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wild life at the supermarket
Estoy en el supermercado en la cola de la charcutería. Me siento como si mi cuerpo fuera un país y éste hubiera sido invadido por los ejércitos del cansancio. A veces me gustaría que algunas partes fueran independientes y no me dolieran, pero no sé cuanto me llevaría negociar el estatuto con alguna de mis muelas, o con el omóplato derecho y con la contractura que me tiene frito cada vez que hago un movimiento brusco con el brazo. Estoy en la cola de la charcutería y a mi lado hay una chica increíblemente guapa con un carrito de bebé. Mientras todos los tíos de la cola la miramos con más o menos discreción ella sólo tiene ojos para su bebé. Hay una descompensación en la balanza de pagos del deseo que se manifiesta siempre de la manera más extraña. A mi lado hay gente. Todos embarcados en sesudas reflexiones como éstas. Una señora parece un país invadido por el ejército de las ojeras. Otro señor parece un país invadido por el ejército del aburrimiento. Somos la ONU del agotamiento, y no nos atrevemos a mirarnos demasiado unos a otros, no vayamos a contagiarnos nuestros malestares. Una chica me devuelve a la realidad, mientras me mira y habla con el empleado: "no, no estoy yo, este señor está antes". Le doy las gracias mientras en las fronteras de mi estado de ánimo se libra una sorda batalla entre la depresión y la (falsa) indignación. Al pasar por caja me siento como si pasara por una aduana. Hay otra chica guapa delante de mí y me doy cuenta de que tengo un día estúpido de esos en los que me gustaría decirle a todas las chicas guapas que me cruzo lo guapas que me parecen. Al menos (algunas) chicas (no necesariamente) guapas han decidido llamarme señor. Eso podría darme pie. Ja. Llego a casa. Me entierro en el sofá bajo una manta de pelo que me ha regalado mi hermano y que promete aniquilar mi vida social. Me doy cuenta de que mi sofá ya a golpe de miércoles tiene bien definida mi silueta en los cojines. Un autorretrato de cuerpo entero en mi sofá. No sé si aplaudir o echarme a llorar. Plas plas.
una de libros (y 2)

Cuando era niña, mi vida era música que sonaba cada vez más fuerte. Todo me conmovía. Un perro siguiendo a un desconocido. Cosas así me conmovían mucho. Un calendario colgado por el mes equivocado. Podría haber llorado por eso. Lo hice. El punto donde terminaba el humo de la chimenea. Una botella volcada justo en el borde de la mesa.
Me pasé la vida aprendiendo a sentir menos.
Cada día sentía menos.
¿Eso es madurar? ¿O es algo peor?
Uno no puede protegerse de la tristeza sin protegerse al mismo tiempo de la felicidad.


(Jonathan Safran Foer, Tan fuerte, tan cerca)

una de libros
Estoy leyendo un libro. Uno de esos que, al interrumpir momentaneamente su lectura por los apremios de las cosas cotidianas, te hacen experimentar la misma sensación que cuando te despides de alguien amado. Uno de esos que ves encima de la mesa y te sientes como a punto de embarcarte en un viaje loco en el que no llevas nada y del que lo esperas todo. Uno de esos que se te deshace entre las manos, que te duelen las páginas que pasan mientras presientes el final. Cuando esta noche lo he cerrado para irme a dormir he pensado cómo llegó a mis manos. En realidad intentaba entender cómo llegan hasta nosotros las cosas que amamos, como recorren caminos extraños para encontrarse con nosotros y ocupar un lugar que, retrospectivamente, pareciese estar esperando por ellas. Este libro llegó hasta mí una tarde de Octubre. Desde de la mesa de novedades de la librería versus me saludaba una mano roja con un montón de letras blancas sobre ella:




Era el capítulo uno del libro que la editorial Lumen regalaba a quien tuviera la curiosidad suficiente. Me lo llevé con la recomendación de S: "te va a encantar" (a veces nuestras conversaciones se reducen a esas cuatro palabras). Leí ese primer capítulo, y aunque sentí el runrun de la inquietud, simplemente lo puse en la cola de impresión de mi lista de libros que tengo que leer. Estas navidades, de nuevo en versus, el libro, entremezclado con algunos más acabó llegando hasta la mesa baja que tenemos delante del sofá, el lugar por donde pasa casi todo aquello que me interesa. El libro aguardó paciente encima de dicha mesa. Antes que él había otros libros. Una pequeña torre de cómics. Un container de revistas. Otros objetos extraños bloqueándole el paso. Antes de ayer, finalmente, me puse con él y releí el primer capítulo. Hoy, después de unas doscientas páginas he decidido ralentizar la lectura. Dilatar el tiempo que le voy a dedicar. Uno no desea que las cosas que ama se le consuman entre las manos. Especialmente si les ha costado tanto llegar hasta nosotros. O sí.
la altura de las olas
Un recuerdo persistente de mi infancia, de esos que dejan una huella profunda y que uno, en su entrañable estupidez toma por una "enseñanza de vida" tiene que ver con los últimos días de verano y las olas más altas de lo normal derivadas del paso a la estación otoñal. Recuerdo que, durante los días iniciales de Septiembre, era frecuente jugar a coger olas en la playa. Si bien durante el verano esta actividad se convertía en una excusa placentera para pasarse las tardes subido a una balsa de goma o a un colchoneta meciéndose bajo el sol de los meses de Julio o Agosto, al llegar el otoño la cosa tenía algo más de miga. Una estrategia básica consistía en saber identificar de un vistazo el punto aproximado donde rompería la ola, calcular si desde la posición cogida en la orilla uno llegaría a tiempo para subirse a ella y, por último, dejarse arrastrar a lomos de la cresta de vuelta a la orilla. Si por cualquier cosa uno se quedaba a medias y no llegaba más allá del punto de rompiente y la ola era algo más grande de lo que parecía de lejos, el resultado estaba claro: uno acababa envuelto en una especie de centrifugado a base de arena y agua de mar, tragando líquido hasta por las orejas, arrastrado en el tramo final por la arena de la playa y mareado por los interminables segundos de desorientación y vueltas sin límites.

A veces, enfrentado a algunas situaciones problemáticas me vienen a la cabeza las sensaciones previas a la decisión de "voy" o "no voy". Veo la ola a lo lejos y creo sinceramente que, como el niño de ocho años que fui hace mil, podré llegar a tiempo y dejarme llevar plácidamente hasta la orilla sobre su cresta. Sin embargo lo más frecuente es que acabe magullado, mareado y dolorido, como el resto de un naufragio llevado a rastras hasta la playa. ¿La lección de todo ésto? No son las olas, no son las olas.



personalidades discontinuas
Cada vez tengo más alumnos cuyos cuerpos parecen ser habitaciones de hotel para diez segundos de estancia para múltiples personas. Me explico. Hacen una cosa (generalmente alguna cabronada). Les montas un pollo. Bajan la cabeza. Pasan diez segundos. Vuelven sonrientes a contarte alguna estupidez. Te queda cara de parvo. Pasan diez segundos. Hacen otra gilipollez. Otra bronca. Esta vez no bajan la cabeza. Se rebotan. Pasan diez segundos. La tensión arterial por las nubes. El infarto a la diestra, el ictus cerebral a la siniestra. Pasan diez segundos. Vuelven los interfectos. Te cuentan sonriente otra chorrada. Los miras con cara de estupor/cabreo/incredulidad. Otra mamarrachada más. Otra bronca. Esta vez entran en crisis y les da por llorar. Se marchan. Tienes el teléfono de urgencias marcado en el móvil. Vuelven. Te preguntan: "tú hoy no estás muy bien, ¿no será que tienes déficit de Potasio?". Comienzo a escribir mi futura necrológica mentalmente mientras esbozo la típica sonrisa falsa-aposta y digo, por Dios, estoy perfectamente, los que me preocupáis sois vosotros, con estos cambios de humor repentinos. Ya, pero ya sabes, es que estamos en la edad. Y claro.
charles schulz, snoopy y carlitos




Estas navidades me he hecho con el segundo tomo de la obra completa de las tiras de Snoopy y Carlitos Charlie (1953-54). Gráficamente todavía algo lejos del trazo definitivo que conocemos de sobra, estas historias transmiten algo que se podría definir como un agudo mal rollo infantil. Los niños que acompañan a Charlie y a Snoopy -llevándose la palma Charlie, alter ego del propio Schulz- son egoístas, retorcidos, algo bobos, emproblemados, caprichosos y crueles. Bajo unos dibujos inocentes, Schulz sembraba sus tiras con minas de mala baba muy inteligente, demostrando un humor retorcido, absurdo a veces y algo doliente casi siempre. Sorprende que en los Estados Unidos de los felices años cincuenta, una tira cómica que comenzaba a expresar cierta forma sorda de malestar colectivo se convirtiera en un megahit que traspasaría todos los ámbitos de la cultura, para convertirse en un icono nacional a la altura de la M de McDonalds o del logo de Coca Cola.

Las tiras, aún titubeantes en el apartado gráfico, son en su mayoría ya muy buenas. El lector algo bregado reconocerá el origen de otro icono del cómic, Mafalda (diez años posterior), en esta pandilla de niños algo odiosa en la que es fácil reconocer gran cantidad de elementos del carácter infantil que, en realidad, poco se distinguen del adulto. De todos los protagonistas, el autor sólo parece salvar a Schroeder el músico -un niño que sólo vive para su pianito de juguete y que adora a Beethoven- y a Linus, el superdotado hermano menor de la insoportable Patty. A través de todos los personajes, Schulz traza una visión bastante desmitificadora de la infancia y lanza mensajes en clave en forma de angustias infantiles sobre una sociedad en apariencia feliz y satisfecha con su modelo de opulencia material absoluta.





zygmunt bauman, modernidad líquida





Cornelius Castoriadis afirma que lo que está mal en la sociedad en la que vivimos es que ha dejado de cuestionarse a sí misma. Se trata de un tipo de sociedad que ya no reconoce la alternativa de otra sociedad, y por lo tanto se considera absuelta del deber de examinar, demostrar, justificar (y más aún probar) la validez de sus presupuestos explícitos o implícitos.
Sin embargo, ésto no significa que nuestra sociedad haya eliminado (o pueda eliminar, cerrando el paso a un levantamiento generalizado) el pensamiento crítico como tal. Tampoco ha desalentado (y menos aún amedentrado) su exteriorización. Muy por el contrario: nuestra sociedad -una sociedad de "individuos libres"- ha hecho de la crítica de la realidad, de la desafección de "lo que es" y de la exteriorización de esa desafección una parte obligatoria a la vez que inevitable de las ocupaciones vitales de cada uno de sus miembros.
[...]
Estamos quizá mucho más "predispuestos críticamente", más atrevidos e intrasigentes en nuestra crítica de lo que nuestros ancestros pudieron estarlo en su vida diaria, pero nuestra crítica, por así decirlo, "no tiene dientes", es incapaz de producir efectos en el programa establecido para nuestras opciones de "políticas de vida". Como nos previniera Leo Strauss hace ya largo tiempo, la libertad sin precedentes que nuestra sociedad ofrece a sus miembros ha llegado acompañada también de una impotencia sin precedentes.
Hay un país
Hay un país miembro de la Unión Europea en el cual algunos de sus militares se permiten el lujo de opinar sobre la vida política avisando de que nos andemos con cuidado con lo que deciden los parlamentos elegidos democráticamente. Hay un país miembro de la Unión Europea en el cual algunos de sus militares avisan: "ojo, que tengo unos tanquecitos ahí preparados si alguien se pasa de la raya". Hay un país miembro de la Unión Europea en el cual algunos de sus políticos no ven estas declaraciones como un problema, sino como la consecuencia de un problema, trasladando la culpa de lo acontecido del autor de las palabras al gobierno electo al cual debe obediencia (el militar, claro). Hay un país miembro de la Unión Europea en el cual algunos peridistas jalean a los militares que creen que los tanques son suyos y que están a su disposición por si la voluntad de los gobernante elegidos democráticamente "se pasa de la raya" y que vitorean a los políticos que en privado se regocijan con tales declaraciones. Hay un país miembro de la Unión Europea en el cual algunos militares dan miedo, algunos políticos dan risa, y algunos periodistas juegan a salvadores de la patria, a mártires de la libertad de expresión y a adalidades de las libertades fundamentales mientras sus palabras llevan el olor de la gasolina justo antes del incendio. Hay un país. Dios, qué país.


[Recomiendo la lectura de la trilogía "España Una, España Grande, España Libre" de Carlos Giménez (dibujo) e Ivá (guión). Hay una historia en el primer tomo, del año 1976, de la que me he aprovechado un poco en el tono.]


contabilicen: cuatro estrellas, dos cruces, sables en las solapas, una banda roja y blanca... yo también me sentiría como darth vader al mando de la estrella de la muerte

una noche de reyes de hace mil años
Cuando era niño, la noche de reyes la pasábamos en casa de mis abuelos maternos. Nos juntábamos un buen lote de familiares que incluía a padres, hermanos, tíos, primos y abuelos. Convertíamos el salón principal en un improvisado dormitorio para niños y allí aguardábamos, entre la histeria contenida por los regalos venideros y la bulliciosa electricidad del estar todos juntos, a que amaneciera para destripar el contenido de los regalos primorosamente empaquetados. Mi recuerdo más intenso es algo absurdo. Las sábanas calientes, las frías baldosas del pasillo cuando uno se despertaba de madrugada en busca de los regalos, el volver a la cama completamente despierto por el frío en busca del calor remanente de la cama, el olor a nuevo de los juguetes, el sonido del papel de regalo crepitando al abrirlo, la sensación única en el año de ser un rey instantáneo que gobernase efímeramente durante unas horas sobre la mayoría de sus deseos. La infancia como plenitud.
franz kafka, aforismos de Zürau
Entre septiembre de 1917 y abril de 1918 Franz Kafka, enfermo de tuberculosis, pasa ocho meses en la casa de su hermana Ottla en Zürau, en plena campiña bohemia. Atormentado por la vida que llevaba en Praga, encuentra en la enfermedad una excusa perfecta para huir de todo lo que le rodea (su trabajo, su familia, su posible boda, la propia ciudad). Cuenta Roberto Calasso en el epílogo (el capítulo 15 de su novela K): "nunca como en los meses de Zürau se tiene la impresión de que Kafka se haya encontrado a gusto. Sólo allí consigue huir de todo: de la familia, de la oficina, de las mujeres. Son las principales potencias que desde siempre lo persiguen". La lectura de los aforismos hace que uno esboce cierta mueca de incredulidad ante esta afirmación. Graves, heridos por un sentido increíblemente profundo de lo absurdo de la condición humana, obsesionados por conceptos bíblicos como la pérdida del paraíso, la culpa o el pecado, reincidentes de manera obsesiva en sus demonios personales, los aforismos caen como cuchillas sobre el lector. Algunos tienen sólo tres o cuatro palabras, otros se desarrollan casi a lo largo de veinte líneas. La sensación que dejan es la misma con la que uno termina de leer "el proceso", "la metamorfosis" o "el castillo" -confieso no haber leído ningún otro libro de Kafka-: la de encontrarse ante un artefacto literario prodigioso que trasciende la propia literatura para señalar algunos de los abismos a los que se asoma el hombre moderno como la soledad, la incomunicación, o la incapacidad para tomar las riendas de la propia vida, dominada ésta por fuerzas invisibles sobre las que no es posible interferir.






13


Una primera señal de conciencia incipiente es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable; otra, inalcanzable. Ya no nos avergonzamos de querer morir; pedimos ser trasladados de la vieja celda, que odiamos, a una nueva, que apenas aprenderemos a odiar. Un resto de fe continúa operando, por si acaso durante el transporte apareciera el Señor por el pasillo, mirara al prisionero y dijera: "A éste ya no lo vuelvan a encerrar. Éste viene conmigo".


69


En teoría existe una posibilidad perfecta de felicidad: creer en lo indestructible dentro de uno mismo y no aspirar a ello.


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A veces el Mal está en la mano como una herramienta; reconocida o no, permite sin objeciones que se le deje a un lado, si se tiene la voluntad de hacerlo.
dupuy-berberian, mr. jean, la teoría de los solteros




La editorial bang nos sorprende con la publicación de un tomo de historias sueltas de la serie mr. Jean, correspondientes cronológicamente al periodo de tiempo que media entre el magnífico nº 4, las mujeres y los niños primero (¡ese era el 3!) vivamos felices sin parecerlo, y el nº 5 todavía no publicado en España. En su linea habitual, los autores retratan en historias breves el universo cotidiano de mr. Jean, ese escritor despistado y de buen corazón rodeado de unos peculiares amigos empeñados en complicarle la existencia, reconcomido por dudas existenciales sublimadas a través de un humor generalmente amable, y perseguido por los fantasmas de sus dudas amorosas, de su trayectoria sentimental, de su pánico al paso del tiempo y al descoloque al que da lugar sin percatarnos de ello.

Tratando de manera irónica cosas como las complicaciones laborales, las dificultades que traen las relaciones con los amigos de toda la vida a medida que cada cual va dejando atrás ese boceto que es la juventud y perfila con nitidez los contornos de su madurez, los peajes de las relaciones de pareja o los azares de una cotidianeidad apacible en la forma pero complicada en el fondo, mr. Jean se nos hace cercano, querible, cálido y tierno. Una imagen positiva de aquello a lo que nos gustaría parecernos. Quizás por eso es tan fácil entregarse a la lectura de sus aventuras y salir de ella sonriendo estúpidamente.



 

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