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la ciudad incomprensible
El viernes pasado tuvieron lugar en mi ciudad dos actos casi coincidentes temporalmente que exhiben con claridad el acomplejamiento y el espíritu provinciano que últimamente cubren casi todas las manifestaciones culturales organizadas desde "arriba".

El primero de ellos fue la segunda edición de un acto enterrado con la llegada de la democracia allá por el año 1975: la batalla de flores. Lo que en sus tiempos era una seudo celebración urbana de la próxima llegada del verano y la excusa perfecta para que las clases pudientes pudieran exhibir al mujerío en edad casamentera ante toda la sociedad viguesa, ha devenido en una especie de desfile de carrozas decoradas en términos florales desde las que se lanzan serpentinas y caramelos suficientes para enterrar la ciudad en un mar de azúcar y papel. Cada carroza, de acuerdo con el espíritu de nuestra época, está patrocinada por una cadena de supermercados, un banco, una inmobiliaria o un organismo oficial. Imagino a los niños cogiendo caramelos de la carroza "unión fenosa" o duchándose en confetti de "supermercados dia": entrañable. Lo rancio, en su intento de ponerse al día, suele precipitarse de cabeza hacia el kistch más banal. En este caso, hacer una batalla de flores, en una ciudad que vive en un permanente estado de excepción floral parece una broma cruel.

El segundo tenía pretensiones culturales y exhibía con orgullo el marchamo de quien se siente definitivamente "contemporáneo". El museo MARCO, dentro de los actos relacionados con la expo "switch on the power, ruído e políticas musicais", organizó un concierto en su patio trasero (como si alguien celebrara un partido de fútbol en el cuarto de las escobas de su casa) en el cual tocaron un par de temas gente como Pam Hogg, Chicks on Speed o Alaska y Nacho Canut En el ambiente flotaba cierta expectación ante esta oficialización del petardeo (algo similar a lo que supone ver fotos de hace veinte años de almodóvar de travesti en el país semanal) que supuestamente le daba un toque "cosmopolita" y "moderno" a nuestra grisácea ciudad. Mi conclusión, después de presenciar fragmentos de las actuaciones (durante las cuales se pasaron unos sonrojantes vídeos de pasarelas de moda un poco en plan helmut newton pero en inofensivo/malo/coñazo), es que éste es un pueblo raro raro raro, en el que todo aquello que está asumido y consolidado en otras partes del planeta como una manifestación cultural más aquí parece el colmo de lo contemporáneo. La cuestión de fondo es: ¿realmente se le hace alguna clase de favor a las subculturas urbanas -llámese petardeo/movidas diversas/hiphop/graffiti/etc- extrayéndolas de sus orígenes y presentándolas con la cara lavada, perfectamente ordenadas y descodificadas en la sala de un museo?. El concejal de cultura, después de presenciar la batalla de flores probablemente se sentiría supermoderno viendo a las chicks on speed enseñando las tetas, pero dudo que los demás experimentasen otra cosa que cierta fatiga ante lo ya visto y oído mil veces por miles de vías.

(Días antes, cuarenta, cincuenta personas, asistían en el mismo museo -en el interior- a los conciertos de Salvatore, Pan Sonic y Midaircondo, sin estridencias ni pretensiones de nada, simplemente el disfrutar de algunas emociones únicas en el terreno de lo musical. Sin concejales. Sin peluqueros modernos ni estilistas fashion, sin diseñadores de interiores o artistas queer, sin reinas de la noche o comisarios con tacones. Otra historia, mucho más viva, intensa y verdadera. Sin tufo a reseso o a rancio. Sin casi público, claro.)

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