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escribir, sobrevivir (y 2)
Hay en la velocidad de la luz de Javier Cercas una curiosa mezcla de ficción y realidad que da como resultado un híbrido a ratos fascinante y a ratos tedioso y aburrido. El narrador, que cuenta la historia en primera persona, es un escritor que, después de cuatro libros consigue un desmesurado éxito comercial con un libro sobre la Guerra Civil (el propio Cercas con soldados de Salamina). Paralelamente a esta historia cuenta la peripecia vital que le une a un profesor norteamericano conocido durante su primera juventud en los Estados Unidos que lleva una existencia rayana en la misantropía a causa de un hecho terrible que le ocurrió durante su participación en la guerra de Vietnam. La narración de esta historia es la que presenta los mejores momentos del libro. La historia de amistad entre el provinciano aprendiz de escritor y el veterano de la guerra del Vietnam está muy bien escrita, capta el interés con rapidez y en su punto álgido conmueve con exactitud matemática. Sin embargo, toda la peripecia vital del escritor al que le llega el éxito de golpe y lo asimila de la peor manera posible con un consiguiente y tópico descenso a los infiernos aburre en su tramo principal y provoca bostezos en su descripción de los estragos de la fama mal asimilada y de las consecuencias -indirectamente trágicas- de ello en su vida.

Lo más curioso del libro es su reflexión sobre la escritura. Los dos protagonistas necesitan imperiosamente darle un sentido a sus propias experiencias terribles, dotarlas de un significado que les permita verlas en su totalidad. Esta "salvación" -que para uno de ellos llega demasiado tarde- sólo será posible a través de la escritura: sólo cuando el narrador consigue poner a limpio las dos historias es capaz de escapar del callejón sin salida en el que se halla atrapado, y, con gran habilidad, lo va contando produciendo una extraña sensación de "tiempo real".

Esta necesidad de "salvarse" a través de lo escrito, ya lo he dicho, es una idea que también aparece de manera más concisa, más cruda y más doliente en el tramo final del libro de Palahniuk. Esta coincidencia responde a una impulso terriblemente humano: el de construir la narración de la propia existencia de una manera personal que nos haga sentir que los pasos que damos no son totalmente al azar, que hay un atisbo de sentido, alguna clase de lógica desquiciada en lo que vivimos.

(Por eso los blogs tienen tanto éxito. En lo más profundo de lo que se escribe en ellos podemos encontrar la respiración angustiada de quien no comprende casi nada y necesita darse alguna clase de explicación.)

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