a cambio, me vuelvo para casa sin nada, apenas. Me pregunto si es que Cronemberg está entrando de cabeza en esa cosa horrible que se llama "período de madurez" y quiere ganarse un oscar o alguna otra chorrada por el estilo. La factura visual de la peli, vale, OK, un Londres extremo tanto en el lujo mafioso que crece paralelo al lujo neocapitalista como en la mugre y la miseria que devoran sin piedad a a mareas de inmigrantes. El guión, repleto de agujeros y concesiones sentimentaloides, me recuerda -por su tendencia a hacer el ridículo en los momentos claves- a aquella "Crash" (no la de David, claro), que imitaba en plan guay a "Vidas Cruzadas" y, a otro nivel -por aquello de las pretensiones no logradas- a "Babel", aquella cosa que aspiraba a darnos lecciones de moral mientras bostezábamos en las butacas de nuestro Cineplex. De todo este desastre filmado con profesional pulcritud -uno no se aburre, pero se irrita continuamente- se salvan los rostros de los actores. El de Viggo Mortensen, modelado en alguna clase de sustancia extraterrestre que le permite ser siempre el personaje que le toque, da igual que sea el rey andarín de "el señor de los anillos" o el hombre-con-un-pasado de "una historia de violencia" y el de Naomi Watts, la mujer de perfecta belleza imperfecta, ante la cual sólo cabe quedarse en estado de shock, mirando sin creérselo. Yo hubiera tirado media película, dejando sólo las escenas en las que aparecen Viggo y Naomi sin sonido y sin orden de ningún tipo. Hubiera salido algo mucho más interesante, seguro. (También pondría las escenas de Armin Mueller-Stahl, tipo de mirada inquietante y elegancia considerable que merecía un papel algo menos ridículo).
videos de tercera




Me pregunto en qué momento los dirigentes del PSOE tuvieron la nefasta idea de pelear con el PP con las armas de éstos. Este vídeo de apoyo a la asignatura "Educación para la ciudadanía" elaborado por las juventudes socialistas -cómo serán las senectudes!- provoca vergüenza ajena y rabia a partes iguales: ¿el hecho de que los unos vivan políticamente en las cloacas obliga necesariamente a los otros a bajar hasta ahí?

Señores socialistas, ahora que ya no está de moda: un poquito de por favor, joder, hostia, ya.
optimismo

Robert Bresson en "notas sobre el cinematógrafo":

Haz que aparezca lo que sin tí quizá nunca se vería

Me gusta como regla de vida. Completamente.
frases hechas

Ayer estaba viendo la serie esa del fiscal tiburón en la sexta, una de las miles que juegan sobre seguro con sus historias contadas mil veces y los problemas de relación habituales junto a esa fatigante "tensión sexual no resuelta" que se establece entre los personajes por parejas. En medio del tedio más absoluto, una de las protagonistas, tras contar una falsa historia de abusos infantiles en carne propia para conseguir un testimonio decisivo y jactarse posteriormente de ello, dice:

- la intimidad está sobrevalorada.

Tras escuchar la frase desperté de golpe y vi toda una vida de frases hechas circulando ante mis ojos en pocos instantes. En los últimos tiempos la fórmula "x está sobrevalorado/a" es una muletilla que sirve para que el que la pronuncie crea que es un tipo increíblemente agudo y profundo. Lo sé porque yo la he usado con la frecuencia suficiente para resultar odioso y gilipollas a partes iguales. Mentalmente hice un rápido ejercicio de combinatoria y me salieron unas cuantas demostraciones de banalidad lustrosa que ofrezco desde aquí a todos aquellos guionistas de televisión que no sepan salir de un callejón sin salida argumental:

- el sexo está sobrevalorado
- la comida está sobrevalorada
- el respirar está sobrevalorado
- los blogs están sobrevalorados
- la pornografía está sobrevalorada
- la música está sobrevalorada
- la literatura está sobrevalorada
- la seleccióne española de baloncesto está sobrevalorada

la estupidez como norma

El delirio buenrrollista de nuestras administraciones, empeñadas en demostrarnos que los ciudadanos somos una panda de tarados, parece ser un auténtico saco sin fondo en el que tirar miles de euros de la manera más ridícula posible. Me he enterado de que en mi ciudad existen unos cursos llamados "Vivir en parella é cousa de dous" promovidos por esa cosa esotérica que se llama concejalía de igualdad, que ofrece dos cursos exclusivamente para hombres en los que se enseñan cosas tan complejas como: a) planchar la ropa, b) hacer la comida, c) poner la lavadora y d) encender la aspiradora (nota: una de ellas es falsa). Otros dos cursos dirigidos exclusivamente a mujeres ofrecerán conocimientos tan sofisticados como: a) cambiar bombillas, b) arreglar enchufes, c) desmontar un grifo y d) poner en hora el microondas (nota: uno de ellos etc etc). Los otros dos cursos serán mixtos y ofrecerán instrucciones para la vida en pareja (este último promete!!!, aunque tanto buenrrollismo posiblemente los acerque más a un cursillo prematrimonial cristiano que a otra cosa). La concejala del ramo, mientras, superorgullosa de su tarea y con cara de estar convencidísima de que a este paso la igualdad real está hecha. Por diooooos...

La misma concejalía propone para dentro de dos meses otro supercurso: "supervivencia doméstica" dirigido a adolescentes algo perturbardos, supongo, y -ésto no lo dice- a todos aquellos que ignoran: a) que el dinero se acaba al gastarlo, b) que las cosas se ensucian/rompen/gastan al usarlas y hay que limpiarlas/repararlas/renovarlas, c) que telepizza no es la única opción para cenar y d) que los electrodomésticos pueden ser tus amigos si los tratas con amor.

Eso sí, de los cerebros que están detrás de este carrusel de genialidades, ni una palabra, no los vayan a reconocer por la calle.
a toda crítica

Leo en imbécil y desnudo, un fragmento de una entrevista radiofónica de 1948 a George Bataille en la que éste habla de cómo debe ser una crítica literaria:

El ideal es la brutalidad, una buena crítica debería funcionar como una guillotina, de ella debería más bien salir sangre que otra cosa. Pero realmente creo, con alguna experiencia, que eso no está al alcance de los hombres y que, en el fondo, sin poder llegar hasta el fin, y sin poder matar a quienes no se ama, ni verdaderamente llevar al cielo a los que se ama, no queda más que permanecer en una suerte de modestia.

Me gusta casi como regla de vida. Casi.
mediodía de domingo
Estoy comiendo en una cafetería mientras en el televisor ("el plasma", lo llaman ahora), sin apenas sonido, se ven las imágenes de una carrera de motos. Uno de los participantes, Dani Pedrosa, coge una curva a unos 180 km por hora y se cae. La repetición es increíblemente plástica, con la imagen congelada en el instante en el que su cabeza toca el suelo. El cuerpo, convertido en algo a merced de fuerzas que ya no están bajo su control, traza una estela dramática sobre el negro del asfalto. La moto, mientras, deja un reguero de chispazos tras de sí al avanzar hacia la cámara dando volteretas. Luego hay una imagen de un mecánico levantando el cuerpo del piloto, que parece un extraterrestre recién caído sobre la superficie de la tierra. En la mesa de al lado, dos hombres hablan en una lengua que no conozco y que intuyo que debe ser ruso o rumano o algún otro idioma que me suena de grandes películas como el mito de Bourne o guardianes de la noche/del día. El mayor de los dos tiene una voz grave, llena de recovecos y aristas que resuena en nuestra zona de la cafetería. Cada vez que habla intento descifrar lo que dice a sabiendas de que no podré. Me recuerda un monólogo de William Burroughs que oí hace mil años. Es ese tipo de voz que sale de las gargantas de los que se han abrasado en su propia experiencia vital. Miro discretamente hacia el dueño de ese sonido perturbador. Es un hombre que debe rondar los cincuenta. Sobriamente vestido y con buena cara, sonríe intermitentemente a su compañero de mesa unos treinta años más joven y pasa completamente de la carrera. Me traen el segundo plato. En el plasma veo ganar a Capirossi. Los rótulos dicen "Stoner world champion 2007". El realizador repite la imagen de Pedrosa congelándose en su caída. Los rusos imaginarios, mientras, se marchan de la cafetería y desaparecen en el interior de la ciudad bañada por los últimos rayos de sol de Septiembre.
síntomas
Los surcos en los bordes de los ojos cuando sonreímos. Las dos líneas descendentes a ambos lados de la nariz, esa mueca petrificada que delata lo que somos y lo que nunca seremos. La textura de la piel bajo los párpados inferiores. La textura de la piel de las manos. El brillo graso de algunas partes de la cara. Ese cansancio. Todas las cosas que se desploman silenciosamente ahí dentro. Las veces que hemos bajado la cabeza. Todos los días que hemos olvidado al día siguiente de haber pasado por ellos. El ruido que nos duele. Las cosas que hemos aprendido a obviar. Cómo miramos a todos los que no son nosotros. No soy médico, pero ésto tiene mala pinta.
príncipes del cemento, reyes de la corrupción
Leo por ahí que está de moda que la gente escriba su autobiografía en unas pocas líneas para colgarla después en la wikipedia. Me parece ingenioso e infantil simultáneamente. En realidad me hace tanta gracia que me lo pienso unos instantes pero mi cinturón de seguridad moral aguanta bien el impacto y me retiene. También leo por ahí que un constructor salido literalmente de la nada va a inaugurar este fin de semana una urbanización de 13.000 viviendas que, en la práctica, viene siendo una ciudad salida de la nada. El constructor tiene una extensa biografía en la wikipedia que parece escrita por algún amanuense a sueldo. Este verano ví su yate de 46 metros de eslora (que va a cambiar por otro de 72 según cuenta la autobiografía abreviada) en Palma, amarrado a lo lejos, como una especie de animal marino mitológico. Siempre que pasábamos cerca, le echábamos un vistazo y, ritualmente, uno de nosotros decía "ese es el yate del pocero", como quien dice "ahí está la estatua de la libertad", "ahí están las cataratas del Iguazú" o "ahí está la gran muralla china". En la fiesta de inauguración de la ciudad -que lleva, como no, su propio nombre- no va a haber ningún político de ningún partido, pero sí van a a estar Falete y Farruquito o algo por el estilo. A los primeros se sobreentiende que ya les ha debido "pagar" sobradamente y por lo tanto considerarán que para qué van a ir, menuda pérdida de tiempo. Sobre su modélica biografía de self made man que empezó limpiando fosas sépticas a los catorce años (esa línea de su biografía ya vale por las dos o tres que como mucho se podrían escribir de la mía y de cincuenta mil como yo) pesa la sombra de una condena a cuatro años por corrupción. Me pregunto, si tuviera también unas empresas que facturasen los 177 millones de euros que facturan las suyas, cuantos tirones bruscos aguantaría mi cinturón de seguridad moral.
fin de temporada
Hoy sí. El verano se ha terminado definitiva y abruptamente. Voy al colegio envuelto en uno de los familiares cúmulos de niebla que se extienden por toda esta parte de la ciudad. Figuras fantasmales por el patio y pasos apagados sobre superficies húmedas. Desde el coche, el paisaje difuminado casi es soportable, no como habitualmente. En la cafetería, bajo la luz demacrada de un fluorescente, mis compañeros y yo hacemos un conjunto algo desvaído, un grupo de gente fatigada por anticipado del que todo el mundo parece a punto de irse. Volviendo a casa, levantada ya la niebla matinal, el cielo sigue de color gris claro y los colores del paisaje han muerto todos de golpe. La ropa que dejé a secar la noche anterior sigue húmeda, y al tocar las toallas todavía mojadas siento una descarga eléctrica de tristeza de poco voltaje, una pena menor, la de los días de sol y playa que ya son, otro año más, un puñado de recuerdos diminutos.
ya (y II)
George Steiner en lecciones de los maestros:

El único Maestro auténtico es la muerte.
aullidos
Algunas veces, en mitad de la noche escucho aullar al perro del vecino. Me siento entonces sobre la cama y su prolongado lamento parece la emisión de radio de algún programa nocturno sobre gente desesperada. Sobre el fondo blanco del silencio de la madrugada, el aullido es un trazo recto, implacable, una línea oscura que contiene en sus infinitos puntos una tristeza inconmensurable. Tras un par de minutos la transmisión cesa. Algo de ese lamento se instala en el dormitorio y queda agazapado en alguna esquina, esperando. Sé que está ahí.
el fin se acerca
El pasado fin de semana leí una crítica de la última novela de Don Delillo (falling man) a cargo de Juan Manuel de Prada (glubs) que (reglubs) me gustó. Al día siguiente, me descubrí leyendo con avidez una entrevista-reportaje sobre el escritor norteamericano a cargo de (recontraglubs) Antonio Muñoz Molina. De Prada + Muñoz Molina en el plazo de dos días y con calificación global de "bien". Ya he pedido cita en el neurólogo. Espero que no sea grave.
ya
George Steiner en lecciones de los maestros:

Enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital un ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un Maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina, y, metafóricamente, un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instila en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío. Millones de personas han matado las matemáticas, la poesía, el pensamiento lógico con una enseñanza muerta y la vengativa mediocridad, acaso subconsciente, de unos pedagogos frustrados.
hay otros mundos
En la radio del coche tengo sintonizada una emisora en la que sólo se oyen voces de gente rezando. Hace unos días descubrí una especie de canal local en el que emiten algo parecido a un espectáculo de porno cutre en una mitad de la pantalla mientras en la otra mitad vuelan los mensajes del tipo "chico 26 años busca chica para follar". Cerca de mi casa están en fiestas, ayer por la noche se podía escuchar con claridad el repertorio clásico de todas las orquestas de esta parte del mundo: un poco de Bisbal, otro poco de Paulina Rubio, unas pizcas de reggaeton de hace tres temporadas, los pasodobles intemporales y los clásicos de siempre de Georgie Dann. En Localia emiten un programa en las madrugadas en el que un tipo vestido de frac y cara de cocainómano en pleno subidón juega al póker con una chica que está siempre desnuda. El tipo hace chistes de discreto contenido sexual. La chica siempre es ucraniana o rumana o eslovaca. Mi amigo F me ha regalado el diario filosófico de Hanna Arendt (1950-1973), su prólogo abre con esta cita de Albert Camus:

... cada generación se cree dedicada a rehacer el mundo. Sin embargo, la mía sabe que no lo hará. Pero acaso su misión sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga

Hoy es EL aniversario. Siguen entrando oleadas de niebla por la boca de la ría. Esta noche no se ve la luna. En otro programa de Cuatro dos chicas muy delgadas en biquini se abrazan mientras dan saltitos. Mientras veía la jungla de cristal por vez número veintisiete caía en la cuenta de lo muy ochentera que era la película, y de que debió ser la última vez en la historia del cine en la que los terroristas eran rubios, alemanes e iban vestidos como de Adolfo Domínguez. Un escalofrío retrospectivo me recorrió la espalda en la escena en la que el jefe de los malos -Hans- se precipita al vacío desde un piso treinta mientras el rascacielos en el que transcurre la acción aparece envuelto en llamas. Hoy es EL aniversario. Sí, yo tampoco me lo puedo creer.
vida en el coche
Bajo temprano al centro de la ciudad. Envueltas en retazos de niebla las luces de los semáforos son indicadores flamígeros que parecen desprender nubes de vapor por sus bordes. Con la ventanilla bajada me dejo aspirar por los penachos húmedos que invaden las calles. Delante de mí un coche se detiene bruscamente ante un paso de cebra, piso el freno mecánicamente mientras cambio de emisora de radio y, a unos 0,5 kilómetros por hora, escucho el sonido apagado de una defensa impactando contra otra. Sin creérmelo bajo del coche corriendo, sale el conductor de delante, nos miramos, no ha pasado nada, me disculpo mientras mi cara le hace la competencia al semáforo de atrás. Subido de nuevo al coche, escucho a PJ Harvey, aporrea un piano mientras lanza gemidos fantasmagóricos. Lejos de los hachazos de su guitarra eléctrica, su voz resulta igual de dolorosa pero en una modulación diferente, como si el filo de la navaja que son sus canciones estuviera algo mellado y en vez de cortar produjera desgarros. Por la ventana entra el olor a café recién hecho de una cafetería próxima. La niebla comienza a levantarse.
una de cómics
george herrimann, krazy&ignatz vol.3 1929-1930


portada de Kraxy&Ignatz nº3 1929-1930


78 años después de su publicación, las tiras de Herrimann, en su ya tercer tomo recopilatorio, se leen como si hubieran sido publicadas hoy mismo. La carga poética y surreal del triángulo imposible que forman Krazy Kat, el ratón lanza-ladrillos Ignatz y el policía "agente cachorro" aún no ha sido superada a estas alturas del siglo XXI. Cuenta el prólogo que la serie, en el momento de su publicación, tuvo que soportar la indiferencia y la crítica de sus contemporáneos, incluyendo a todos los jefes de Herrimann. Afortunadamente, las desventuras de los habitantes de Coconino tenían lo suficientemente subyugado a William Randolph Hearst, el gran magnate de la comunicación estadounidense de la primera parte del siglo XX, como para garantizar su publicación continuada y que el bueno de George nos dejase una cantidad ingente de material impreso para disfrutar. Poco se puede decir de una serie que resulta subyugante y perturbadora, que te abre el corazón a ladrillazos y que siempre termina por dejarte el poso nostálgico de los mundos que nunca conocerás, de los paisajes imposibles habitados por personajes que, en su absurdo, terminan resultando asombrosamente verosímiles y extrañamente queribles.

charles schultz, snoopy y carlitos, tiras dominicales 1959 a 1960


Portada carlitos y snoopy tiras 1959 a 1960


48 años después de su publicación, las tiras de Schultz, en su ya quinto tomo recopilatorio, se leen como si hubieran sido publicadas hoy mismo. Mi serie de tiras cómicas favorita de los últimos tiempos evoluciona con paso lento pero firme, define con precisión personajes ligeramente retorcidos, sutilmente amargados y siempre en el límite entre la broma cruel y el chiste inocente. Todo el paisaje humano que aparece por aquí está trazado con una complejidad y profundidad excepcionales. El único protagonista no-humano, el perro más proteico de la historia del cómic, es, sencillamente, un personaje maravilloso sobre el que el autor deposita, con ternura e inteligencia infinitas, todas las características de las que carecen sus compañeros de reparto humanos. No me cansaré de repetirlo: aquellos que sigan viendo en Snoopy aquel paradigma de lo pijo y lo ñoño que consagraron los años ochenta pueden estar orgullosos de su necedad (necio: del lat. nescĭus, adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber) y de que los prejuicios y los caminos fáciles de lo consagrado oficialmente como obvio puedan más que su curiosidad.



Carlitos y Snoopy: tira 1



Carlitos y Snoopy: tira 2



matt groening, el enorme libro del infierno


Portada de el enorme libro del infierno


20 años -con un abanico de más menos cinco- después de su publicación, las tiras de Groening, se leen como si hubieran sido publicadas hoy mismo. El creador de "Los Simpsons" era un jovenzuelo muy airado que arremetía (inicialmente a base de fotocopias y autoedición) con divertidísima mala hostia contra la sociedad de su época. Después de varios tomos exprimiendo el original "life in hell" (hemos visto, aparte del tomo rojo homónimo, los posteriores "el trabajo es el infierno" y "el amor es el infierno"), empieza a quedar claro que el mejor material de estas tiras ya ha sido publicado. Algunas de las historias que se pueden leer en este tomo están ya un poco agotadas o son vueltas de tuerca a situaciones narradas con más acierto en otras ocasiones. Pese a ello, un considerable puñado de vitriólicas reflexiones sobre el amor, el trabajo, la vida en pareja o la política hacen que este tebeo se eleve con grandiosidad sobre la mayoría de los cómics que se publican actualmente bajo la etiqueta de "underground" o "alternativo". Aunque Groening se haya vendido de mala manera con esa película infame sobre Los Simpsons que hemos padecido este verano, no perdamos la perspectiva sobre quien es y lo que ha sido: un monstruo absoluto del cómic al que no han podido hacerle ni un poco de sombra sus millones de (malos) imitadores.



viñeta de el enorme libro del infierno=

detour
He ido a ver un concierto-espectáculo de detour, el dúo musical formado por Iria Piñeiro (voz, bailes, monólogos) y Manuel Santamaría (piano, paciencia, saber estar). Me he reído tanto que aún no termino de creérmelo. La excusa argumental es una especie de autobiografía cantada de Lolita Castañer Rabas, cordobesa del 31, interpretada por una Iria Piñeiro que derrocha sobre el escenario una inteligencia y una presencia escénica muy poco corrientes. El dúo, instalado en una suerte de pequeño cabaret ambulante, entre comentario y comentario va desgranando versiones risueñas de estándares del jazz, el swing o de la bossanova, atreviéndose incluso con una hilarante versión de "la zarzamora" que dignifica desde la parodia respetuosa el lodazal que es el mundillo de la copla. Las letras de las canciones son efervescentes pastillas de ironía que te descuelgan de la cara una sonrisa tras otra mientras las ocurrencias de la cantante invitan directamente a caerse de la silla de la risa. Es el sentido del humor, encajado con maestría en unas melodías que te-suenan-de-toda-la-vida, el elemento dominante de todo el espectáculo, el dios pagano al que una suma sacerdotisa en estado de gracia permanente ofrenda toda clase de presentes: chistes sofisticados, escatología variada en bandeja de plata, parodias sutiles a los tics de los músicos en los conciertos, enrevesados guiños al espectador y pequeños juegos verbales ante los que es imposible no arrodillarse y aplaudir.

Y todo ello en un lugar -el bar La Vela, Samil (¿Alcabre?)- de escasa acústica y ante un público que mayoritariamente parecía estar a) esperando a que llegara su camello o b) esperando a que llegaran sus clientes, y que asistió como los cerdos aquellos de las margaritas estupefacto a un espectáculo para el que le haría falta posiblemente alguna clase de estimulación cerebral urgente.
aviones que vuelan, gente que mira
Mientras septiembre extiende una agradable prórroga al tiempo natural del verano aprovecho para poner un poco de orden en casa tras una temporada esquivando la labor. Limpio, plancho, hago lavadoras, hago recados, alegro la vida de los supermercados de alrededor, me ahogo en una tormenta de pequeñas banalidades necesarias. Tras el paréntesis vacacional las rutinas de todo el año vuelven a su lugar. Cuesta rehacer las inercias, adaptarse a los viejos horarios, dejar de ver adictivas series mediocres de televisión hasta altas horas de la madrugada (mi último vicio estúpido: 6 grados), perder el tiempo con la ligereza de la infancia y el sentido de culpa de los gilipollas.

En medio de tanto trasiego paso unas cuantas veces por delante del aeropuerto de Peinador -vivo bastante cerca-, y, en todas ellas, como siempre, encuentro gente que mira cómo despegan y aterrizan los aviones. Un puesto de rosquillas situado estratégicamente indica que la actividad genera movimiento suficiente para dar cabida a pequeños negocios. Los aviones pasan cada diez, quince o veinte minutos. El ruido de las turbinas ahoga cualquier otro sonido y deja al espectador aturdido, como bajo los efectos de alguna droga. Me gustan los dos espectáculos, los inmensos aviones ligeros como confetti, las personas diminutas, ancladas a las vallas que cierran el aeropuerto, mirando aviones que vuelan como si el tiempo estuviera detenido, una mano en una rosquilla, la otra tapándose los ojos para no deslumbrarse con el sol. Secretamente deseo unirme a ellos, pero algo en la soledad de las figuras termina siempre por alejarme. Hay soledades atractivas y otras que te hacen echar a correr. O a volar.
john steinbeck, los vagabundos de la cosecha


portada del libro los vagabundos de la cosecha


La editorial libros del asteroide añade a su exquisito catálogo este título de John Steinbeck, recopilación de los artículos que escribió en 1936 para el periódico San Francisco News y que fueron la semilla de la que después surgiría Las uvas de la ira.

El magnífico prólogo del escritor Eduardo Jordá contiene un buen puñado de jugosas informaciones. Una que desconocía completamente era la amistad profunda entre el protagonista de la película Las uvas de la ira -Henry Fonda- y el escritor californiano. Otra, cuando Steinbeck murió en 1968, fue el actor el que leyó en su entierro el "Réquiem" de Stevenson:


Bajo el vasto y estrellado cielo
cavad la fosa y dejadme descansar.
Alegre viví y alegremente muero.
Sólo deseo pediros algo:

Que sean estos los versos que en mi tumba grabéis:
"Aquí yace, donde amó vivir,
el marino ha vuelto a casa
y el cazador volvió de la colina".


A su vez, cuando Henry Fonda falleció en 1982, en su entierro y por deseo suyo, fue leído el discurso final que recita Tom Joad en Las uvas de la ira.

La militancia izquierdista de Steinbeck constituye el esqueleto de esta serie de artículos. Su estilo, preciso, exacto, iluminador, da forma a su piel. Su profunda indignación con las condiciones de vida de los emigrantes del Sur encargados de recoger las cosechas californianas le lleva hasta sus campamentos para denunciar el trato esclavista y las condiciones inhumanas en las que ejercen su trabajo. Su análisis demoledor de la sociedad que permite tales prácticas no ha perdido ni un ápice de relevancia, de verdad, de actualidad.

El libro va acompañado de algunas de las más célebres fotografías de Dorothea Lange sobre los campamentos, los emigrantes y sus lamentables condiciones de vida.

En esta serie de artículos la palabra "dignidad" se ha empleado varias veces. No se ha utilizado como sinónimo de "vanidad"; con esta palabra hemos querido referirnos a la responsabilidad del hombre para con su comunidad. Un hombre a quien llevan de un lado para otro como si fuera una bestia, rodeado de guardias armados, hambriento y obligado a vivir entre la suciedad pierde su dignidad, ésto es, pierde el lugar que legítimamente le corresponde en la sociedad y, por consiguiente, su ética social.
castración química
Dentro de la variada gama de barbaridades que he podido leer/escuchar este verano por boca de los políticos propios y de los foráneos, reconozco un grado extra de estupefacción y horror ante dos momentos concretos: la entrevista, hace casi un mes, a Fraga en el diario "El País" (en la cual el exministro franquista de Información y Turismo se saca todas sus raídas máscaras de demócrata-a-la-fuerza) y la "brillante" idea de ese neocon francés con ropajes populistas de castrar químicamente a los responsables de delitos sexuales. Lo asombroso de esta idea que nos devuelve a unos cuatro mil años atrás en el curso de la historia (el código Hammurabi, 1790 a.C.) y que convierte a la justicia en una caricatura macabra de lo que debe ser, es que ha tenido un eco sorprendente por estas tierras. Una legión de "periodistas" y "pensadores" se han puesto a discutir sobre los posibles beneficios y perjuicios de semejante disparate como si fuera una "idea" en realidad y no uno más de los eructos del presidente francés tras una comida copiosa. ¿Alguien se imagina al presidente del gobierno pidiendo que consideremos que se le corten las manos a los ladrones o que se le saquen los ojos a los que ven pornografía infantil? ¿Alguien se imagina que pueda haber discusión sobre algo semejante? Por si los afines al presidente francés andan escasos de recursos, ahí van algunas líneas del citado código de Hammurabi que les pueden servir de inspiración:

_ Si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte.

_ Si un hombre ha acusado a otro hombre y le ha atribuido un asesinato y éste no ha sido probado en su contra, su acusador será condenado a muerte.

_ Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo.

_ Si un hombre, tras la muerte de su padre, yace con su madre, se los quemará a ambos.

_ Si un hijo ha golpeado a su padre se le cortará la mano.

_ Si un señor abre brecha en una casa, delante de la brecha se le matará y se le colgará.

_Si se declara un incendio (fortuito) en la casa de un señor y (si) un señor que acudió a apagarlo pone los ojos sobre algún bien del dueño de la casa y se apropia de algún bien del dueño de la casa, ese señor será lanzado al fuego.
el turista de masas, impresiones y depresiones (III)
En Valencia me acerco hasta el acuario de la ciudad de las artes y las ciencias, conocido como L´Oceoanografic. Me sorprendo ante la magnitud de la tal ciudad: las dimensiones tienen el tufo megalómano de lo inhumano. La arquitectura, cursi y relamida como pocas veces he visto, remarca el carácter espectacular de todo el conjunto. Bajo una tenue pátina de "cultura" subyace un gigantesco negocio que, a juzgar por la cola que tuve que soportar, debe dar considerables beneficios. El acuario, como me temía, viene siendo una especie de zoológico posmoderno, un lugar en el que la divulgación científica desaparece bajo toneladas de cartón piedra y sofisticados juegos de luces. La lógica cultural del espectáculo ha conquistado el terreno de la ciencia en su versión más asequible. Muchedumbres con cámaras fotográficas vuelven locos a los animales a base de miles de flashazos por segundo mientras los altavoces repiten en cinco idiomas "rogamos no hagan fotos con flash". Las dimensiones elefantisíacas del recinto (¿unos 20 campos de fútbol?) invitan a salir corriendo hacia la carretera. Todo es muy moderno, el cartón piedra de los decorados de primera calidad. El buenrrollismo ecologista de sus paneles contrasta con los cálculos imaginarios que hago acerca de lo que consumirá el lugar en electricidad y agua y en las toneladas de desechos que generarán cada día. A mi alrededor, sin embargo, a juzgar por los infinitos clics que escucho en cada sala, reina la felicidad en un relajado ambiente de parque infantil para todas las edades. En las zonas exteriores estamos a unos 35º, en los túneles y salas subterráneas el aire acondicionado recrea con exactitud el ambiente de un sofisticado edificio de oficinas. A veces se escucha el sonido de alguno de los animales. El resoplido de la morsa me conmueve de manera absurda, los delfines agradecen la comida con algo parecido a una risa frenética, dos blanquísimas belugas me hacen creer por un instante que los ángeles pueden existir. Los animales son tan preciosos, tan exageradamente elegantes en sus desplazamientos que dan ganas de llorar al verlos allí metidos, haciendo círculos imaginarios para una multitud que parece preferir hacerles fotografías que disfrutar de su presencia. Salgo deprimido. Sabía a lo que iba. Soy gilipollas.
el turista de masas, impresiones y depresiones (II)
Cala Torta es una de las muchas pequeñas calas situadas en la zona noreste de Mallorca. Cala Varques, un poco más hacia el Sur, comparte con ella un acceso complicado, tramos de carretera en un estado desastroso y un marco natural de belleza inusual. Ambas calas formaron parte de nuestro periplo mallorquín. La primera sorprende por sus aguas embravecidas -debe ser la playa más "atlántica" de las islas-, por el perfil geológico de su lado derecho, rocas plegadas como un acordeón y luego retorcidas como una bayeta al ser escurrida y por las hendiduras como cuchilladas que la erosión ha dejado sobre la arrasada planicie rocosa de su izquierda. Pese a la dificultad de llegar hasta ella hay un chiringo en este miniparaíso y un socorrista que tiene desplegada una inmensa bandera roja y que, nada más llegar, nos advierte, ni se os ocurra bañaros. Cala Varques es todo lo contrario, el lugar más parecido que uno pueda imaginar a la playa de sus sueños. Una cala que aparece de pronto como detenida en el tiempo en medio de un paisaje que invita a dejarlo todo y a quedarse allí a confundirse con una naturaleza desbordante de colores y texturas. El silencio de la playa -las olas son apenas pequeñas palpitaciones de un corazón diminuto- confiere al lugar una dimensión casi sagrada. Bañarse aquí es una pequeña experiencia de plenitud, un vistazo por la rendija a otra vida algo menos mala que la que uno lleva a diario.

Ambas calas, tan opuestas en bastantes cosas, compartían algo: un considerable montículo de basura que te saludaba nada más llegar. Al estar tan a desmano, estos lugares carecen de servicios higiénicos y su limpieza queda en manos de la educación de los visitantes. Es difícil explicar la violenta vergüenza que uno experimenta al llegar y encontrarse estos pequeños vertederos obra de aquellos que pasaron antes que tú por allí. Soy incapaz de entender que alguien necesite más de hora y media para llegar a una playa y que luego deje su bolsa de mierda junto a las otras en vez de cargar con ella de vuelta. El infierno somos los turistas.
el turista de masas, impresiones y depresiones (I)
El Ferry de Balearia que va de Palma de Mallorca a Dènia tarda sobre el papel cinco horas en hacer la ruta. En la práctica, por motivos inescrutables que nadie se molesta en explicar al pasaje terminan siendo siete. Este ferry también hace escala en Ibiza, pero nadie te avisa de ello. El que el día elegido para viajar se un viernes convierte este hecho en algo relevante. Lo primero es la música que acompaña todo el viaje. Una exquisita selección de progressive, makina, hardcore y cualquier etiqueta que sirva para dignificar lo que conocemos como chunda-chunda. Lo segundo es el personal que nos acompaña hasta atracar en Ibiza: veinte clones del neng de Castelfa vestidos por pastis y buenri y puestos hasta arriba de una considerable variedad de sustancias estimulantes que empezarían en la lejía de limpiar la casa y terminarían en cosas más típicas como coca, speed o anfetas. El grito de guerra, repetido y coreado varias veces: "putas, porros y fiesta!!!". Animados por el discreto hilo musical, estos extras de las tomas falsas de "el planeta de los simios" toman la única zona exterior del ferry y la convierten en una improvisada pista de baile. Para bajar los efectos del subidón deciden cocerse a base de cubatas y cervezas. El efecto es realmente estimulante para el resto de los pasajeros: se dedican a putear a todo aquel que pasa por delante de ellos, bloquean el paso a cualquiera que lleve escote y consideran que arrinconar contra paredes y esquinas a alguien es una forma molona de ligar. Todo ésto mientras observan desafiantes a los cobardes que, como yo, los miran con todo el desprecio que puede soportar un carácter gallináceo. Dos horas y media después, el ganado desembarca repitiendo a coro su grito de guerra. Imagino Ibiza con cinco mil fulanos semejantes. La utopía hippy de los sesenta, oigo a mis espaldas, terminó en ésto. A ver si termina de veras.
relaciones con cámaras fotográficas
Hace un par de días tuve que hacerme unas fotos tipo carnet para un estúpido asunto burocrático. Entré en una tienda en cuya puerta colgaban, al modo de aquellos carteles de "wanted", fotos de parejas recién casadas haciendo el paripé en posturas extraordinarias ante paisajes indescriptibles. Algunas de las fotos estaban decoloradas por la acción de los rayos de sol. Uno de los novios agarraba un bastón con empuñadura en forma de águila plateada mientras la novia se agarraba a él como si fuera una extensión del bastón. Dentro, los síntomas de un negocio en proceso de descomposición, las señales inequívocas del fracaso empresarial en forma de capas de polvo en las estanterías y de objetos anteriores a 1997 diseminados aleatoriamente. Me atendió una chica con inequívoca expresión de aburrimiento. Me senté en una esquina escasamente iluminada y me apuntó con una cámara digital de presupuesto aún más escaso. No encendió ninguna luz ni me puso un espejo delante ni quitó una especie de pantalla que había en el suelo y que se cruzaba entre ella y yo. Disparó tres veces. Ví chispitas blancas durante un rato cayendo entre el mundo y mis ojos. Cuando me dio las fotos vi en ellas a alguien que me recordaba a otra persona. Las mejillas tenían una tonalidad que tiraba hacia el verde, los ojos estaban muy abiertos, como si buscaran algo en medio de un sitio invadido de oscuridad, las comisuras de los labios dejaban intuir una expresión poco amigable, un gesto de desconfianza e inseguridad que modelaba el aspecto general de toda la cara. Miré fijamente a la chica. Mis ojos decían claramente: "míreme bien y mire estas fotos: ¿en serio quiere que me crea que soy yo?". Sostuve mi incredulidad frente a su aburrimiento durante esos famosos segundos eternos, convencido de que repetiríamos la sesión.

- Son cuatro euros.

Pagué. Me fui con una sensación. Ahora no recuerdo cuál.
lo más fácil




-Cosas que pensé al ver esta viñeta:
1) Buf, qué malo
2) Manel Fontdevila, espabila hombre
3) Nunca me han gustado nada los dibujos de Guillermo
4) Que bien hice al dejar de comprar el jueves hace ya diez o doce años

La decisión judicial de secuestrar este número de la revista ha tenido el efecto de conseguir que un chiste malo parezca algo serio y, de paso, que la justicia parezca un chiste (malo).

Enhorabuena a los autores de semejante estupidez.
lo fácil
Se ha muerto Jesús de Polanco, el dueño del grupo PRISA y lo más parecido a un William Randolph Hearst que hemos tenido por aquí. Lo queramos o no, hay un antes y un después de su grupo empresarial, y, si conseguimos dejar de lado las consideraciones políticas, hay que descubrirse ante la mayoría de sus logros.

Animado por las casi veinte hojas que le dedica el periódico que consiguió echar a andar en los lejanos años setenta, buceo un poco por su vida y milagros, esperando un "algo" que-qué-se-yo que aporte un poco de luz sobre la persona. El intento es vano. Sepultada por la plomiza capa de la corrección, su biografía apresurada deviene en insípida y boba hagiografía. No hay ni una sombra sobre su persona o su obra. Ni una arista. Ni un atisbo de flaqueza, ni una sobria recapitulación de errores, fracasos, torpezas o incoherencias. Sus correligionarios de El País lo convierten en estatua directamente en su afán por santificarlo prematuramente. El hombre que levantó un imperio de comunicación parece haber llevado la vida de un santo, parece haber tenido la clarividencia de un iluminado, parece haber vivido siguiendo una especie de línea perfectamente trazada de la que jamás se hubiera desviado ni un milímetro, desechando todo lo que no fuera crear medios de comunicación, levantar editoriales y hacer dinero. Mucho. Es asombroso que en su empeño por poner su vida en limpio, sus empleados apenas hayan conseguido trasladar al papel algo que suene, al menos lejanamente, a "vida". Si es una venganza sólo puedo felicitarlos. Si no, pues vaya.
melodrama y verano
Vía Dot y su selecta página de videoclips me encuentro con una de mis canciones favoritas de todos los tiempos. Peinados imposibles, caras muy compungidas, extrañas secuencias entre extrañas estatuas: es duro vivir en el interior de un melodrama, pero algunos querríamos estar ahí, entre fotogramas y violines, en 1966:



ésto es lo que hay
Pasan quince días como una corriente de aire a través de una puerta: de pronto sólo oyes el golpe de ésta al cerrarse. No sé. Me he acostado tarde, he visto series de televisión a altas horas de la madrugada, he visto un par de películas sacadas de las cloacas de la cinematografía hollywoodiense, he leído algunos libros, he estado despierto mirando durante minutos interminables la lluvia del mes de julio contra las ventanas, he dormitado al sol, he comido en la playa, me he bañado dos veces y media, he cocinado algunas veces para otros y otras lo han hecho para algunos entre los que estaba yo, me he reído con la luz apagada a altas horas de la mañana, he tenido dos pesadillas, hemos encontrado tres gatos recién nacidos, he comprobado que me hago mayor en detalles insignificantes que no detallaré aquí, he deambulado descalzo por la casa alguna mañana preguntándome cosas que ahora no soy capaz de recordar, a veces me ha costado dormirme. Todo ha pasado muy deprisa. No sé que significa esta velocidad de las cosas que me pasan. Tengo un miedo pequeño que tenía a raya, pero lo oigo creciendo calmosamente, alimentándose de días que vuelan, de noches con los ojos abiertos a oscuras en algún lugar de mi cama. Miento.
zizek, again
Mientras me peleo en un duro cuerpo a cuerpo con Órganos sin cuerpo. Sobre Deleuze y consecuencias disfruto con la entrevista que aparece en la revista Minerva al filósofo esloveno. En ella aparecen varias reflexiones sobre democracia, pospolítica y revolución que hacen que recuerde una discusión anterior con Cossimo:

Sí, creo que el verdadero problema hoy sigue siendo el capitalismo como tal. No es que lo odie. Seamos francos: si uno es de izquierdas y honesto, ha de reconocer, aún siendo un poco patético, que nunca en la historia ha habido tanta gente viviendo una vida tan relativamente buena y segura como la que se vive hoy día por término medio en Europa Occidental. Hay que ser justos hasta con el diablo. Todo lo que estoy diciendo es que el capitalismo está generando antagonismos que van a explotar. De modo que, volviendo a lo que dije antes, hemos de retrotraernos al pasado para ver qué salió bien [durante la revolución rusa] y qué mal, y estar alerta para afrontar problemas similares. Acepto la famosa formulación de Walter Benjamin de que lo que tenemos que hacer no es seguir subidos en el tren de la historia, sino más bien ponerle frenos. El tren es el capitalismo.
aurélia aurita, fresa y chocolate




Aurélia Aurita es una veinteañera francesa que, hasta el momento de publicar este cómic era una casi desconocida en el mundillo del cómic. En estas páginas narra, de manera desprejuicida e incluso un punto naive su relación pasional con el también autor de cómics Frederic Boilet (uno de los cabecillas de ese movimiento que se llama nouveau manga). La considerable diferencia de edad -veinte años- no es impedimento para que Aurélia viaje de Paris a Tokyo para conocer a Frederic tras un intensa relación epistolar fruto de un conocimiento casual. Una vez allí, sumergidos en un torrente de actividad sexual que no les deja tiempo para nada más, Aurélia reflexiona sobre el torbellino en el que está involucrada. En una viñeta se repite a sí misma como si fuera un mantra: "Soy feliz. Tengo miedo. Soy feliz. Tengo miedo". Todo el tebeo va de ésto. La pasión como plenitud, la conciencia de su excepcionalidad, la posibilidad de su acabamiento, la necesidad de que las cosas no terminen. El dibujo confiere a la historia la extraña cualidad de parecer casi un cuento para niños. Es una sexualidad optimista, vital, un huracán pasional en el que lo físico establece un vínculo de una fortaleza excepcional. En algunas ocasiones la cosa roza lo cursi, pero en general, un oportuno sentido del humor o pequeñas observaciones sobre la naturaleza de los amantes salvan con delicadeza situaciones que bordean lo catastrófico. Un buen cómic para empezar el verano.
peter pan estuvo aquí




Gracias a Juanjo descubro el impresionante blog de Monsieur Tiffauges. Devorando las entradas del mes de junio me encuentro con una reseña del libro "el puer aeternus" que me hace pensar en la película de Gus Van Sant sobre el líder de Nirvana. En uno de los magníficos párrafos de su reseña dice Tiffauges:

Frente a la tierra y el árbol el niño será siempre lo que vuela y se desvanece, lo que pudiendo ser algo prefiere en cambio difuminarse en el juego para poder ser cualquier otra cosa. El arquetipo del niño eterno, que está muy acentuado en algunos tipos humanos, es, por tanto, un impulso que detesta la tierra y se entrega al vértigo irresistible de la transformación, al mundo evanescente del vuelo. Peter Pan ilumina como complejo psíquico el esplendor de la vida provisional, de lo inútil, frente a todo proyecto trascendente y meditado, de carácter personal o colectivo.

Peter Pan y Kurt Cobain. La infancia eterna tiene un precio muy elevado en los tiempos que vivimos.
 

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